La leche materna es, sin ninguna duda, el alimento más perfecto para el bebé. No solo porque contiene todos los nutrientes y aportes que el niño requiere, sino porque, además, su composición se va modificando con el paso del tiempo para acompañar el desarrollo de la criatura: le da al bebé lo que necesita en el momento en que lo necesita.
Por eso, la Organización Mundial de la Salud, la Asociación Española de Pediatría (AEP) y demás organismos especializados recomiendan que la lactancia materna sea la forma de alimentación exclusiva durante los primeros seis meses de vida, y que se mantenga en la dieta, combinada con otros productos, al menos hasta que el bebé cumpla un año.
El problema es que, por variadas circunstancias, muchos niños no pueden tomar leche materna. En estos casos, se debe recurrir a las llamadas leches de fórmula. ¿En qué consiste la leche de fórmula? Es una sustancia que se elabora a partir de la leche de vaca, la cual se modifica “para asemejarla a la leche materna en cuanto a contenido proteico”, según explican los protocolos de la AEP en un artículo sobre la ‘Alimentación del lactante sano’. El sistema digestivo del bebé, en sus primeros meses de vida, aún no está preparado para digerir leche de vaca normal.
Las leches de fórmula se comercializan sobre todo en tres presentaciones. La más popular es la leche en polvo; también existen las leches líquidas listas para usar y las leches líquidas concentradas. Por otra parte, no son todas iguales en cuanto a su composición. Están las fórmulas tipo 1 o de inicio, aconsejadas para los primeros seis meses de vida.
Después vienen las fórmulas tipo 2 o de continuación, para el segundo semestre. Las de este segundo grupo tienen una concentración mayor de proteínas y hierro, pero la diferencia es poco apreciable y puede compensarse muy bien con los alimentos sólidos que, a partir de los seis meses, los pediatras recomiendan introducir en la dieta del niño.
El bebé cumple un año: ¿fórmulas lácteas o leche de vaca?
Hay también un tercer tipo de leches de fórmula: las de tipo 3, también conocidas como junior o de crecimiento. Las empresas fabricantes las sugieren para bebés de un año de edad en adelante, y anuncian que estos productos aportan vitaminas, minerales, grasas modificadas y otros nutrientes necesarios para esa etapa.
El Manual práctico de nutrición en pediatría, elaborado por el Comité de Nutrición de la AEP en 2007, afirma que “es bueno mantener la leche materna o de fórmula adaptada de continuación hasta los 2 años”. Sin embargo, en un informe publicado en 2013, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria aseguraba que las fórmulas de tipo 3 no proporcionan ningún elemento que no se pueda obtener a través de una alimentación saludable y natural.
En cambio, sí podrían incluir “componentes inadecuados” -azúcares, sobre todo- que elevaran el riesgo de ingestas excesivas por parte de los niños. Por ello, el organismo destacaba que, en vez de fórmulas de crecimiento, es preferible la leche de vaca. En consecuencia, no existe un consenso.
Los profesionales de la salud admiten que se trata de un asunto “un poco controvertido”. En cualquier caso, sí coinciden en que a partir del año de vida los niños ya pueden tomar leche de vaca, y aprovechar sus numerosos beneficios.
Los beneficios de la leche de vaca
Desde que cumplen un año, entonces, los niños pueden tomar leche de vaca y demás productos lácteos, los cuales “constituyen un grupo de alimentos completo y equilibrado” cuyo consumo “mejora la calidad global de la dieta, en especial de calcio, potasio, magnesio, cinc, vitaminas A y D, riboflavina y folato”.
Así lo explican José Manuel Moreno Villares, pediatra de la Unidad de Nutrición Clínica del Hospital 12 de Octubre, y María José Galiano Segovia, del Centro de Salud Montessori, ambos de Madrid, en un documento publicado por la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria.
Dado que el calcio, según los mismos especialistas, “constituye el principal componente del hueso y es esencial para el mantenimiento de una buena salud ósea”, se recomiendan el consumo de dos raciones diarias en la primaria infancia. Cada ración equivale a 200-250 mililitros de leche, 125 mililitros de yogur o 40-50 gramos de queso curado.
Otros alimentos también proporcionan calcio, como el pescado, las yemas de huevo, la espinaca y las judías verdes, pero su aporte es bastante más bajo, por no hablar de las mayores dificultades para que los niños coman estos productos.
Moreno Villares y Galiano Segovia mencionan también que, “por razones no del todo conocidas”, en los últimos años ha habido “una campaña de desprestigio de la leche de vaca”, en la que se le han atribuido efectos nocivos para la salud. Los investigadores destacan que, sin embargo, esos efectos negativos solo se han hallado de forma recurrente en casos de ferropenia (déficit de hierro), pero casi siempre en bebés que habían tomado leche de vaca antes del año de vida, y en el caso puntual de alergia a las proteínas de la leche de vaca o intolerencia a la lactosa.
Si no existen estos cuadros, disminuir o eliminar la presencia de productos lácteos en la dieta del niño “puede contribuir a que no se cubran los requerimientos de nutrientes en algunos grupos de edad”, destacan estos pediatras. Los niños, de ese modo, quedarían expuestos a riesgos mayores que los que se pretenden evitar.
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Según los criterios de la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica, la existencia de un familiar directo con alergia a las proteínas de la leche de vaca implica para el niño un alto riesgo de padecerla también. Por lo tanto, la AEP recomienda extremar las precauciones.
Hay que tenerlo en cuenta especialmente durante el segundo semestre de vida del bebé, cuando se incorporan los alimentos sólidos, ya que muchas galletas y otros productos incluyen esas proteínas. En los niños con este riesgo, se deben evitar hasta que el niño cumpla un año.
En general, para prevenir la alergia a las proteínas de la leche de vaca, el Comité de Nutrición de la AEP sugiere a las mujeres una dieta equilibrada y saludable durante el embarazo, sin excluir lácteos ni ningún otro alimento considerado alergénico, como pescado o huevos. Y, como en todos los casos, la lactancia materna siempre que sea posible.
La intolerancia a la lactosa, por su parte, es excepcional en los recién nacidos, y cuando aparece suele hacerlo a partir de los 3 años de edad, y sobre todo en la edad adulta. Por ello, salvo en esos casos poco frecuentes, no debería ser un factor a considerar al momento de comenzar a dar leche de vaca al niño.