Comenzar el año consumiendo menos: así dejé de comprar (muchas) cosas innecesarias
La pandemia supuso un cambio radical en la vida de muchas personas. Para algunas marcó el comienzo de su afición a elaborar pan con masa madre, mientras que otras empezaron a hacer deporte o aprendieron a tocar el ukelele. En mi caso, ya hacía todo eso antes de la pandemia, así que, en su lugar, me dio por el minimalismo.
Pasar semana tras semana solo en casa sin contacto directo con otras personas me hizo recapacitar sobre aquello que tenía más presente: los objetos que poseía. Por un lado me sentía satisfecho por tener una sartén de acero al carbono que sabía que duraría toda la vida, y que se volvía más antiadherente con el uso, y unas cómodas botas de cuero y Goretex que me protegían del frío cuando salía a hacer la compra.
Por otro, tuve que contemplar un armario repleto de pantalones, camisas y jerséis (de los cuales solo usaba unos pocos) demasiados pares de chanclas, y cajones a rebosar de gadgets electrónicos, desde micrófonos hasta cámaras, que en unos pocos años resultaban obsoletos e inútiles, pero que había acumulado tras años de compras impulsivas en Amazon y Aliexpress.
En enero de 2021 vi el documental Minimalismo: menos es más en Netflix. Protagonizado por Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus, conocidos como The Minimalists, explica cómo estos dos amigos simplifican su vida y terminan con su dependencia de la acumulación de objetos, sintiéndose al final mejor con ellos mismos.
La tendencia tiene otra encarnación más política: lo que en inglés se conoce como deconsumerism, que consiste en reducir el consumo innecesario y al mismo tiempo cuestionar el modelo económico actual basado en comprar constantemente.
Por qué consumimos y cómo nos afecta
“El consumismo es un claro comportamiento social”, explica Jesús Saiz, profesor de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid. “La gente rara vez consume porque necesita algo, sino por elementos sociales, como la influencia social”.
En efecto, el aislamiento de la pandemia trajo consigo una importante caída del consumo en ropa y ocio, y no solo porque no era tan fácil salir a la calle a consumir. Mis camisas de vestir empezaron a parecer reliquias de otra vida, después de pasar día tras día en casa con la ropa del gimnasio. “Consumimos muchas veces porque creemos que así representamos nuestra propia identidad, pero lo único que estamos haciendo es seguir unos patrones, unas normas sociales que nos permiten sentirnos más pertenecientes a cierto grupo”, dice el profesor Saiz.
Abrazar una forma de vida más minimalista no se limita a lo material, consiste también en priorizar el tiempo, las experiencias y las relaciones humanas; en lugar de acumular ropa, muebles, noches de juerga, atracones de series, electrónica o vehículos. Una de las consecuencias pospandemia que se ha traducido en un cambio ha sido mi aversión a las conversaciones por WhatsApp, apenas lo uso a no ser que sea para concertar una cita en persona, y un nuevo hábito: eliminar ropa y posesiones que no necesito de forma periódica, al principio del verano y del invierno.
Consumimos muchas veces porque creemos que así representamos nuestra propia identidad, pero lo único que estamos haciendo es seguir unos patrones, unas normas sociales que nos permiten sentirnos más pertenecientes a cierto grupo
La constante presión para consumir a la que nos somete la publicidad puede acarrear ciertas consecuencias en nuestro bienestar, algo que han advertido los expertos en psicología en las últimas décadas y que ahora, en plena era de las redes sociales y la imagen, puede resultar más latente. “No es saludable tener que comprar más para destacar por encima de los demás. Introduce un elemento de presión y de estrés en las personas que al final hace que aparezcan enfermedades psicosociales como la ansiedad y depresión”, opina el psicólogo Jesús Saiz.
Del mismo modo que el ruido en la calle nos distrae e irrita, el “ruido visual” de una habitación en desorden era algo que estaba afectando a mi capacidad para concentrarme. Al contrario, después de limpiar, ordenar y simplificar mi entorno, empezó a resultarme más fácil hacerlo. Como ha explicado el psicólogo estadounidense experto en desorden Joseph Ferrari, autor de un amplio estudio sobre el impacto de acumular posesiones, “cuanto mayor es el desorden, menor es la satisfacción vital. Mayor es el estrés”.
