Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
BDS: habló Aznar
Se cumplen estos días diez años desde que 172 organizaciones civiles palestinas lanzaron un llamamiento internacional al BDS, esto es, al boicot, la desinversión y las sanciones a Israel en tanto no cumpla con tres objetivos basados en el Derecho internacional: el fin de la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental; el derecho al retorno de los refugiados palestinos; y la plena igualdad de los ciudadanos palestinos del Estado de Israel.
Los inicios de este movimiento de resistencia civil no violenta pasaron casi desapercibidos para todos, pero una década después el BDS ha logrado tener una agenda propia y protagonizar la actualidad desde muy diversos ángulos. En lo económico, su triunfo más reciente ha sido el anuncio a principios de junio de la retirada de la teleco Orange del mercado israelí. En lo académico, la adhesión del Sindicato Nacional de Estudiantes de Gran Bretaña al BDS ha desatado las iras de Netanyahu, que ha recriminado a los estudiantes no boicotear también... ¡al ISIS!, como si tal cosa tuviera algo que ver y fuera posible. En lo cultural, la suspensión de Lauryn Hill, ganadora de ocho Grammys, de su concierto de mayo en Tel Aviv ha sacudido el mundo musical. En lo político, la solicitud formal de la UE a Israel, demorada durante años, para que distinga en el etiquetado los productos propios de los provenientes de Cisjordania indica un cambio de actitud de la Europa oficial que ha causado gran inquietud en los círculos políticos israelíes.
Hoy el BDS empieza a acaparar las preocupaciones del Gobierno de Israel, hasta el punto de desplazar a sus obsesiones tradicionales: Irán, Hamás y Hezbolá. Netanyahu lo mencionó 17 veces en la alocución que dio en Washington ante el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) el pasado marzo, y a renglón seguido los millonarios israelo-americanos Sheldon Adelson y Haim Saban reunieron más de 50 millones de dólares para financiar una campaña que contrarreste el impacto popular, diplomático y mediático del BDS a nivel mundial. Entre los demás líderes políticos israelíes, sean de izquierdas o de derechas, la preocupación no es menor. El BDS ha centrado las intervenciones de este año de la Herzliya Conference (7-9 junio), el principal foro de think tanks israelíes. Hay quien, como Isaac Herzog, líder de la oposición laborista, ha calificado el BDS de “nueva Intifada”, e incluso quien ha ido más lejos y pedido que se haga efectivo a nivel internacional el fin de la “impunidad” de los que atacan a Israel, que se promueva “un boicot de los boicoteadores”, en palabras de Naftali Bennett, líder del partido La Casa Judía y ministro de Educación y Asuntos de la Diáspora. Conviene aclarar que en Israel, desde 2011, la llamada al boicot está tipificada como un delito en el código penal, a pesar de las denuncias internacionales que ha suscitado por atentar contra la libertad de expresión.
Y en este contexto ha llegado, lo cual es un indicio del auge del BDS, la opinión de José Mª Aznar, fundador de la organización Friends of Israel, una de cuyas últimas actividades ha sido la elaboración de un informe exculpando al Ejército israelí de los crímenes de guerra cometidos en Gaza durante la operación militar del pasado verano. Aznar tenía previsto acudir a la Herzliya Conference, pero el paro de los controladores aéreos españoles se lo impidió. En su defecto, concedió una entrevista al diario Maariv, reproducida parcialmente en The Jerusalem Post. En ella desgrana, a su manera, todos los tópicos de quienes se afanan en deslegitimar al BDS, y esto, también a su manera, le hace un favor a la campaña BDS en España:
1. Dice Aznar que el BDS es antisemita, porque “no solo quiere cambiar las políticas del Gobierno israelí, quiere vaciar el país de judíos”; su objetivo es “hacer la vida imposible en Israel, de modo que la nación judía no pueda tener existencia nacional en el Estado”. A esta desaforada recriminación, típica del lobby proisraelí de EEUU, ya respondió en su día la filósofa judía estadounidense Judith Butler: “Sólo aceptando la tesis de que el Estado de Israel es el representante exclusivo y legítimo del pueblo judío podríamos entender que un movimiento que reclama el boicot, la desinversión y las sanciones contra Israel va en contra del pueblo judío en su conjunto. En ese caso, se entendería que Israel abarca a todo el pueblo judío. Este punto de vista plantea dos problemas: en primer lugar, el Estado de Israel no representa a todos los judíos, y no todos los judíos se consideran a sí mismos representados por el Estado de Israel. En segundo lugar, el Estado de Israel debería representar a todos sus habitantes por igual, independientemente de si son judíos o no, sin distinción de raza, religión u origen étnico”.
