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Don Juan Carlos de Borbón brilla por su ausencia

24 de diciembre de 2020 22:48 h

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Todo el mundo sabe que un problema no deja de existir porque no se lo mencione. En determinadas circunstancias puede ocurrir lo contrario. Seguir la técnica del avestruz y hundir la cabeza para no ver lo que ocurre, puede conducir a que el problema no solo no desaparezca, sino a que su presencia se agigante. La técnica del avestruz supone el reconocimiento implícito de que el problema ha alcanzado ya tal magnitud, que no se puede hacer siquiera referencia al mismo.

El discurso del Rey Felipe VI de esta noche lo ejemplifica a la perfección. El nombre que ni siquiera se pronuncia y que es, sin embargo, el que todas las personas que lo están viendo y oyendo tienen en su cabeza, brilla todavía más por su ausencia. Felipe VI pudo no pronunciar esta noche el nombre de D. Juan Carlos de Borbón, pero, con ello, no consiguió otra cosa que hacer todavía más visible que no puede decir nada respecto de su padre que no se vuelva en contra de institución monárquica.

Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad, dejó dicho Carlos Marx. Felipe VI lo está comprobando. No cabe duda de que hubiera preferido iniciar su reinado en unas condiciones distintas a aquellas en que lo inició. La abdicación fue una huida hacia delante de la Casa Real, del padre y del hijo. O lo hacemos en este momento, en que el PP dispone de una mayoría absoluta y el PSOE está dirigido todavía por personas dispuestas a apoyar incondicionalmente la operación, o tal vez no tengamos siquiera la oportunidad de hacerlo en el futuro. Porque el padre con seguridad y el hijo muy probablemente también sabían que la cacería del elefante no era el único esqueleto en el armario de D. Juan Carlos.

Que no se equivocaron salta a la vista. Ha sido la propia Casa Real la que ha emitido este año, el mismo día en que se hizo público el Decreto de declaración del primer estado de alarma, una nota, en la que informó sobre la conducta poco ejemplar, incluso potencialmente constitutiva de delito, de D. Juan Carlos. En dicha nota anunció que no había tenido conocimiento de tal conducta, que se desvinculaba por completo de la misma y que retiraba al Rey emérito la asignación anual que percibía de la Casa Real.

Ha sido Felipe VI quien ha levantado las sospechas sobre la conducta de su padre. No han sido los partidos de izquierda o los nacionalistas quienes lanzaron la primera piedra. Fue la propia Casa Real la que lo hizo. Después se han ido sabiendo más cosas e incluso ha habido el reconocimiento por parte del Rey emérito de haber defraudado a la Hacienda Pública. No se sabe lo que queda todavía por hacerse público de la ejecutoria de D. Juan Carlos de Borbón tanto durante los años de su reinado como en los años transcurridos desde su abdicación.

El discurso del Rey Felipe VI no ha hecho más que alimentar las sospechas sobre la conducta de su padre y sobre la sombra que proyecta sobre la institución monárquica. ¿Qué garantías podemos tener los ciudadanos de que se van a preservar “los valores éticos que están en las raíces de nuestra sociedad”, si tales valores han brillado por su ausencia en la conducta del Rey de España durante no se sabe cuánto tiempo y con cuánta intensidad? ¿Y si no se da ninguna explicación, ni se permite ninguna investigación por el órgano constitucional, que “representa al pueblo español”?

El discurso del Rey obliga a las Cortes Generales a una investigación sobre la conducta de D. Juan Carlos de Borbón y a dar conocimiento del resultado de dicha investigación a los ciudadanos. Una sociedad no puede respetarse a sí misma, si acepta mantenerse deliberadamente en la ignorancia respecto de las conductas “éticamente” inaceptables en la persona que ha ocupado la Jefatura del Estado.  

D. Juan Carlos de Borbón brilló por su ausencia en el discurso del Rey Felipe VI. Las Cortes Generales no pueden hacer suya esa “brillantez”, que resulta envilecedora para el país.   

Todo el mundo sabe que un problema no deja de existir porque no se lo mencione. En determinadas circunstancias puede ocurrir lo contrario. Seguir la técnica del avestruz y hundir la cabeza para no ver lo que ocurre, puede conducir a que el problema no solo no desaparezca, sino a que su presencia se agigante. La técnica del avestruz supone el reconocimiento implícito de que el problema ha alcanzado ya tal magnitud, que no se puede hacer siquiera referencia al mismo.

El discurso del Rey Felipe VI de esta noche lo ejemplifica a la perfección. El nombre que ni siquiera se pronuncia y que es, sin embargo, el que todas las personas que lo están viendo y oyendo tienen en su cabeza, brilla todavía más por su ausencia. Felipe VI pudo no pronunciar esta noche el nombre de D. Juan Carlos de Borbón, pero, con ello, no consiguió otra cosa que hacer todavía más visible que no puede decir nada respecto de su padre que no se vuelva en contra de institución monárquica.