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Dormir en verano resulta un auténtico desafío para algunas personas. El principal motivo -aunque no el único- son las altas temperaturas. Una forma de aliviar la sensación de calor durante las noches tórridas consiste en usar las sábanas más apropiadas de acuerdo con cada región.
¿Cada cuánto hay que cambiar esas sábanas? ¿Influye la estación del año en la frecuencia con que se deben lavar? La respuesta a este último interrogante es que sí, por una razón lógica: cuando hace calor sudamos más, y el sudor ensucia las prendas que entran en contacto con nuestro cuerpo.
A menudo no lo tenemos presente, pero cualquier persona está en contacto con la ropa de cama durante un tercio de su tiempo. Un estudio de científicos británicos menciona que una persona adulta, mientras duerme, puede producir hasta 100 litros de sudor cada año. Esto hace de la cama, según el documento, un “medio ideal para el cultivo de hongos”.
Residuos del cuerpo y otras sustancias que ensucian las sábanas
Tal contaminación no se produce solo con sudor, desde luego. Muchos otros residuos del cuerpo van a parar a las sábanas, como células muertas, saliva, pelos, secreciones, restos de orina y otras sustancias.
Además, la cantidad de desechos corporales que quedan en la cama es mayor si se duerme con poca ropa o desnudo. Esta práctica es más habitual en verano pero puede mantenerse durante todo el año, ya que ofrece algunos beneficios.
La suciedad de las sábanas no se limita a los residuos del cuerpo: también hay que considerar los restos de maquillaje, cremas y demás cosméticos, pelos de animales, bacterias, hongos, polen, polvo y una multitud de otras partículas que las personas suelen llevar -sin reparar en ello- de su vida cotidiana al lecho.
Para tener una idea, basta un dato: se estima que en una almohada de seis años de uso, el 10% de su peso corresponde a “piel desprendida, ácaros vivos, ácaros muertos y excrementos de ácaros”. A tan desagradables hallazgos había llegado hace ya dos décadas John Maunder, experto del Centro Médico Entomológico Británico.
El estudio citado más arriba, por su parte, halló hasta 17 especies diferentes de hongos en almohadas de entre un año y medio y veinte de antigüedad. El trabajo analizó tanto almohadas de plumas como de materiales sintéticos.
Con las almohadas y sus fundas existe el agravante de que están en contacto directo con la cara, poniendo en riesgo partes delicadas como los ojos, la boca, la nariz y los oídos. Si se tiene en cuenta que, en general, somos cada vez más alérgicos, y que el polen y la contaminación ambiental son dos factores claves en este sentido, la higiene de la ropa de cama se torna fundamental.
Y eso no es lo único. Una higiene incorrecta en las sábanas y ropa de cama puede causar irritación en la piel, eccemas y otros problemas, que en principio pueden ocasionar molestias para un sueño saludable y, con el tiempo, derivar en inconvenientes mayores.
Frecuencia recomendada para cambiar las sábanas
Volvamos entonces a la pregunta inicial: ¿cada cuánto hay que cambiar las sábanas? En general, una vez a la semana es una buena frecuencia, según ha explicado en un artículo Philip Tierno, microbiólogo y patólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York.
Pero en verano, por todo lo explicado hasta aquí, la recomendación es que la frecuencia sea mayor, y que las sábanas se cambien cada tres o cuatro días. O con más frecuencia aún, en el caso de personas que sudan mucho o en regiones con mucha humedad, pues esta última favorece la proliferación de microorganismos.
Ese lavado, además, en lo posible debe hacerse con agua caliente, con programas de 40 o 60 ºC, pues de ese modo se actúa realmente contra los ácaros. En palabras de John Maunder, “si lavas la ropa con parásitos a bajas temperaturas, lo único que consigues son parásitos más limpios”.
A propósito de la humedad, hay que procurar que las sábanas (y todas las prendas, en realidad) estén bien secas antes de devolverlas al armario. Guardarlas húmedas también equivale a hacerles un favor a los ácaros y demás microbios.
Otra forma de reducir la presencia de esos seres es, curiosamente, dejar la cama sin hacer, como lo comprobó un estudio de la Universidad de Kingston, en el Reino Unido. Esto se debe a que las condiciones en el “interior” de la cama -es decir, el espacio que queda entre las sábanas bajeras y encimeras- son las que más ayudan a esas plagas: más cálidas, húmedas y oscuras.
Si las sábanas y mantas quedan desordenadas, ese espacio “interior” será más reducido. Por supuesto, airear las habitaciones -la ventilación cruzada no solo es efectiva contra la covid- y el acceso de luz natural también son claves para la higiene de la cama.
Limpiar el colchón, también clave
Por lo demás, los parásitos se alojan y dejan su suciedad no sólo en las sábanas y almohadas, sino también en el colchón. Por eso, su limpieza también se torna fundamental (además de que, según la Fundación Nacional del Sueño de Estados Unidos, el colchón debería reemplazarse cada seis u ocho años).
La limpieza del colchón consta de algunos pasos esenciales. El primero consiste en pasar la aspiradora -como si fuera una alfombra- para retirar de esa forma la mayor cantidad de microorganismos y partículas de suciedad. Después, si se detectan manchas de sudor, sangre, etc., hay que limpiarlas con jabón y agua fría.
Por último, se aconseja aplicar bicarbonato de sodio sobre toda la superficie del colchón, para que esa sustancia absorba la humedad y neutralice el olor. Y, tras unas ocho horas, volver a aspirar, para quitar el bicarbonato.
Esta limpieza del colchón se recomienda cada seis meses, a menos que se produzca una mancha importante. En ese caso, conviene actuar sobre ella antes de que se seque demasiado, para evitar que se impregne en los tejidos y sea mucho más difícil, o imposible, de retirar.
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