La demanda de alimentos ecológicos está creciendo rápidamente en todo el mundo y España no es una excepción. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2020, el gasto por persona y año en productos ecológicos llegó a los 53,41 euros. No es mucho: solo un 2,48% del gasto total en alimentos, pero representa un crecimiento del 6,10% respecto del año anterior.
Los alimentos ecológicos, llamados “bio” en Francia y orgánicos en Estados Unidos, plantean muchas cuestiones y son objeto de mitos propagados por igual por productores y consumidores.
Se asume que son más saludables, mejores para el medio ambiente, producen menos emisiones y no utilizan pesticidas. Sin embargo, muy pocas de estas afirmaciones tienen una sólida evidencia científica. Solo una cosa es cierta: los productos orgánicos son más caros.
Esto no quiere decir que los alimentos orgánicos sean malos. Todo lo contrario: hay estudios que les atribuyen algunos beneficios nutricionales y medioambientales. Pero estas ventajas son mínimas, y la publicidad y las afirmaciones exageradas que popularmente se hacen sobre ellos están alejadas de la evidencia.
Para terminar de complicar el asunto, la regulación sobre alimentos ecológicos es muy diferente en Estados Unidos y en la Unión Europea, pero aún así se asumen como ciertas informaciones que provienen de Estados Unidos que no tienen aplicación aquí, donde las regulaciones son mucho más estrictas.
Mito: solo los productos orgánicos están libres de hormonas
La leche y la carne ecológica en Estados Unidos no puede proceder de vacas tratadas con hormonas, a diferencia de los mismos productos convencionales en aquel país, donde se permite.
Sin embargo, el uso de hormonas en el ganado está prohibido desde 1981 en toda la Unión Europea, en todo tipo de productos, así como la importación de productos animales tratados con hormonas. Por tanto, en Europa no tiene sentido afirmar que la leche ecológica es mejor porque no contiene hormonas.
Mito: solo los alimentos orgánicos están libres de transgénicos
En Estados Unidos muchos cultivos transgénicos se utilizan para fabricar ingredientes que los estadounidenses consumen. El maíz transgénico se convierte en fécula, jarabe y aceite de maíz, así como el aceite de soja, el aceite de colza o el azúcar granulado, que luego aparecen como ingredientes en otros alimentos procesados.
Algunas frutas y verduras frescas están disponibles en las tiendas en variedades transgénicas como las patatas, los calabacines, las manzanas, las papayas y las piñas rosas. De nuevo, en la Unión Europea las cosas son distintas.
La regulación Europea prohibe, en efecto, los transgénicos en la producción orgánica de alimentos y piensos. Pero además, también hace muy difícil que haya alimentos transgénicos en la producción convencional.
Desde 2010, la UE trata todos los cultivos modificados genéticamente, junto con los alimentos irradiados, como “nuevos alimentos”. Están sujetos a una amplia evaluación alimentaria, caso por caso y con base científica, por parte de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Hasta ahora se han autorizado 58 transgénicos para su consumo en la UE. Entre ellos figuran el maíz, el algodón, la soja, la colza y la remolacha azucarera, y otros 58 están a la espera de aprobación.
La mayoría de los autorizados se utilizan para alimentar a los animales de granja. En unos pocos casos, algunos alimentos importados también pueden contenerlos, pero en ese caso la UE obliga a etiquetar los productos que contienen transgénicos. Si no ves la etiqueta, tu producto no es transgénico, aunque no sea orgánico.
Mito: los alimentos orgánicos están libres de pesticidas
Los alimentos orgánicos usan también pesticidas, que son sustancias tóxicas, por muy naturales que sean. La Unión Europea aboga por la llamada IPM (Integrated Pest Management, gestión integrada de plagas), una combinación de técnicas dirigida a reducir al máximo el uso de pesticidas y herbicidas.
Entre ellas se encuentran la rotación de cultivos y selección de los tiempos de siembra, el uso de variedades resistentes a plagas, y de organismos beneficiosos, por ejemplo, usar mariquitas para eliminar a los pulgones. Pero es raro que estas sean las únicas medidas empleadas.
Según la regulación europea, en la producción de alimentos orgánicos no se pueden emplear pesticidas ni herbicidas sintéticos. Pero esto no quiere decir que no se empleen pesticidas, ya que se aceptan aquellos que se pueden encontrar en la naturaleza. Estos son los pesticidas “naturales” permitidos:
- Boro: tóxico para el cerebro, el hígado y el corazón.
- Ácido acético (vinagre concentrado al 90%): puede quemar los ojos y mata a las abejas.
- Sulfato de cobre: se usa como fungicida y es corrosivo para la piel y los ojos, puede dañar el hígado, afecta gravemente a peces, anfibios, cangrejos, moluscos. aves, hámsters y ratas. Además se acumula en el medio ambiente. La Unión Europea ha ampliado la autorización para su uso de cultivos orgánicos en 2018.
- Peróxido de hidrógeno (agua oxigenada): altamente tóxico para las abejas.
- Azufre calcáreo: muy tóxico para las lombrices.
- Azadiractina: usada como acaricida, muy tóxica para las abejas.
- Extractos concentrados de citronella, eucalipto, ajo: tóxicos para las abejas.
