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Mal olor corporal: nueve consejos para evitarlo

Eric Santaona

31 de agosto de 2023 06:00 h

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No son pocas las personas cuyo sudor constituye un problema, tanto para ellas como para su convivencia con otros. El motivo es que dicho sudor no es neutro olfativamente sino que tiene un olor característico y desagradable, similar a los productos fermentados como el queso, debido a las sustancias volátiles que se desprenden del mismo.

Estas personas, generalmente, sufren un estigma social que afecta a sus relaciones tanto como a su salud psicológica y su autoestima, por lo que buscan muchas veces ayuda médica a un problema que puede tener múltiples causas. Pero existen una serie de medidas que, aunque no solucionen el problema de raíz, pueden prevenirlo y aminorarlo, especialmente en épocas de calor, cuando el sudor es más abundante y por tanto nos expone más.

Las causas del mal olor corporal

Realmente el atributo “mal” añadido a “olor corporal” es un concepto subjetivo, pues deberíamos referirnos estrictamente a que lo normal es que el sudor no presente olores especiales debido a su composición, y que cuando los presente estos suelan molestar a nuestro sistema olfativo, aunque no necesariamente por ellos mismos sean malos.

El sudor es una sustancia importante en la regulación de nuestra temperatura corporal, ya que se emite a través de unas determinadas glándulas con la intención de que se evapore y, con ello, podamos enfriar nuestro cuerpo en momentos de calor.

Las glándulas encargadas de la emisión de sudor son de dos tipos. Por un lado, están las glándulas ecrinas, distribuidas por toda la superficie de nuestro cuerpo y encargadas de la sudoración masiva con fines de regulación térmica. Por otro lado están las glándulas apocrinas, más centradas en la zona donde tenemos vello, especialmente en axilas, cejas y genitales, pero también presentes en los pies, y que están ocupando funciones más concretas, como la secreción hormonal, por lo que emiten un sudor más concentrado.

El sudor se compone principalmente de agua, pero también de cloruro sódico, de azúcares libres, de ácido láctico, un subproducto fermentativo de los azúcares, de urea y de residuos proteicos; además de otras sales. En este sentido se parece a la composición química de la orina. En principio no debe tener olor, pero se atribuye a la flora bacteriana saprófita que tenemos en nuestra piel, y que se encarga de descomponerlo, el que en algunas ocasiones pueda generar subproductos con olor desagradable, similares a ácidos grasos enranciados.

Se cree que la presencia de determinadas especies bacterianas en la flora de la piel, así como un equilibrio poblacional descompensado en dichas bacterias, podría favorecer a las que degradan los componentes del sudor dando lugar a compuestos con olor desagradable. Por descontado, en las zonas donde el sudor aparece más concentrado en sus compuestos, y con menos proporción de agua, es donde mayores emisiones de compuestos volátiles se producirán y, por lo tanto, encontraremos un foco de mal olor. Por eso hablamos de olores más fuertes en las axilas, en las plantas de los pies o en la zona de los genitales. No obstante, en realidad las bacterias descomponen en el sudor en cualquier parte del cuerpo.

Varias son las causas que favorecen el mal olor corporal y que pueden controlarse. Y otras, sobre las que, aunque no se puede ejercer control, sí se puede prevenir su intensidad y, por lo tanto, aminorar los efectos. Entre las más destacables, la Clínica Mayo cita las siguientes:

  • La genética: los genes no inciden sobre el olor del sudor, pero sí sobre la cantidad de sudor que emitimos. Así, una persona que suda más de la cuenta, lo que conocemos como hiperhidrosis, tendrá unos padres que padecen el mismo trastorno. Evidentemente, quien más suda tiene más probabilidad de emitir malos olores si sus bacterias descomponen de manera incorrecta los componentes del sudor.
  • La postmenopausia: la fase posterior a la menopausia tiene una afectación en numerosas mujeres que se expresa en una alteración de la regulación térmica y que da lugar a episodios continuos de frío y calor y también de abundante sudor.
  • La alimentación: en muchos alimentos existen compuestos especialmente volátiles que no se metabolizan en el intestino, sino que pasan a la sangre y de ahí pueden ser expulsados por las glándulas sudoríparas, por lo que si estos compuestos tienen un olor característico, el mismo será emitido por nuestra piel a través del sudor. Por otro lado, como se explica en este artículo científico de la Universidad de Melbourne, determinados alimentos de alto contenido calórico pueden generar metabolitos volátiles en el sudor de olor desagradable.
  • Falta de higiene: lógicamente, si sudamos mucho y no eliminamos dicho sudor con agua, sobre nuestra piel se irán concentrando los componentes del sudor que crearán un caldo alimenticio ideal para las bacterias, que a su vez, al fermentarlo, emitirán una mayor cantidad de compuestos volátiles de olor desagradable.

