Se dice que el tiempo es oro. Mucha gente afirma que haría muchas cosas que no hace si tuviera tiempo. Por ejemplo, leer más. Con el fin de aprovechar esas ideas y esos deseos de tantas personas, hacia finales de la década de 1950 surgieron las llamadas técnicas de lectura rápida. En los últimos tiempos, los cursos online y las aplicaciones para teléfonos móviles y tabletas que prometen ayudar a lograrlo han creado una especie de auge. Pero ¿cuánto hay de cierto en estos cursos? ¿Funcionan, o están más cerca de ser un timo que de otra cosa?
Hay, esto es indudable, gente que lee muy rápido. Muy rápido de verdad. La británica Anne Jones ostenta la marca de haber ganado seis veces el Campeonato Mundial de Lectura Rápida. En 2015 hizo una lectura en público del libro Ve y pon un centinela, la segunda novela de la autora de Matar un ruiseñor, Harper Lee. Para acabar el libro, que tiene cerca de 300 páginas, tardó 25 minutos y medio.
Otra de sus hazañas fue haber leído, en 2007, el séptimo tomo de la saga de Harry Potter en apenas 47 minutos, a la desconcertante velocidad de 4.251 palabras por minuto. La velocidad de lectura normal, en promedio, es de unas 250 palabras por minuto. Esto quiere decir que Anne Jones es capaz de multiplicar por 17 el ritmo normal, incluso el de un buen lector. Con estas cifras, el viejo de chiste de Woody Allen -“Hice un curso de lectura rápida y leí Guerra y paz en veinte minutos. Creo que habla de Rusia”- se convierte casi en una frase costumbrista.
Y el de Jones no es el único caso, desde luego. El español Ramón Campayo ganó ocho veces el campeonato mundial de memoria rápida y posee varios récords en esa materia, como haber memorizado un número binario de 40 dígitos en un segundo o haber recordado la posición de casi 500 palabras de un listado de 23.200 que no había visto (se las habían dictado durante 72 horas). Más allá de estas habilidades rayanas en lo inverosímil, Campayo lee a más de 2.500 palabras por minuto, y ha escrito manuales para aprender idiomas en siete días, además de un Curso definitivo de lectura rápida (EDAF, 2009).
Suprimir errores para leer de forma más veloz
Las técnicas de lectura rápida o ágil se basan en dejar de lado supuestos errores que los lectores cometen y que les llevan a gastar un tiempo excesivo frente a las páginas. Felipe Bernal Montes, responsable de la web LecturaAgil.com, enumera 21 errores, que se dividen entre los del lector básico y los del avanzado.
El primer grupo está compuesto por:
- Silabear o fragmentar las palabras.
- Saltarse renglones.
- Mover la cabeza para acompañar la lectura.
- Vocalizar los sonidos que se leen, ya sea en voz alta o mentalmente.
Estas cuestiones, según Bernal, impiden alcanzar el promedio normal de 250 palabras por minuto.
Entre los errores del lector avanzado, por su parte, se encuentran:
- Un exceso de fijaciones oculares: detener la vista en cada palabra que se lee y no en los bloques de texto.
- Retroceder y releer por falta de concentración.
- Insuficiencia de vocabulario.
- No saber para qué se lee; para Bernal, saber qué se quiere aprender es clave para leer más rápido un texto.
- No hacer un calentamiento previo -como un deportista- antes de una larga sesión de lectura o estudio.
En teoría, erradicar estos errores del lector avanzado es lo que permite dejar atrás la media de 250 palabras por minuto y llegar hasta las mil o ir incluso más allá. Y esto se logra, por ejemplo, al reducir el número de fijaciones oculares: el objetivo es que una misma fijación permita capturar no una palabra, sino un conjunto de palabras, incluso párrafos enteros.
Por otro lado, Bernal asegura que “la lectura lenta no mantiene el cerebro lo suficientemente ocupado, por lo que empieza a pensar en cualquier cosa, menos en lo que estamos leyendo”. Esa desconcentración, a su vez, crea una especie de círculo vicioso, ya que ralentiza aún más la lectura.
