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Cómo rescatar una planta a la que has ahogado en agua

Eva San Martín

23 de febrero de 2021 22:46 h

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¿Quieres dejar de matar tus plantas? Olvídate de regarlas tanto. Cuando se trata de las plantas de interior, casi siempre el exceso de mimos resulta un mayor problema que la carencia de ellos. De hecho, el exceso de agua es la causa de muerte más reconocida de potos, suculentas y costillas de Adán, por citar solo algunas. 

Algo que resulta especialmente cierto durante los meses fríos, cuando no necesitan tanta humedad; y también entre los recién llegados al, a veces, abrumador mundo de la jardinería. Dedicar tiempo al cuidado de tus plantas no tiene nada malo, pero no te propases con el agua. 

El exceso de humedad destroza las paredes de las células vegetales, y puede acabar por matarlas. ¿Cómo saber cuándo tu poto está en peligro? Aunque unas raíces marchitas o encharcadas no resulten visibles a simple vista, hay pistas que advierten de que tu planta sufre. 

Entre ellas, unas hojas amarillentas, uno de los primeros síntomas de que las cosas bajo tierra no van bien. 

Unas hojas marchitas, débiles o blandas también suelen delatar problemas. El exceso de agua tapona los canales de circulación del aire en la tierra; y, sin oxígeno, las células de las raíces empiezan a pudrirse y a morir

Las bacterias y los hongos hacen el resto: estos organismos proliferan en condiciones de exceso de humedad, por lo que una infección se extenderá rápidamente por tu planta. Si te ha ocurrido, y ya has ahogado tu planta, coge aire. Existen cinco trucos sencillos para resucitar tu amiga vegetal, y devolverla a la vida. 

1. Saca tu planta de la maceta

Lo primero: saca la planta de su maceta, y echa un buen vistazo a esas raíces. Si están blandas, viscosas y han adquirido un tono marrón (en lugar de su color blanco habitual), tienen demasiada agua. 

Otra señal que delata el exceso de humedad es la tierra que las rodea: si está empapada y huele a cieno y putrefacción, hay que limpiarla bien bajo el grifo o en un recipiente lleno de agua, hasta retirarla por completo de las raíces. 

2. Corta las raíces blandas o marrones

Saca las tijeras y deshazte de todas esas raíces marrones y viscosas. Tu planta solo necesita aquellas raíces sanas y blancas. Y aprovecha para eliminar también las hojas en mal estado, amarilleadas por la falta de oxígeno. 

Si durante el proceso te quedas solo con un pequeño manojo de raíces sanas, poda las hojas y tallos hasta dejar una porción similar. Lo que tu planta necesita es un equilibrio entre la parte superior (hojas y tallos) y la inferior (raíces). 

Un sistema radicular muy delgado no podrá alimentar a una planta demasiado frondosa y acabará por debilitarse. [Aquí tienes siete plantas casi inmortales, aptas para manazas y primerizos.]

3. Cambia la maceta (o limpia bien la suya)

Dale a tu planta un buen remojón, y vuelve a colocarla en una maceta con tierra nueva, y que drene bien. Cualquier sustrato universal de jardinería debería valer. Pero asegúrate de que la maceta tiene agujeros suficientes para permitir la salida del agua. 

Si decides recuperar la vieja maceta, límpiala bien antes. Usa un detergente y frota bien las paredes para eliminar los restos de la tierra contaminada, así como posibles hongos o bacterias que puedan quedar. Y aclárala a conciencia antes de volver a llenarla de tierra. [Hace unas semanas te contamos cómo escoger el tamaño perfecto de tu maceta.]

4. Usa una infusión de manzanilla

Un truco para recuperar tu planta del ahogo y de sus consecuencias, es regarla en profundidad (solo esta vez) con una infusión de manzanilla ya fría, en lugar de solo con agua. No es habladuría popular: la manzanilla, dice la ciencia, contiene químicos antifúngicos y antibacterianos que la planta utiliza de forma natural para defenderse de estas infecciones. 

Hay más: la manzanilla también resulta mucho más barata que los preparados antihongos que venden en el vivero; así que merece la pena darle una oportunidad. Y hay muchas posibilidades de que ya tengas algún saco de esta infusión en la cocina. 

5. Y usa el truco del dedo (para regar)

Por lo demás, deja que la planta se recupere: colócala en un rincón soleado, pero alejado de la luz solar directa. Y, a partir de ahora, coge la regadera con mesura. Hay plantas que prefieren los riegos regulares, cada dos o cuatro días, como los helechos o la llamada lágrima de bebé (Helxine soleirolii). 

Pero muchas otras, la gran mayoría, prefieren que esperes hasta tener la tierra seca. Y si algo sabemos, es que a ninguna planta (a no ser que se trate de una acuática o de medios pantanosos) le gusta tener las raíces encharcadas. 

No te compliques: basta con utilizar tu dedo. Si lo introduces en la tierra (hasta la segunda falange), y está seca, toca regar. Si no, olvídate de la regadera. Con el tiempo, desarrollarás la habilidad, y sabrás de forma casi instintiva cuándo tu monstera te pide una regadera.

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