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Este tío quiere que nos comamos la comida de los cerdos. Por el bien del planeta

Jordi Sabaté

14 de octubre de 2015 21:01 h

“Cuando tenía 15 años vivía en una granja en el campo, en Sussex, y compré por mi cuenta algunos cerdos a los que me dedicaba a alimentar por mí mismo. Iba a los supermercados y compraba a precio de saldo los recortes de verdura y otros productos que se consideraban no aptos para los escaparates o cerca de su caducidad; iba al panadero le pedía el pan que no había vendido o que se le había roto o caído al suelo y lo mismo hacía en las fruterías.

Así alimentaba, generosamente y casi gratis, a mis cerdos. Sin embargo, un día me di cuenta de que todo lo que comían mis cerdos estaba destinado al consumo humano; toda era comida aprovechable y en su mayoría en buen estado, así que tomé un pedazo de pan que había en uno de los comederos y me lo comí junto a mis cerdos“, cuenta en esta charla TED el escritor, activista e historiador Tristram Stuart:

Activistas contra la estética de supermercado

Stuart es el fundador del movimiento Feeding de 5.000, con el que pretende despertar la conciencia mundial contra el desperdicio de alimentos en nombre de una determinada estética marketiniana en el punto de venta. Ha escrito entre otros el libro Waste: uncovering the global food scandal ('Despilfarro' en la versión castellana publicada por Alianza), que precisamente relata el enorme desatino que comportan algunas tácticas comerciales de los grandes distribuidores, consistentes en descartar la comida que por su aspecto, o por pequeños desperfectos, no resulta atractiva para lucir en las tiendas.

Toda esta comida, bautizada como ugly food o comida fea, supone, según algunos cálculos, un tercio de la producción mundial de alimentos y genera una pérdida potencial de 400.000 millones de dólares en negocio despreciado. Pero además solo una pequeña parte de estos descartes van a parar a cerdos como los de Stuart, y el resto se pudre al aire libre en los vertederos, generando gas metano, uno de los principales causantes del efecto invernadero, hasta el punto de que en los Estados Unidos se calcula que se tiran cerca de 35.000 millones de toneladas de comida imperfecta que contribuyen al calentamiento global del doble de lo que lo hace el tráfico rodado.

Pero no solo es un problema de estrategias de mercado, hasta hace unos años la propia Unión Europea tenía normativas alimentarias y de protección al consumidor tan peregrinas como el exigir que los espárragos comerciales fueran blancos en al menos un 80% de su longitud, o que la curvatura de los calabacines no superada ciertos ángulos. Eran normas que buscaban proteger al consumidor de estafas, pero que favorecían el aumento de los descartes de comida perfectamente válida.

Cambiando las normas y olvidando el problema

Actitudes como la de Stuart, la del ecologista californiano Jordan Figueiredo , la de la ONG barcelonesa Espigoladors o la de los activistas portugueses de Fruta Feia han forzado a la Comisión Europea a derogar parte de estas normativas y optar por la concienciación de los ciudadanos respecto al desperdicio. También campañas como la del cocinero Jamie Oliver en contra de los descartes han provocado la creación de lineales especiales por parte de algunos supermercados franceses y la asociación de multinacionales con ONG para redistribuir estos excedentes hasta ahora desaprovechados.

De hecho, el tema se puso de moda la pasada primavera en los medios de comunicación de todo el mundo y por unos meses la ugly food fue un tema candente. Es un asunto sensible a las campañas de mejora de imagen, dado que toca la fibra ecológica, la social -al apostar por la redistribución de esta comida a personas con necesidades o a países asolados por el hambre y la desnutrición- y la económica, puesto que la opción de vender comida fea puede reportar un ahorro sensible para el consumidor y un beneficio extra para las empresas.

Sin embargo, el tema parece ahora olvidado por la opinión pública sin haber calado en el ciudadano medio, que continúa acudiendo a los supermercados, fruterías y verdulerías para comprar tomates perfectamente redondos, tiesos calabacines o zanahorias de aspecto más que saludable y limpio. Poca gente llega a ver o comprar comida fea porque es difícil llegar hasta a ella o que ella llegue a nosotros.

¿Una utopía realizable?

El problema se ha evidenciado, pero pocas cosas han cambiado en el sistema de recolección industrial de la fruta y la verdura, que implica el uso de máquinas que solo clasifican piezas de determinada forma, peso y calibre. En este sentido, aprovechar la comida fea supondría en no pocas ocasiones comprar máquinas nuevas o reconfigurar las existentes, con el gasto adicional consiguiente, que tal vez supere al beneficio de la venta de comida a bajo precio. Por lo tanto, esta sigue sin comercializarse de forma masiva.

Al fin y al cabo con su selección, las empresas se han adaptado al gusto estético del consumidor, que no estaría dispuesto a pagar por una zanahoria con dos troncos, o una patata de tres cabezas, lo mismo que ahora paga por una pieza de geometría perfecta. A este respecto la investigadora australiana Bethaney Turner publicó en diciembre de 2014 las conclusiones de un estudio sobre la ugly food. Para Turner, el bajo precio no evitará el desperdicio final de la comida, ya que el consumidor tiene muchos condicionantes que le empujarán hacia la pieza más hermosa.

La investigadora destaca el impulso de compra cuando los precios son muy favorables, pero en sus evaluaciones muchas veces esta compra de comida fea acaba finalmente en la basura, ya sea por su difícil manipulación con cuchillos y otras máquinas cortadoras y trituradoras, ya porque inconscientemente escogemos siempre lo más simétrico. Turner advierte que la moda de la comida fea no es una utopía realizable sin una importante labor de concienciación y educación del consumidor.

Dónde conseguir comida fea

En resumen, no: no es fácil conseguir comida fea en tus puntos de compra habituales ni tiene visos de serlo a no ser que la presión de los colectivos contra los descartes sea constante. La mayoría de los grupos siguen en activo, pero su activismo se hace notar solo con acciones puntuales y su actividad en las redes sociales. Así que si quieres llegar hasta la ugly food tendrás que adoptar otra estrategia de compra. Para empezar olvídate de supermercados y grandes distribuidores y centra tus esfuerzos en localizar la tienda de verduras orgánicas de tu barrio.

Seguramente trabajan con distribuidores locales y pequeños agricultores, si no es que venden sus propias cosechas y, aunque sea por razones puramente económicas, no suelen descartar la fruta y la verdura fea, a no ser que sea monstruosa. De todas formas, si tienen cosecha propia y les pides expresamente que traigan los descartes, es muy posible que se muestren encantados. Algunas tiendas incluso ofrecen los descartes a precio un poco más asequible.

Otra alternativa es acudir a las paradas de verdura del mercado que tengas más cercano y enterarte de cuáles trabajan con distribuidores locales o pequeños agricultores, si es que las hay. En tal caso, puedes pedirles que te reserven comida fea e incluso negociar un precio especial. Pero donde casi seguro que sí encontrarás verdura y fruta de descarte es en los mercados agrícolas callejeros de pueblos y ciudades. Abundan en comida fea, además de buena, y en las zonas rurales se puede acudir a ellos los fines de semana como mínimo.

En Barcelona toda la semana salvo domingos y durante la mayor parte del año se instala a las puertas del mercado de la Boquería el Mercat de les pageses, donde los agricultores venden el producto de temporada además de género de gran distribución, pero es fácil distinguirlo. En Madrid el primer sábado de cada mes se monta el Mercado agrario de la Casa de Campo, donde se puede comprar todo tipo de verduras ecológicas producidas en la comunidad. Podéis encontrar información de los mercadillos que se montan en toda España en la página Mercadillo Semanal.

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