La represión a los maestros republicanos: “Decidieron que mi abuelo no podía seguir enseñando cuando ya lo habían matado”

Juan Larreta Larrea junto a sus alumnos de Isaba (Navarra)

Olivia García Pérez

11 de mayo de 2025 20:46 h

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Entre 1934 y 1936 muchos pueblos de España descubrieron lo que era el cine, el teatro, el arte e incluso la coeducación. Lo hicieron gracias a los maestros y maestras que, de la mano de la Institución Libre de Enseñanza, llevaban cultura y educación a las zonas rurales. En La Rioja se desarrollaron siete Misiones Pedagógicas que llegaron a 52 pueblos. Aquel empeño a muchos les costó la vida y a otros, muchos años de represión. Juan Larreta Larrea fue de los primeros.

Nació en 1881 y ejerció como maestro en Isaba, en el Valle del Roncal, hasta 1921. “Siempre fue un maestro progresista que abrazaba las nuevas líneas pedagógicas y se implicaba en los temas sociales frente a los caciques del pueblo”, cuenta Asunción Larreta, su nieta. Por eso, cuando uno de esos caciques llegó a la alcaldía en el año 21, el maestro fue trasladado forzosamente a La Rioja.

Su destino fue Treviana y en apenas un año ya era director de las Escuelas Graduadas contribuyendo durante años a todas las mejoras y avances que la economía de la época permitían. Fue él quien proclamó la República en el pueblo en 1931 y también quien creó el Círculo Socialista. En aquellos años compró un proyector de cine y un gramófono para organizar bailes y actividades culturales en el pueblo.

Como otros compañeros de las Misiones Pedagógicas, el maestro de Treviana aplicó con entusiasmo la reforma de la enseñanza que propició la República, creando bibliotecas y cantinas escolares en los pueblos para luchar contra el absentismo y proporcionar alimento a los niños y niñas. Trabajaron también por la coeducación, tratando de que las niñas pudieran acceder a la secundaria, y lucharon contra el analfabetismo que alcanzaba al 50 por ciento de la población en las zonas rurales. “Muchos maestros y maestras se comprometieron con la República para propiciar un cambio social que hiciera a los pueblos salir de la oscuridad”, explica Asun, “pero llevar la educación a todos los niños y niñas significa hacerlos más libres y eso es justo lo que no quería el régimen que se impuso después, por eso cargaron contra el cuerpo de maestros de la forma más cruel”.

Con el Golpe de Estado y el Franquismo todo aquello se vino abajo. Más de 60.000 maestros y maestras fueron represaliados, condenados al exilio interno e incluso asesinados. Ese fue el destino de Juan Larreta. Ya en 1935, en el bienio radical cedista, fue sancionado por intervenir en conflictos laborales en el pueblo. Pero con la victoria del Frente Popular en 1936 volvió la ilusión y la libertad de enseñanza. Duró muy poco. Tras el Golpe de Estado del 36, el maestro de Treviana intentó huir, pero el 25 de julio le atraparon, le asesinaron e hicieron desaparecer su cuerpo.

Expedientes de depuración, la “limpieza” del régimen al cuerpo de maestros

Esa era la sanción máxima, la extraoficial. Pero había muchas otras. De ellas se encargaban los Comités de Depuración que había en cada provincia. Los maestros y maestras tenían que justificar una moral intachable y demostrar que eran fieles adeptos al “Glorioso Movimiento Nacional” para poder seguir ejerciendo su profesión. Para ellos, esos comités hacían un cuestionario al alcalde del pueblo, al cura o párroco, al comandante de la Guardia Civil o máximo grado militar en el municipio y a dos padres de familia, “padres de bien”, a poder ser, falangistas o carlistas.