Cómo empezar a consumir menos
La decisión de vivir con menos cosas puede aportar beneficios casi inmediatamente. Cuando comencé a vender todo aquello que no usaba ni necesitaba a través de distintas aplicaciones, aparecieron en mi vida dos cosas que me resultaron positivas: el dinero conseguido por la venta y el espacio libre que estas cosas dejaban. Un espacio más despejado y limpio también me trajo más sensación de calma. De repente era más fácil encontrar las cosas, desde las prendas de ropa hasta los utensilios de cocina, que tenían su sitio y no se encontraban enterradas debajo de una montaña de otras cosas.
En mi caso, el proceso de deshacerme de ropa y objetos innecesarios tuvo un efecto positivo: me convertí en un comprador reflexivo
“Estamos funcionando como adictos”, comenta el profesor Saiz. “Muchos de nuestros comportamientos de consumo son compulsivos, no nos paramos a pensar. Uno de los antídotos a esto es el apoyo mutuo, como los grupos de consumo, lugares alternativos donde no te sientes un bicho raro”, afirma.
En mi caso, el proceso de deshacerme de ropa y objetos innecesarios tuvo otro efecto positivo (también en mi bolsillo): me convertí en un comprador reflexivo. De repente era consciente de que cada nueva posesión iba a ocupar espacio, tanto físico como mental, rompiendo la armonía que había conseguido tras la limpieza. Desde entonces, cada compra pasó a ser un proyecto: encontrar el objeto perfecto, que tuviera su propósito y su lugar, que durara mucho tiempo, y que me produjera buenas sensaciones cada vez que le diera uso.
Un estudio realizado en el Reino Unido identificó los siguientes elementos claves para empezar a 'deconsumir' y que coinciden en buena medida con mi propio proceso:
- Limitar el consumo y vivir con lo esencial:
Consiste en no tener nada que no sea necesario. Esto incluye evitar las compras impulsivas y utilizar las posesiones existentes hasta el final de su vida útil. Por ejemplo, seguir con el mismo automóvil hasta que sea irreparable, o remendar la ropa y los zapatos que todavía están en buen estado. Para mí fue comprar cosas de más calidad y más duraderas, en lugar de baratas y desechables, algo que también me anima a cuidarlas y repararlas, en lugar de seguir la cultura actual basada en el usar y tirar.
- Consumir de forma reflexiva y consciente:
Implica un proceso de reflexión antes de realizar cualquier compra, y un largo proceso de investigación para asegurarnos de que lo que vamos a comprar es la mejor opción y responde a una necesidad real, no a deseos o impulsos. Una de las estrategias que me ayudó fue dejar de 'ver escaparates', tanto en la calle como en Internet, y dejar de 'salir de compras', a ver qué encontraba. En su lugar, intenté tener una necesidad identificada desde antes. Además, cada vez que sentía el deseo de comprar algo, me paraba a pensar y escribir por qué necesitaba ese objeto. En muchos casos, descubrí que, en realidad, no lo quería comprar ya.
- Consumo ético y sostenible:
Considerar las externalidades de nuestras compras, es decir, los costes ocultos que tienen para el medio ambiente y las personas. Esto me llevó a comprar artículos de segunda mano, apoyar marcas que producen de manera sostenible y evitar productos que contribuyen al desperdicio o a malas condiciones laborales o la explotación infantil. Quedaron así eliminadas la mayor parte de las tiendas de moda rápida como Shein.
Hacerme más consciente del impacto de mi consumo, haciendo los gastos y sus efectos más visibles, tanto en mi cuenta corriente como el el impacto para el resto de la sociedad y el planeta, es otro de los factores que me impulsaron a cambiar. Cada vez más, miraba a mi alrededor, veía el derroche y el sinsentido, y también intentaba hacerlo ver a los demás. “En el cambio de actitudes es importante la lluvia fina, lanzar mensajes continuos en el tiempo, para que vayan calando”, concluye Jesús Saiz. Una tarea de todos, todos los días.
*Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.
18