Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
El feminismo no está en peligro
El feminismo es un movimiento político revolucionario, que busca cambiar en profundidad el marco cultural, social y político, es decir, reivindica un giro radical de las estructuras de poder que posibilitan la exclusión, la opresión y la violencia contra la mujer. Así, no es como la energía –que ni nace ni muere, sino se transforma–; el feminismo evoluciona con el tiempo a través de las conquistas ganadas.
Como movimiento emancipador, parte de la observación y análisis de las condiciones materiales que oprimen a las mujeres, para llegar a varias conclusiones que son esenciales tanto para clarificar las causas como para concretar los objetivos. Las causas de la opresión no son otras que la asignación a un grupo o colectivo, en virtud del sexo, marcado por el género femenino y representado por personas a quienes se les atribuye unas concretas características y roles que promueven la explotación y la degradación de su dignidad, basadas en la inferioridad como ser humano. El género masculino es quien detenta el poder, quien tiene la cualidad de cambiar el mundo, descubrirlo y gobernarlo, para eso las mujeres han de ser sumisas y coadyuvar en la importante misión y responsabilidad que tendrían los hombres en la gobernanza del mundo.
Por tanto, el objetivo del feminismo no es otro que la búsqueda de la igualdad real, para lo cual se hace imprescindible suprimir los géneros, como construcción social que nos sojuzga y, así, partir del concepto de individuos con iguales oportunidades, responsabilidades, capacidades y derechos.
Transformar el marco patriarcal que nos ha sido dado –impuesto– requiere de profundos cambios culturales, sociales, políticos y económicos.
Como movimiento político que procura la igualdad efectiva de derechos de la mitad de la población mundial, evidentemente su alcance y trascendencia es cada vez mayor. El protagonismo, visibilidad e impacto del feminismo es absolutamente innegable, por más que la travesía nunca ha sido fácil y se han vivido momentos en los que la reacción conservadora y misógina respondió con gran contundencia a los logros políticos del movimiento. Piénsese en el periodo regresivo que siguió al logro de las sufragistas.
Si hay algo que ha caracterizado al movimiento feminista es darse cuenta de que conquistar el derecho al voto no lograba el cambio social esperado si no se acompañaba de un profundo cambio estructural. En esta travesía, el feminismo también se asoció a los movimientos que denunciaban la segregación racial –de hecho feminismo y reivindicación racial partieron del mismo colectivo en Estados Unidos– y otros tipos de discriminación relacionados con la sexualidad. Estos movimientos claramente rupturistas tenían un objetivo común: el enfrentamiento al marco impuesto por el patriarcado.
Hoy en día, es indiscutible que el feminismo es fuerte, se impone cada vez más y, por qué no decirlo, no está en peligro. Las doctrinas posmodernas acerca de la multiplicación de géneros, con el fin de reivindicar a las minorías sexuales, no socavan ni un ápice las bases y objetivos de la lucha feminista; no desplazan ni un milímetro los sólidos principios en que se basa el feminismo.
La reivindicación de numerosos géneros que genera interés en algunos sectores de la población, en ciertos ámbitos académicos y en algún órgano o cargo de poder político, no puede aspirar a ningún objetivo político que pretenda trascender la mera superficialidad de la remoción de algunos marcos mentales.
La pretensión de los seguidores de la teoría queer acerca de que la multiplicación de géneros provocará una suerte de confusión que removerá los cimientos de todo lo establecido, incluido el patriarcado, no es más que una ingenuidad. La confusión de géneros no disolverá el sólido basamento del patriarcado porque no pasa por una transformación radical de las estructuras que nos someten. Sin embargo, podría equivocar el objetivo de la lucha feminista que parte, precisamente, de la identificación objetiva de dos géneros –uno explotado y otro opresor– para tratar de suprimirlos y alcanzar la igualdad efectiva.
Por otra parte, la multiplicación de los géneros basada en las necesidades individuales de cada cual, que a su vez encuentran sentido en los anhelos o deseos personales de pertenecer a uno u otro género –existente o de nueva factura– no sólo distorsiona cualquier pretensión de carácter colectivo, sino que está abocada al fracaso. No tiene visos ni de perpetuarse en el tiempo ni de generar más que frustración.
En este contexto, no creo que el feminismo peligre, pues seguirá avanzando con las mismas premisas que lo sustentaron, evolucionando inexorablemente hacia la consecución del objetivo marcado.
Por ello, la digna reclamación de la libertad de elección sexual, la lucha por la no discriminación de las mujeres trans ha sido y es perfectamente compatible con el movimiento feminista, sin que ambas luchas se confundan. Nunca se confundieron y siempre fueron de la mano, teniendo en cuenta unos y otros sujetos políticos que es más fuerte lo que les une que lo que les separa.
Tal vez, en un pasado reciente, no nos dimos cuenta de que ni la psicología ni la psiquiatría, como disciplinas no transformadoras, no solo contribuyeron a la injusta patologización de las personas trans sino que, además, para abordar la degradante situación social y de marginación padecida por éstas la solución debió haberse planteado de forma colectiva, política y, en suma, coherente con los principios básicos de una sociedad democrática, basada en el reconocimiento de la dignidad humana.
Estoy tan convencida de que el feminismo como movimiento político emancipador está fortalecido como de que los enfrentamientos con los adeptos y adeptas a la teoría queer son baldíos. Debemos actuar con didactismo, enriqueciendo el debate, con inteligencia y, sobre todo, con la seguridad de que, sin perder nuestro objetivo y –precisamente por ello–, el movimiento feminista tiene proyección universal, es de ámbito planetario.
El feminismo es un movimiento político revolucionario, que busca cambiar en profundidad el marco cultural, social y político, es decir, reivindica un giro radical de las estructuras de poder que posibilitan la exclusión, la opresión y la violencia contra la mujer. Así, no es como la energía –que ni nace ni muere, sino se transforma–; el feminismo evoluciona con el tiempo a través de las conquistas ganadas.
Como movimiento emancipador, parte de la observación y análisis de las condiciones materiales que oprimen a las mujeres, para llegar a varias conclusiones que son esenciales tanto para clarificar las causas como para concretar los objetivos. Las causas de la opresión no son otras que la asignación a un grupo o colectivo, en virtud del sexo, marcado por el género femenino y representado por personas a quienes se les atribuye unas concretas características y roles que promueven la explotación y la degradación de su dignidad, basadas en la inferioridad como ser humano. El género masculino es quien detenta el poder, quien tiene la cualidad de cambiar el mundo, descubrirlo y gobernarlo, para eso las mujeres han de ser sumisas y coadyuvar en la importante misión y responsabilidad que tendrían los hombres en la gobernanza del mundo.