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Tirar la piedra y esconder la mano

“The Observer view on the importance of national unity” es el título de su editorial de hoy, domingo 29 de marzo.

El editorial toma como punto de partida la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de 2012, retransmitida de nuevo esta pasada semana por la BBC. Con la imagen de un batallón de enfermeras del Servicio Nacional de Salud (NHS) atendiendo a centenares de niños en un hospital imaginario se inició dicha ceremonia de apertura y, ningún otro momento de los Juegos Olímpicos, subraya el editorial, ni la cara de sufrimiento y extásis al mismo tiempo de Mo Farah ni la elegancia en la victoria de Jessica Ennis, provocó una reacción emocional de orgullo colectivo como este.

Esta reacción de orgullo colectivo se está reproduciendo con ocasión de la crisis sanitaria generada por el coronavirus, a pesar de la respuesta inicial a la misma por parte del Gobierno conservador y de lo divisiva que ha sido la gestión del Brexit por dicho gobierno conservador durante varios años. La sociedad británica está poniendo de manifiesto que todavía hay cosas en las que “casi todos” podemos ponernos de acuerdo, que todavía “tenemos más cosas en común de las que nos dividen”. Por eso, a prácticamente nadie se le ocurre aprovechar la dificultad de la situación para hacer un ajuste de cuentas con el gobierno. Sin una reacción de esta naturaleza, concluye el editorial, no es posible hacer frente con éxito a la emergencia.

El pueblo español no está reaccionando de manera diferente a como lo está haciendo el británico. El orgullo colectivo por la forma en que se están enfrentando en condiciones sumamente difíciles los profesionales del sistema sanitario público a la crisis que estamos viviendo la expresamos todas las tardes con nuestros aplausos desde los balcones de las casas en las que nos mantenemos disciplinadamente confinados.

La reacción ciudadana de las ocho de la tarde me hace recordar todos los días las palabra de Antonio Machado: “en España lo mejor es el pueblo... En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud”.

La exactitud de las palabras de Antonio Machado la estamos volviendo a comprobar estas semanas. Las derechas españolas no dejan de tirar piedras al mismo tiempo que esconden la mano. No se atreven a dejar constancia de su conducta en el Congreso de los Diputados con su voto. Aprueban las medidas políticas que se están proponiendo, pero se las ataca con saña no solo en el momento de su debate parlamentario, sino después en los medios de comunicación y en la redes sociales y, lo que no es menos importante, a través de iniciativas en los gobiernos y parlamentos de las Comunidades Autónomas donde tienen mayoría y, lo que es todavía más importante, en los miles de ayuntamientos en los que están presentes, tanto si los gobiernan como si no. Pongan en la red Populares y el nombre de cualquier ayuntamiento y lo comprobarán.

Jurídicamente, cuando hay que votar en el Congreso de los Diputados, “casi todos” nos ponemos de acuerdo. Políticamente, antes de la votación y en cuanto esta se ha producido, el odio y el rencor es lo que prevalece. La disonancia entre lo que se vota y lo que se dice por parte de los representantes políticos de las derechas españolas no puede ser más estruendosa.

Y eso que la batalla contra la pandemia no ha hecho más que empezar. Lo que estamos pasando es muy duro, pero lo que nos queda por pasar lo es todavía mas. No en la cifra de contagiados, enfermos y muertos, que previsiblemente, se irán reduciendo relativamente pronto y tenderán a ir desapareciendo como amenaza existencial en un futuro no lejano, pero sí en las consecuencias económicas que la pandemia va a dejar detrás de sí.

Ahora mismo no tenemos más remedio que “tener más cosas en común que las que nos dividen”, porque nos va en ello la supervivencia como país literalmente. Pero la impresión que transmiten las palabras de Pablo Casado, Santiago Abascal, Cayetana Álvarez de Toledo... es que no es lo que ellos piensan. Actuamos como lo hacemos, porque no tenemos otra alternativa, pero ya llegará nuestra hora y entonces ajustaremos cuentas.

El Gobierno hace bien en no entrar en polémicas en este momento y haría mejor en incorporar a la toma de según qué decisiones a los presidentes de las Comunidades Autónomas, de tal manera que no se tuvieran que oír quejas como las emitidas por el Lehendakari o el presidente del Euskadi Buru Batzar hoy mismo. El acuerdo en la Conferencia de Presidentes es tan importante o más que el acuerdo en el interior del propio Gobierno de coalición. No basta con no polemizar. Hay que intentar evitar que haya motivo para la polémica. En toda la medida en que esto sea posible. Sé que siempre no va a ser posible, pero tiene que ser posible “casi” siempre. Ahí está el secreto del éxito de la salida de la crisis.

Ahora bien, el que el Gobierno no entre en polémica, no quiere decir que los ciudadanos no lo hagamos. De manera civilizada pero firme, hay que tomar nota de lo que está pasando y no dejar de dar respuesta a lo que no debe quedar sin ella.

“The Observer view on the importance of national unity” es el título de su editorial de hoy, domingo 29 de marzo.

El editorial toma como punto de partida la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de 2012, retransmitida de nuevo esta pasada semana por la BBC. Con la imagen de un batallón de enfermeras del Servicio Nacional de Salud (NHS) atendiendo a centenares de niños en un hospital imaginario se inició dicha ceremonia de apertura y, ningún otro momento de los Juegos Olímpicos, subraya el editorial, ni la cara de sufrimiento y extásis al mismo tiempo de Mo Farah ni la elegancia en la victoria de Jessica Ennis, provocó una reacción emocional de orgullo colectivo como este.