La alimentación, además de nutrir, contamina. Y mucho: supone más de la mitad del impacto medioambiental del consumo en España, según el informe presentado por el Ministerio de Consumo en mayo de este año.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) cifra este volumen de gases contaminantes en el 31% de las emisiones de gases de efecto invernadero que tuvieron lugar en 2021, siempre siguiendo el viaje desde la explotación ganadera u hortofrutícola a la mesa.
Entre los procesos contaminantes no solo hay que incluir los gases emitidos por el ganado o el coste de limpiar sus residuos, así como los pesticidas en los cultivos; también cuenta el transporte a grandes distancias, el procesado y ultraprocesado de los alimentos, el coste de su refrigeración, etc. Todo ello traducido en toneladas de CO2.
Esta situación, lógicamente, preocupa a no pocos consumidores, que desean tener referencias de la sostenibilidad de cada producto a la hora de escogerlo. Así lo refleja al menos el Informe Shopperview realizado por la Asociación de Fabricantes y Distribuidores de España (AECOC).
Según el mismo, más del 40% de los consumidores compra productos de proximidad y evita los de larga distancia. Por otro lado, casi un 40% de estos mismos consumidores habrían dejado de consumir ciertos productos por considerarlos poco sostenibles.
Es presumible que estos consumidores, y en general todos, verían con buenos ojos una etiqueta ambiental europea o como mínimo de su país de residencia, que les sirva de guía a la hora de realizar una elección sostenible.
Una marea de 'lavado verde'
Y de hecho, las compañías alimentarias parecen saberlo y aplican profusamente todo tipo de etiquetas “eco”, “bio”, “respetuoso con el medio”, etc., en sus productos, utilizándolas como una herramienta de marketing conocido como greenwashing, sin ningún fundamento técnico ni certificación detrás.
El objetivo en estos casos no es ayudar al consumidor a escoger productos sostenibles sino lavar la imagen de la empresa con una pátina “verde”. Hasta tal punto se ha prodigado esta técnica que la ONU se ha decidido luchar contra ella en bancos y gobiernos locales.
De hecho, la Comisión Europea (CE) informaba de que en 2020 existían en la Unión Europea más de 200 etiquetas medioambientales activas sin fundamento alguno detrás; en todo el mundo alcanzaban entonces las 450.
Volviendo al plano alimentario, ante esta marea de etiquetas sin fundamento, la Comisión Europea se ha decidido a entrar a regular la presentación de los productos alimentarios con el fin de prohibir cualquier etiquetado que no esté sustentado por una certificación de un tercero independiente o bien por hechos demostrados.
Así se pretende que ocurra en el futuro próximo con la propuesta de directiva del Parlamento Europeo y del Consejo, que modifica las Directivas 2005/29/CE y 2011/83/UE en lo que respecta al empoderamiento de los consumidores para la transición ecológica.
El objetivo es dar al consumidor “una mejor protección contra las prácticas desleales y una mejor información”, con la vista claramente puesta en las prácticas del greenwashing. Así, prohíbe hacer afirmaciones ambientales vagas y genéricas, como “respetuoso con el medio ambiente”, “eco” o “verde” sin sustento probado.
A esta propuesta de directiva se suma el llamado Pacto Verde Europeo, en funcionamiento desde 2019, y que en el apartado de los productos alimentarios señala que las etiquetas de sostenibilidad hechas por empresas deben estar sustentadas con un protocolo estandarizado para evaluar su impacto ambiental.
Huella Ambiental del Producto, la base para una etiqueta europea
La gran pregunta es sí se podrá de acuerdo la Comisión para crear una etiqueta de sostenibilidad ambiental para los productos alimentarios que se vendan en la UE. El primer escollo parece ser determinar cuál es la metodología unitaria que adoptar para definir la sostenibilidad ambiental de un producto, de modo que pueda comprarse con sus homólogos.
La mejor candidata es la llamada Huella Ambiental del Producto (HAP), que estudia el ciclo de producción de un alimento desde el productor primario hasta la mesa, y establece unos valores para cada proceso que sufre.
No tendría la misma HAP una fresa de el entorno de Doñana que otra de una zona donde el agua no sea un bien de alto valor ecológico.
La HAP no solo mide emisiones, sino también el consumo de recursos hídricos en la zona de origen, los componentes ambientalmente polémicos o la necesidad de combustibles fósiles en su creación, etc.
Así, no tendría la misma HAP una fresa del entorno de Doñana que otra de una zona donde el agua no sea un bien de alto valor ecológico. Ni una margarina realizada con aceite de palma no certificado, frente a otra con otras alternativas más sostenibles.
Pero por el momento, y dada la complejidad de la aplicación de unos estándares de certificación para la gran variedad de procesos alimentarios, el proyecto de una etiqueta ambiental europea ni siquiera ha arrancado.
Etiquetas francesas
No obstante, Francia es el país europeo que más ha avanzado en este campo, con dos prototipo de etiquetas en fase de pruebas. Por un lado está Eco-Score y por el otro Planet-Score.
Ambas utilizan un juego estético similar a las etiquetas de eficiencia energética, con letras y colores, y por consenso utilizan la base de datos Agribalyse, para establecer los patrones de contaminación de cada producto.
Dicha base está elaborada por la Agencia de Transición Ecológica del gobierno francés (ADEME) y por el Instituto Nacional de Investigación de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente de Francia (INRAE), y cuenta con más de 2.800 alimentos genéricos modelizados.
Los dos métodos de evaluación dan puntos extra si el producto tiene aspectos positivos para el medio más allá de su huella ambiental, y negativos si estos aspectos son especialmente nocivos, más allá de los estándares.
Estos pueden ser los materiales del envase, por ejemplo si se trata de plástico, algo que penaliza aunque el resto del proceso sea muy sostenible. Así, la diferencia entre uno y otro es que Planet-Score tiene en cuenta más elementos extra para mejorar la evaluación de la HAP.
Los dos están ya en fase experimental en algunas cadenas de supermercados, por lo que no sorprendería que Francia tuviera pronto vigente una de estas dos etiquetas.
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