Cómo evitar o aminorar el mal olor corporal

Como no podemos impedir sudar en épocas de calor, procuraremos, al menos, incidir en aquellos aspectos que eviten que nuestro sudor pueda generar malos olores corporales. La Sociedad Internacional contra la Hiperhidrosis recomienda las siguientes:

  • Ducharnos con mayor regularidad: en verano, cuando hace más calor y por tanto más sudamos, procuraremos ducharnos a diario e incluso varias veces al día, evitando utilizar jabones, pero sí dejando que el agua arrastre todo el sudor emitido que queda depositado en la piel en forma de los componentes arriba citados. De este modo, daremos menos oportunidad a las bacterias saprofitas de fermentarlos. Por descontado, tras hacer ejercicio físico dejaremos pasar poco tiempo antes de darnos una ducha.
  • Vestir ropas ligeras y que permitan la transpiración: el objetivo es, si bien no evitar la sudoración, que como ya hemos comentado es positiva para nuestra termorregulación, sí favorecer la transpiración y evaporación del agua, de modo que no aumentemos el calor corporal por culpa de los tejidos, y con ello no provoquemos una mayor sudoración.
  • Beber agua y mantenernos bien hidratados: al contrario de lo que muchas personas piensan, beber agua no nos hace sudar más sino todo lo contrario, ya que al disponer de una mayor hidratación corporal, la termorregulación funcionará con mayor eficacia y no necesitaremos sudar tanto para regular la temperatura. Por otro lado, nuestro sudor tendrá la composición de agua necesaria y, por lo tanto, los otros componentes susceptibles de ser fermentados no estarán tan concentrados.
  • No aplicarnos un antitranspirante por la mañana, sino por la noche: el motivo es que es más eficaz, ya que por la noche sudamos menos y por lo tanto damos tiempo al antitranspirante a que forme los tapones adecuados en los poros para evitar la sudoración. En cambio, si lo hacemos de mañana, cuando seguramente transpiramos con mayor flujo, el propio sudor irá lavando el antitranspirante y no dejará obturar los poros.

Por su parte, la Clínica Mayo hace especial referencia a la dieta como fuente de posibles malos olores corporales. Por un lado, están los productos que pueden contener por sí mismos sustancias volátiles, como por ejemplo el ajo o la cebolla, que aportan óxidos de azufre o sulfóxidos, especialmente fuertes en su olor. Los sulfóxidos, si bien no son tóxicos, pueden pasar fácilmente al torrente sanguíneo y de ahí a los tejidos para ser expulsados.

En el caso del ajo destaca la aloína y en la cebolla el sulfóxido de triopropanal, muy similar en olor al gas propano. Por otro lado, también el picante provoca una mayor sudoración y por tanto favorece los olores corporales fuertes. Y como ya se ha comentado, los azúcares también pueden terminar incidiendo en la composición del sudor. Del mismo modo, el exceso de alcohol genera productos metabólicos que pueden dar lugar a olores desagradables y, en general, todos los productos ultraprocesados. Y lo mismo sucede con el café.

Finalmente, si vemos que el problema es muy acentuado o persiste tras las prácticas recomendadas, conviene no descartar la visita a un dermatólogo que nos pueda orientar sobre algún tipo de jabón germicida o cremas antibacterianas que aplicarnos. Opcionalmente existen las inyecciones de bótox, pero siempre deben de estar coordinadas y aplicadas por un especialista.