Hace no tanto tiempo, en España era habitual pedir un té en una cafetería y recibir una triste bolsita de origen desconocido en agua hirviendo, con resultados mediocres en cuanto al sabor, la calidad y la experiencia en general. Las cosas cambian y ahora pedir un té puede ser tan complejo como pedir un vino, con una larga carta de procedencias y variedades.
Sin embargo, todos los tés provienen de la misma planta, Camellia Sinensis. Da igual que sea té verde, negro, blanco o rojo. La diferencia es su procesamiento. Las hojas de té se secan y aunque mucha gente piensa que se dejan fermentar, lo que en realidad ocurre es una oxidación con humedad y temperatura controladas. Si el proceso de oxidación es más largo, se obtiene té negro, y si es más corto, té verde.
El té verde es más delicado y al contrario que el negro, pierde su sabor transcurrido un año. También hay que usar agua a una temperatura más baja para infusionarlo, entre 70 y 80 grados, y dejarlo menos tiempo que el negro, no más de tres minutos y en el caso del té verde de alta calidad, puede ser tan breve como 30 segundos. Si se deja durante más tiempo, se intensifica el sabor amargo de los taninos de té y resulta desagradable.
Ambos tipos contienen cafeína, aunque el té negro en mayor cantidad. Una taza de té negro tiene entre 40 y 90 mg de cafeína, mientras que el té verde o blanco tiene entre 20 y 45 mg. En comparación, una taza de café contiene entre 60 y 100 mg de cafeína.
Los beneficios del té verde provienen de unas moléculas antioxidantes llamadas polifenoles, que incluyen las catequinas, teaflavinas, taninos y flavonoides.
Tanto el té verde como el negro contienen l-teanina, un aminoácido que contribuye a la producción del neurotransmisor relajante GABA en el cerebro. Esta combinación hace que el té aumente el estado de alerta, igual que el café, pero sin nerviosismo. Aunque hay variaciones, hay más concentración de l-teanina en el té verde.
Por su parte el té negro es el único que contiene teaflavinas, que se forman durante la oxidación, que también son antioxidantes. En ratones se ha visto que pueden reducir los niveles de colesterol y mejorar la circulación evitando la formación de placas en las arterias.
Dicho esto, en una revisión de los estudios científicos disponibles, la Agencia de Seguridad Alimentaria Europea EFSA concluyó que no había suficientes pruebas para afirmar que el té verde y sus derivados tuvieran efectos directos sobre las arterias, la hipertensión o el colesterol LDL, y que tampoco protegía del daño oxidativo provocado por la radiación solar ni mejoraba la cognición. Sin embargo, los estudios clínicos han comprobado una y otra vez que estos y otros beneficios se observan en las personas que consumen té verde regularmente. ¿Qué ocurre?
La mayoría de los estudios que han comprobado los efectos positivos del té en la salud se han realizado in vitro o con ratones de laboratorio. Son indicios muy prometedores, y corroboran lo observado en las poblaciones que toman té verde, pero no es suficiente para afirmar que el té sea la causa de esos resultados saludables. Puede haber otros muchos factores implicados, y es poco probable que se puedan curar estas enfermedades solo tomando té.
Por otro, lado las dosis que se usan en animales de laboratorio son proporcionalmente mucho más altas que las que contiene una taza de té. Los antioxidantes no parecen tener un efecto directo contra la oxidación, y en altas dosis pueden ser oxidativos. Por el contrario, estos compuestos del té y otras plantas pueden estimular los antioxidantes de nuestro propio organismo.
A pesar de que no haya una relación causal demostrada, los efectos beneficiosos del té en las poblaciones que los consumen son notables. En un estudio con más de 40.000 japoneses a lo largo de once años, quienes tomaban más cantidad de té verde tenían una mortalidad menor (23% menos en hombres y 12% menos en mujeres) que quienes no, y las muertes por enfermedades cardíacas e infartos se reducían entre un 22 y un 42%. Es un buen motivo para añadir el té al arsenal de alimentos saludables.
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