Concentración y vocabulario, claves en la lectura
Las técnicas de lectura rápida “siempre han funcionado normalmente bien”, explica Manuel Martín-Loeches, director de la sección departamental de Psicobiología y miembro del Centro Mixto de Evolución y Comportamiento Humano, compuesto por expertos de la Universidad Complutense de Madrid y del Instituto de Salud Carlos III. “No son una panacea, pero pueden ser recomendables. Son técnicas que mejoran el rendimiento, además de que ayudan a concentrarse en la lectura y no divagar, lo que ayuda a ser más eficiente”.
Martín-Loeches destaca un punto en el que, en general, los métodos de lectura rápida apenas insisten: el vocabulario. “Conocer el significado de las palabras es fundamental para la lectura -apunta-, y se tarda menos tiempo en acceder al sentido si la palabra es conocida y se usa con cierta frecuencia. Las desconocidas ralentizan la lectura en todos los casos”. Por eso, algunas técnicas aconsejan parar y buscar en el diccionario cada vez que no se sepa el significado de algún término. Aunque esto retrasa la lectura en una primera instancia, el efecto a largo plazo será, dicen sus cultores, el opuesto.
¿A la lectura rápida puede acceder cualquiera o hace falta cumplir con ciertos requisitos? Está abierto a todo el mundo, explica Martín-Loeches, “salvo algunos casos con trastornos relacionados con el lenguaje, como por ejemplo la dislexia”. De todos modos, añade el especialista, “incluso en estos casos la práctica conllevaría resultados positivos”. Además, como se trata de una “destreza adquirida”, la práctica es fundamental: sin práctica se perdería la eficacia.
Los límites de la lectura rápida
Las empresas que dictan cursos de lectura rápida enumeran ventajas que van mucho más allá de aprovechar mejor el tiempo: hablan de obtener ascensos laborales o comenzar un exitoso negocio propio, mejorar la relación de pareja o asumir hábitos de alimentación saludables. ¿De qué modo? Lo que sostienen es que, al leer más rápido, la persona podrá adquirir muchos más conocimientos a través de libros para mejorar en todos esos ámbitos. De hecho, como ya se ha señalado, Ramón Campayo ha publicado libros acerca de cómo aprender idiomas como inglés o alemán en apenas una semana.
Sin embargo, un equipo de investigadores de Estados Unidos ha realizado diversas pruebas para comprobar la eficacia de los métodos de lectura rápida y sus conclusiones son un llamado a la cautela. El trabajo, publicado el año pasado en la revista especializada Psychological Science in the Public Interest, afirma que no hay “fórmulas mágicas” para aumentar la velocidad de la lectura, y que el aumento de esa velocidad tiene consecuencias en lo que el lector entenderá y recordará de lo leído.
“Es improbable -afirma el documento- que las personas sean capaces de duplicar o triplicar su velocidad de lectura -es decir, llevarla de 250 a 500 o 700 palabras por minuto- y que, al mismo tiempo, sigan siendo capaces de entender el texto tal como lo hacen al leer a velocidad normal”. Los investigadores apuntan que, en ciertos escenarios, es tolerable e incluso aconsejable una pérdida en la comprensión a cambio de la velocidad.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando el contenido general del texto ya se conoce, pero se busca algún dato específico que está incluido en él. Pero esto no es lo normal. En la mayoría de los casos, hace falta una lectura a velocidad normal para entender el texto y adquirir información, e incluso a menudo hace falta releer fragmentos anteriores para asegurarse una comprensión adecuada. En todo caso, los científicos sugieren practicar la lectura y proponerse adquirir vocabulario nuevo, como un modo de ganar velocidad sin perder comprensión.
Por otra parte, uno de los objetivos de la lectura sigue siendo obtener placer, y cabe preguntarse si el placer de una novela de 300 páginas como Ve y pon un centinela, de Harper Lee, es el mismo si se disfruta al ritmo normal que si se lee en 25 minutos. Proponerse hacerlo de esta manera es, por supuesto, decisión de cada uno.
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