Cuatro trucos caseros para evitar que las plantas de interior se pongan amarillas

Jordi Sabaté

16 de abril de 2021 21:57 h

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¿De quién es la culpa de que la mayoría de nuestras plantas de interior desluzcan en un tono amarillento con las puntas de las hojas quemadas? La respuesta es muy sencilla: del agua, pero también nuestra como últimos responsables del riego. 

Si vivimos en una zona con aguas duras, lo que es habitual en buena parte de la península, el agua con la que regamos tendrá una concentración de cal en solución importante en dos formas: una como ion calcio (Ca2+) disuelto. Y la otra parte estará formando pequeños cristales en suspensión. Ambas partes en equilibro. 

Acontece que esta agua rica en cal tiende a subir el pH (bajar la acidez) del suelo regado, lo que va mal a las plantas de interior, la mayoría tropicales y por tanto acidófilas (de suelos ácidos, donde llueve constantemente), que precisan de grandes cantidades de hierro para lucir su verde intenso. De hecho, cuanto menos ácida sea el agua, más calcio contendrá.

En condiciones ácidas (pH bajo) el hierro del suelo es muy soluble, por lo que estará disponible para formar las moléculas de clorofila. Pero en condiciones de pH alto, el hierro se vuelve insoluble y precipita, por lo que las raíces ya no pueden absorberlo ni usarlo. 

Así, un suelo regado con agua dura, como la del grifo de todo el arco mediterráneo, a la larga será pobre en hierro y otros nutrientes, y las plantas que crezcan en él se mostrarán cloróticas; esto es amarillentas y con las puntas quemadas. 

En realidad todas las aguas del grifo contienen cal, pues se usa para corregir su acidez y evitar así problemas de caries o de corrosión de aparatos industriales o domésticos. Por lo tanto, los siguientes trucos para rebajar la cal del agua de riego sirven para casi todas las regiones del Estado. 

1. Dejar reposar el agua 48 horas

Es tal vez el truco menos eficaz pero también el menos arriesgado a la hora de cambiar el equilibro físico y químico del agua. Consiste en dejar el agua en reposo en una olla grande o bien una cuba, etc. 

Así, los cristales de calcio irán precipitando, y para mantener el equilibrio químico entre estos y los iones disueltos, los últimos pasarán a formar cristales en suspensión. No todos, pero cuando más tiempo dejemos, menos calcio soluble habrá. 

Después deberemos ser especialmente cuidadosos a la hora de trasegar este agua, de modo que no se remueva el fondo. Para ellos se puede trasponer el agua necesitada a una regadora con un cucharón de cocina. 

2. Acidificar el agua con vinagre o limón

Nos referimos a acidificarla ligeramente, de modo que al bajar su pH el Ca2+ se vuelva insoluble y precipite en forma de cristales, ya que estos no pueden afectar a la libre disposición de ion hierro soluble o Fe3+.

Nos bastará una cucharadita (con una cuchara cafetera) de vinagre o zumo de limón por cada litro de agua dura y después remover bien y dejar reposar unas horas. Luego el agua estará lista para regar. Puedes usar también ácido cítrico del que se emplea para cocinar. 

3. Abonar tus plantas con posos del café

Los posos del café, que tienen múltiples usos, son bastante ácidos y ricos en nutrientes para las plantas. Usados puntualmente como capa de abono, aunque tardan algo en dar resultados, acidifican el suelo y así evitan que las aguas duras suban el pH, con lo que hacen que el hierro siga disponible en forma Fe3+, la soluble. 

4. Hacerte tu propio abono de hierro

Esto es, fabricarte tu propio líquido de hierro soluble para echarlo a las plantas y sustituir el que precipita la cal. Solo necesitarás tornillos de hierro o piezas pequeñas que te sobren, una cucharadita de azufre del que se utiliza en huertos para matar hongos, una botella de agua de plástico vacía y un poco de agua destilada. 

El proceso es muy sencillo, aunque lleva una semana obtener un abono líquido en condiciones, pero una vez logrado, hay hierro para una larga temporada. En este vídeo se explica todo de una forma muy gráfica:

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