2. Prosigue Aznar: “El BDS tiene una doble moral, es discriminatorio”. Esta es una crítica habitual a los activistas internacionales que defienden el BDS, pues se les recrimina que no hagan lo mismo en otras situaciones de manifiesto incumplimiento de la legalidad internacional. La réplica es sencilla: el BDS es una respuesta internacional a un llamamiento realizado por la sociedad civil palestina, que ve en la adaptación del modelo sudafricano de lucha contra el apartheid la vía para terminar con las tres formas de injusticia israelí antes mencionadas; quienes apoyan el BDS apoyan el cumplimiento de la legalidad internacional a instancias de la parte despojada de sus derechos, lo cual no supone cuestionar la legitimidad de otras luchas sino respetar la voluntad de cada pueblo, en este caso el palestino.
3. “El BDS daña a cada individuo israelí, no solo a su Gobierno”, afirma Aznar. Omar Barghouti, cofundador del movimiento, ha insistido una y otra vez en que el objetivo del BDS nunca es el boicot indiscriminado de los individuos, sino que se trata de una campaña dirigida expresamente contra las instituciones académicas, políticas, culturales y económicas, “pues son ellas las que sostienen la ocupación y otras formas de opresión racista y colonial”. Pero que las élites israelíes se vean afectadas por el BDS y tomen conciencia de los riesgos que supone para Israel la perpetuación de la colonización y la discriminación es, en opinión del sindicalista israelí Shir Hever, la única vía para acabar con una situación que, a la larga, hace inviable la existencia misma de Israel como Estado democrático. No asumir esta realidad es algo que ha hecho desaparecer casi por completo el llamado en su día “campo de la paz” israelí, una ficción del sionismo progresista que enfrentaba en pie de igualdad dos causas “justas” (la israelí y la palestina) y que tuvo amplia repercusión mediática en Europa gracias a sus estandartes intelectuales: Amos Oz, David Grossman o A.B. Yehoshua. Hasta Obama ha alertado de que “el peligro hoy es que Israel, en conjunto, pierda la credibilidad”. Es algo que empieza a hacerse tangible en términos económicos: las inversiones extranjeras cayeron un 50% en 2014, sobre todo tras la guerra de Gaza.
4. Según Aznar, el avance del BDS es contraproducente para la sociedad palestina; lo ejemplifica con las nuevas directrices europeas que discriminan los productos de los Territorios Ocupados y que según él vaciarán de negocios Cisjordania, mientras que “la única manera de crear una clase media palestina es con inversiones y comercio”. El pensamiento orientalista sigue nutriendo la comprensión que de Oriente Próximo tienen las élites europeas, tanto de derechas como de izquierdas, y Aznar es uno de sus mejores exponentes. Por un lado, cuestionar lo que los palestinos consideran mejor para sí mismos rezuma la habitual condescendencia paternalista en la relación poscolonial de Europa con el mundo árabe. Por otro, vincular el futuro de Palestina al del capitalismo neocon no deja de ser, como poco, una opción ideológica al margen de la voluntad palestina. Incluso hay israelíes que van más allá en los matices que nuestro expresidente. Dice Gideon Levy, uno de los más destacados periodistas israelíes: “La distinción entre productos de la ocupación y productos israelíes es una creación artificial. Los principales culpables no son los colonos, sino los que fomentan su existencia. Todo Israel está inmerso en la empresa de las colonias, por lo tanto todo Israel debe ser responsable de ello y pagar el precio correspondiente (...) Todos somos colonos”.
5. Por último, dice Aznar que el BDS nos ataca a nosotros mismos, porque “Israel es parte de mi mundo y mi civilización, de Occidente”; insiste en las innovaciones tecnológicas y científicas israelíes, de las que Occidente no puede prescindir; y vincula el futuro de Israel al de Occidente y viceversa. Dejando de lado el ya redundante argumento de tintes imperialistas según el cual la democracia y la ciencia son patrimonio de Occidente, el expresidente se aproxima a una idea interesante, si bien la aborda por el lado inadecuado: no se trata, como él defiende, de que Israel deba ser incorporado a la Unión Europa y la OTAN, al bloque civilizado frente a la barbarie medioriental, sino que se trata de que a estas alturas el futuro de la humanidad no es binario, todos estamos en el mismo barco. Los defensores del BDS lo dejan claro en cada una de sus actuaciones, y en ello reside la fuerza del movimiento: “Los derechos humanos, el Estado de derecho y la democracia no son un lujo, son necesidades básicas: el oxígeno para una vida digna. Son principios universales por los que merece la pena luchar. No es una cuestión palestina, es una cuestión de equidad y justicia, y nos afecta a todos, porque es nuestra humanidad compartida la que pende de un hilo”. Lo dice Raji Sourani, que recibió en 2013 el Right Livelihood Award, el premio Nobel alternativo de Derechos Humanos. Lo que quizá es mucho pedir es que Aznar comprenda la noción de “humanidad compartida”.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.