Queremos a nuestros perros y gatos, tanto (si cabe) como ellos nos quieren a nosotros. Es normal que les hablemos como si fueran personas, que nos preocupemos porque lleven una alimentación saludable o que queramos compartir con ellos la cama: de hecho, lo hacemos seis de cada diez, dicen los estudios en la materia. Así, tratar a tu minino o a tu amigo perruno como si fuera una persona constituye una tendencia tan natural como extendida. Y, de hecho, resulta casi inevitable. Y aunque tiene su parte positiva, también corremos el riesgo muy probable de malinterpretar a nuestros animales. Porque no: ni los gatos son rencorosos ni el perro se ha hecho pis en la alfombra para fastidiarte.
Primero, algunas definiciones. El antropomorfismo o, más sencillo, humanizar consiste en atribuir características, emociones o motivaciones humanas a los animales, como los perros y los gatos. De este modo, hablamos a nuestro minino como si fuera una persona o asignamos razonamientos humanos al perro. Y aunque hace décadas muchos se echarían las manos a la cabeza con la idea de compartir sábanas con su amigo de cuatro patas, parece que hacerlo resulta una inclinación muy natural; y también extraordinariamente común.
Dice el antropozoólogo John Bradshaw, pionero en el estudio de las interacciones entre humanos y animales, que las personas estamos prácticamente “programadas” para asignar cualidades humanas a perros y gatos. Según afirma Bradshaw en The Animals Among Us: How Pets Make Us Human (Los animales entre nosotros, Basic Books, 2017), esta capacidad para tratar a los animales como si fueran personas es precisamente parte de lo que nos hace ser humanos. Es más: pensar que otras especies pueden ser como nosotros nos ayuda a definirnos como especie.
Pero humanizarlos conlleva malentendidos
No resulta extraño que les tratemos como parte de nuestra familia -algo muy positivo para todos- y que, en muchas ocasiones, olvidemos que no son humanos. Esas caras perrunas y gatunas nos lo ponen muy difícil. Por ejemplo, nos ocurre cuando creemos ver remordimiento en la expresión que pone nuestro perro tras hacernos una faena.
Lo que no resulta cierto, como ha demostrado la científica Alexandra Horowitz: el perro no se siente culpable. Esta facha peluda realmente constituye una mera respuesta a nuestro enfado. No significa que sean estúpidos, más bien lo contrario: han aprendido a reaccionar muy rápidamente a nuestro lenguaje no verbal. Pero pensar que los perros se arrepienten tras hacernos una trastada constituye un error.
Otras veces creemos que están enfadados y que nuestro amigo de cuatro patas se hace pis dentro de casa “para molestar”. O que el gato es un arisco o que araña los muebles porque quiere fastidiar. Pues no, no es cierto. Pero haciendo estas suposiciones, estaremos perdiéndonos la verdadera razón que lleva a Lucas a hacerse pis en la alfombra -seguramente por miedo-, o a Billy arañar el sofá, ya que es muy probable que el minino lo que sufra sea ansiedad.
Por eso, interpretar el comportamiento de nuestros animales desde esta perspectiva tan humana hace más difícil encontrar una solución apropiada para ese comportamiento, por lo seguramente volverá a repetirse. Si queremos que Lucas alivie su vejiga en el parque o que Billy utilice el rascador y deje de afilar sus uñas en la esquina del sofá tenemos que entender que los perros y los gatos tienen diferentes motivaciones y necesidades a las nuestras. Y que poseen un modo único, y exclusivo de cada especie, de ver el mundo.
Está bien humanizar a perros y gatos después de todo
Por supuesto que también hay ocasiones en las que humanizar resulta útil, porque beneficia el bienestar de nuestros amigos peludos. Ciertamente, tanto los gatos como los perros son animales emocionales, como la ciencia ha confirmado y reconfirmado, por lo que estaría mal decir lo contrario y negar que, como nosotros, tienen emociones.
De hecho, sienten ansiedad, miedo, frustración, depresión, felicidad y alegría. Y también experimentan alivio cuando encuentran el confort. De esta forma, atribuir sentimientos humanos a los gatos y perros enfatiza la compasión y empatía hacia ellos; y hace que les cuidemos mejor y seamos conscientes de que pueden, y merecen, ser felices a nuestro lado.
Entonces, ¿podemos disfrazarlos en Halloween?
Depende. Muchos animales no llevan bien el manoseo que implica vestirlos, aunque otros están acostumbrados. Además, algunos se estresan mucho, en especial los gatos, si el disfraz implica llevar gorros o meter las patas en mangas o pantalones. A la menor duda o señal de estrés o incomodidad, mejor olvidarse del traje. Recuerda que la fiesta puede ser muy divertida para ti, pero seguramente no lo sea para tu amigo peludo. Ahora, si me permiten, voy a acurrucarme en el sofá. Mi gato me espera.
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