En esos cuestionarios hacían diferentes preguntas sobre moral, relaciones sociales y cuestiones “profesionales”. Querían saber si el maestro iba a misa a diario, si portaba símbolos religiosos o si hacía alarde de ir contra la Iglesia; preguntaban si se relacionaba con gente de izquierdas o si enseñaba en la escuela algo que fuera en contra de dios o de la patria. Según la valoración de ese “tribunal” de cinco hombres, se iban aplicando castigos, 14 tipos en total, desde el exilio interno que obligaba al maestro a ejercer en otra provincia, hasta la suspensión temporal o, el más grave, apartarlo para siempre de la profesión. Estos últimos, además, solían ser asesinados.

Quienes obtenían un buen expediente de depuración, conseguían su plaza para educar en patria, religión y deporte. Los niños además podían aprender algo de matemáticas. Las niñas aprendían a ser “el ángel del hogar”. Fue el fin de la coeducación y con ello la mujer perdió toda su autonomía.

Quienes obtenían un mal expediente y eran sancionados, podían pedir al cabo del tiempo que se revisara su situación para finalizar su exilio interno y poder volver a sus pueblos. Algunas sanciones duraron hasta el año 50. “Era la estrategia para desarraigar”, explica Asunción, “porque además, aunque se les permitiese volver, siempre seguían supervisados por compañeros y vecinos”.

Así eran los “expedientes de depuración” del franquismo

El expediente de depuración de Juan Larreta Larrea llegó meses después de su asesinato. Llevaba mucho tiempo desaparecido cuando el Comité declaró que no era apto para la enseñanza y merecía el castigo máximo. Era viudo y sus cinco hijos ya habían aprendido lo que era la represión. El mayor, con 16 años, fue torturado y consiguió huir a Francia; su niñera de la infancia le ayudó. Otros tres fueron internados en el orfanato de Logroño. La única niña tuvo que ocuparse de sus hermanos menores mientras sufría la represión franquista.

Años en busca de la reparación

Aquella niñera de la infancia, que para aquel entonces ya había formado su familia en Pamplona, fue clave en esta historia. Junto con su marido, fue acogiendo a los hijos del maestro cuando tenía posibilidad y así es como uno de ellos y la hija de la niñera se enamoraron. De aquella unión nació Asunción. “Dentro de tanto dolor, hay una historia de amor en mi familia”, cuenta la nieta del maestro Larreta.

Su historia también ha estado marcada por la búsqueda. En 1979, uno de los hijos del maestro de Treviana logró localizar en el cementerio de Laguardia un certificado de defunción de una persona desconocida. Las características de su muerte, la ropa y otros detalles hacían pensar que podría tratarse de su padre. Pero tuvieron que esperar muchos años más hasta poder certificarlo. Fue en 2014 cuando por fin pudieron rendir homenaje al abuelo asesinado. Algunos de los hijos ya no estaban.

La historia de Juan Larreta Larrea es la de tantos. En La Rioja fueron 200 los maestros y maestras represaliados, el 36 por ciento de todos los que había; 32 de ellos fueron asesinados. Florencio del Amo, Claudio Barrios, Otilia Fernández-Maestu, Daniel Garrido, Julio Gómara, Consolación Martínez, Santiago Blanco, Alberto Martín, Felisa Vidorreta... El pecado de todos ellos fue la defensa de la educación, de la igualdad, de la libertad. El aniquilamiento fue exhaustivo, pero su legado nunca se olvidó.

Asunción Larreta también es maestra, como su abuelo, y aunque su militancia con la memoria democrática llegó mucho después que su pasión por el magisterio, sí tiene claro que ha influido el hecho de haber crecido en una familia luchadora, siempre comprometida con la defensa de los Derechos Humanos. “Hoy corremos un riesgo porque hay generaciones enteras que piensan que esos derechos siempre han estado ahí”, reflexiona, “y es fundamental que sepan que son fruto de mucho esfuerzo, mucha lucha y resistencia de gente que sobrevivió a la dictadura, que los derechos son frágiles y pueden perderse”. Que los niños y niñas aprendan a pensar era uno de los principios básicos de la Institución Libre de Enseñanza y sigue siendo hoy la clave para combatir el auge del autoritarismo, las ideas fascistas y los bulos.

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