El herbicida glifosato, el producto químico agrícola más utilizado del mundo, fue recientemente reclasificado por el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC) de la OMS como “probablemente cancerígeno”, lo que indica que su sustitución por permitidas orgánicos podría reducir el posible riesgo.
La Unión Europea no va a renovar el permiso para el uso de glifosato, con lo que a partir de este año ningún alimento convencional podrá tener contacto con esta sustancia. Por último, para la mayoría de los pesticidas orgánicos no se requieren tests de toxicidad, cosa que todos los pesticidas sintéticos sí tienen que pasar antes de ser aprobados.
En el último análisis de la UE sobre los residuos de pesticidas en los alimentos, incluyendo los no orgánicos, se encontró que solo un 3,6% de entre las miles de muestras superaban los niveles permitidos. Es decir, la inmensa mayoría de los productos agrícolas no orgánicos en Europa son seguros.
Mito: los alimentos orgánicos son más saludables
Algunas personas creen que al no utilizar productos químicos sintéticos ni organismos genéticamente modificados, la agricultura ecológica produce alimentos más saludables y nutritivos.
Sin embargo, la ciencia no ha podido encontrar hasta la fecha ninguna prueba definitiva de que los alimentos ecológicos sean más saludables que los no ecológicos, y eso que los científicos llevan más de 50 años comparándolos.
En una revisión sistemática de 35 estudios publicada en 2020 se encontró que, en efecto, hay algunos beneficios, como una ligera reducción de los restos de plaguicidas. Los resultados también muestran menor incidencia de algunas enfermedades como la diabetes y las alergias.
Pero los investigadores indican que eso podría ser debido a que las personas que consumen alimentos orgánicos suelen tener una mayor preocupación por su dieta y su salud, lo que influye en los resultados más que los productos que consumen.
Otra revisión de este mismo año encontró que la contaminación por aflatoxinas (toxinas cancerígenas del moho) y la contaminación bacteriana es más común en la agricultura ecológica, y que los estudios consultados no encontraban que la calidad sensorial y nutricional fuera superior a los alimentos convencionales.
Precisamente en cuanto a las propiedades nutricionales, otra extensa revisión de 2017 asegura que las diferencias entre los alimentos orgánicos y convencionales eran mínimas.
Los alimentos orgánicos tenían un contenido superior en fenoles en frutas y vegetales, menos cadmio en los cereales, y más omega-3 en los lácteos y carnes, pero en ningún caso en cantidades suficientes para ser significativas nutricionalmente.
Mito: solo los lácteos y la carne orgánicos están libres de antibióticos
La regulación europea sobre la ganadería orgánica prohibe el uso de antibióticos de forma preventiva, solo para el tratamiento de animales enfermos. Pero incluso la regulación para los alimentos convencionales ha sido muy estricta en los últimos años.
Y se han impuesto límites en la cantidad de restos de antibióticos que pueden aparecer en los lácteos, carne y huevos. A partir de enero de 2022, la normativa general en la UE es mucho más restrictiva: no se pueden usar antibióticos en el ganado de forma preventiva en ningún caso.
Con estas medidas se pretende acabar no con el riesgo para las personas, que ya era insignificante con la regulación anterior (los restos de antibióticos en la carne y la leche estaban limitados a cantidades ínfimas que no podían afectar a la salud), sino con el riesgo de que se desarrollen superbacterias, es decir bacterias resistentes a los antibióticos en los animales y que después puedan infectar a las personas.
Mito: los alimentos orgánicos saben mejor
Sobre gustos no hay nada escrito, la percepción del sabor es muy relativa y se ve influida, por ejemplo, por la etiqueta del producto. En el caso de los alimentos orgánicos, las encuestas indican que los consumidores los perciben como más sabrosos, además de más sanos y nutritivos.
Pero cuando se han realizado catas ciegas, como una muy extensa en el Reino Unido, los participantes no pudieron distinguir entre los alimentos orgánicos y los convencionales de una calidad similar, y en ocasiones prefirieron los convencionales por su sabor. Otro estudio anterior tampoco había encontrado diferencias al comparar la leche orgánica con la convencional.
Cierto a medias: los alimentos orgánicos son más sostenibles
En muchos sentidos, los alimentos orgánicos sí son más sostenibles y respetuosos con el medio ambiente que los convencionales. La rotación de las cosechas perjudica menos los suelos, se usa menos cantidad de fertilizantes sintéticos, menos plaguicidas y pesticidas que se filtran en los acuíferos y contaminan las aguas.
También promueven una mayor biodiversidad, al permitir que subsistan más plantas, animales y microorganismos alrededor de estos cultivos y explotaciones.
Sin embargo, los pesticidas utilizados en la agricultura orgánica también son perjudiciales para los polinizadores, como las abejas, y otros insectos beneficiosos, y tóxicos para los agricultores que trabajan con ellos.
Además, la agricultura ecológica tiene un rendimiento un 20% inferior a la convencional. Esto supone un 20% menos de biomasa por unidad de superficie, y un 20% menos de captura de carbono, que podría estar retirándose de la atmósfera.
Por último, la agricultura ecológica pierde todo el sentido cuando no es local. Los aguacates orgánicos de Chile y los espárragos orgánicos de Perú han provocado muchas más emisiones en su transporte que la producción convencional de los mismos productos cerca de casa.
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