Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Volvió 'La aznaridad'
Derrotado por la realidad, que se resiste a maquillarse con números acomodados que tratan de esconderla, el PP recurre a la última carta que guardaba en la manga. Agobiado por la corrupción que no deja títere con cabeza en el partido e implica de lleno al mismo partido, disminuido por casi todas las encuestas -menos la propia, naturalmente- que lo relegan a una posición de pérdida de poder inminente, el PP llamó a la puerta de su máxima estrella histórica y le preparó, con bombo y platillo, un retorno glorioso tipo Gloria Swanson en “El crepúsculo de los dioses”.
José María Aznar sale de las tinieblas de su actividad privada, asesorando empresas que le retribuyen generosamente sus consejos de la razón práctica, y ocupa el centro luminoso de la escena política. La derecha recupera su discurso más radical y casposo para sacar la cabeza del fango donde se había metido con tantas contradicciones e idas y vueltas en diferido. Ya ni sabía a qué apelar para tener un mínimo de credibilidad.
Entonces Aznar, como un pequeño emperador de la verdad revelada, como un héroe sin bigotes del pasado victorioso que vuelve a entrar a la cancha para hacer el gol del triunfo, se sacrifica por el equipo, se sacude un poco el bronce y pide la pelota para encabezar el contraataque.
¿Cómo entender este regreso apresurado a los valores más puros y retrógrados del PP? ¿Cómo definir la “aznaridad” y al propio Aznar? Nadie mejor -se me ocurre- que Manuel Vázquez Montalbán y su libro “La aznaridad”, que lleva como subtítulo lo que puede ser hoy en día una señal, una especie de GPS para la desorientación coyuntural pepera: “Por el imperio hacia Dios o por Dios hacia el imperio”.
Olvidemos por un momento la travesura lingüística de Vázquez Montalbán que llama “esa poquedad” a Aznar y pongámonos serios para leer una definición del líder hecho y derecho de la derecha: “Cabe la duda de si el señor Aznar lleva siempre los cables cruzados, lo que le permite ser pulcro, moderado y leer poesía hasta entrada la noche y si cuando le sale un discurso de Terminator es cuando se le descruzan los cables o al revés. No es cuestión baladí. Para mi que ese rictus constantemente tenso de Aznar es porque está conteniendo el Aznar que lleva dentro, por el procedimiento de que algún fontanero fisiológico le cruza los cables para vivir en plena excepción de conducta. Pero frecuentemente el fontanero debe tomarse el puente de fiesta (...) y al presidente le sale el legionario que lleva dentro”.
Más adelante, en el mismo libro dice Vázquez Montalbán que “a Aznar no se le conoce ni una oración compuesta ni simple, ni una palabra que haya aportado algo a la capacidad de conocimiento ni de cambio de España, ni siquiera, hay que reconocerlo, de Quintanilla de Onésimo”. Y remata, como para que entendamos sin un atisbo de duda de qué estamos hablando: “la aznaridad es cejijunta y plana”.
De todos modos yo no me fiaría demasiado de esa chatura “cejijunta”, menos si recuerdo -no sin algún escalofrío- cómo nos introdujo, con ese gesto de subemperador obediente que cumple con su amo, en la invasión ilegal e ilegítima de Irak por parte de EEUU.
Además, como reconoce el mismo Vázquez Montalbán, “la dinastía Aznar ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma y se adapta a las circunstancias con una sabiduría rigurosamente posmoderna, ecléctica en suma”. Eso si, “no muy experimentada en el pensamiento, o al menos no se le conoce ninguno que merezca pasar como novedad a la historia del pensamiento político español, Aznar puede presidir la FAES y convertirse en el Pepito Grillo o el Aristóteles del centro derecha español”.
Por eso habrá que andarse con cuidado, precisamente por esa adaptación de la “aznaridad” a las circunstancias. Y las circunstancias actuales del PP son tan confusas, complicadas y negativas que Aznar, como un general en su laberinto, preguntó para empezar: “¿Dónde está el PP?”. La tropa lo miró embobada y sin respuestas. Ni siquiera la lideresa lo sabía, enfrascada en su combate dialéctico permanente contra rojos y antisistema, vengan de donde vengan.
“No he vuelto porque nunca me he ido”, dijo Aznar después, como para que sepan que su ojo vigilante no deja nunca de medir comportamientos y fidelidades a los principios y también a los finales si fuere necesario. Incluso su dedo justiciero voló sobre las cabezas de algunos sospechosos de comportamientos inconfesables. “Yo respondo de mis actos”, amenazó, “que cada uno responda de los suyos”. Y cada uno, en secreto, pensó en Bárcenas, que ha sido fuerte.
Por último y para demostrar que está en forma, cargó sin piedad contra las “tres izquierdas” y sorprendió al personal que sólo contabilizaba dos: la buena y la populista bolivariana.
En definitiva, volvió el Redentor que nunca se había ido. Volvió la “aznaridad” cargada de pasado, para resucitar los valores caducos de una derecha a la deriva, aunque tan disimuladamente antidemocrática como siempre, pero ahora en evidencia.
Ajústense los cinturones.
Derrotado por la realidad, que se resiste a maquillarse con números acomodados que tratan de esconderla, el PP recurre a la última carta que guardaba en la manga. Agobiado por la corrupción que no deja títere con cabeza en el partido e implica de lleno al mismo partido, disminuido por casi todas las encuestas -menos la propia, naturalmente- que lo relegan a una posición de pérdida de poder inminente, el PP llamó a la puerta de su máxima estrella histórica y le preparó, con bombo y platillo, un retorno glorioso tipo Gloria Swanson en “El crepúsculo de los dioses”.
José María Aznar sale de las tinieblas de su actividad privada, asesorando empresas que le retribuyen generosamente sus consejos de la razón práctica, y ocupa el centro luminoso de la escena política. La derecha recupera su discurso más radical y casposo para sacar la cabeza del fango donde se había metido con tantas contradicciones e idas y vueltas en diferido. Ya ni sabía a qué apelar para tener un mínimo de credibilidad.