Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Frenar el cambio climático
La humanidad está ante un real cambio -en tanto situación nueva, peligrosa y angustiante- del cual no quiere saber: la Tierra está en peligro y, por consiguiente, todos sus habitantes.
Desde hace bastantes años está claro que hay un cambio muy preocupante del clima y que es el hombre el responsable de dicho cambio, lo que se denomina cambio climático antropogénico. También se conoce que este cambio se seguirá produciendo de una forma cada vez más rápida e irreversible y que, por lo tanto, es preciso frenarlo. Es necesario intervenir -si queremos que la Tierra siga siendo un lugar habitable- sobre lo que origina la crisis climatológica existente, que no es otra cosa que el modo de vida de la propia humanidad. Difícil problema, entonces, este al que nos enfrentamos.
Las Naciones Unidas comenzaron a hacerse cargo de la emergencia que se avizoraba y convocaron, en 1988, a lo que se llamó Panel Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático (IPCC), constituido por más de 2000 expertos de múltiples disciplinas y pertenecientes a 195 países. Su objetivo es realizar evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, sus posibles repercusiones y las estrategias de respuesta. En el primer informe de 1990 se atribuyeron las causas del cambio y del aumento de temperatura de la Tierra a la variabilidad natural del clima. Mucho ha llovido desde entonces y el IPCC va por su sexto informe (2022) donde la causalidad es atribuida, sin ambages, al progreso económico de nuestras sociedades.
Es de destacar que el IPCC y el ex vicepresidente de los Estados Unidos de América, Al Gore, recibieron el premio Nobel de la Paz en 2007 por su labor en materia de cambio climático.
Sin embargo, las recomendaciones que se hacen en esos informes no son atendidas por los gobiernos de los diferentes países y, a su vez, ellos son modificados y suavizados por dichos gobiernos antes de enviarlos a los políticos responsables de tomar decisiones. Esto ha empujado a que los propios científicos filtren los borradores antes de que se concluya el edulcorado informe final. Así se ha hecho con el sexto informe, del cual se conocen sus borradores desde el año pasado. Algunos científicos se han organizado en un grupo llamado Rebelión Científica -rama de Extinction Rebellion- donde afirman que: “Como científicos, hemos intentado escribir informes y dar presentaciones sobre la crisis climática y ecológica a quienes están en el poder. Ahora debemos tener la humildad de aceptar que estos intentos no han funcionado. Ahora es el momento de que tomemos medidas para que mostremos cuán en serio tomamos nuestras advertencias.”
En el borrador -filtrado el año pasado- se expresa por primera vez y con claridad que la causa del cambio climático tiene que ver con el sistema capitalista de producción del cual se vale el hombre desde hace varios siglos, principalmente desde hace dos. Por supuesto, y en la misma tónica, esta afirmación fue borrada del informe final.
Dice el borrador: “Algunos científicos subrayan que el cambio climático está causado por el desarrollo industrial y, más concretamente, por el carácter del desarrollo social y económico producido por la naturaleza de la sociedad capitalista, que, por tanto, consideran insostenible en última instancia”.
Si tomamos como parámetro el consumo de energía en el mundo, vemos que en el último siglo este ha crecido de forma incesante, lo cual hace que esté llegando a su punto límite, si es que no lo ha alcanzado ya. La Revolución Industrial y la perforación del primer pozo petrolífero en 1859 en Pennsylvania favorecieron el desarrollo de las distintas industrias, de los medios de transporte, el incremento de la producción de mercancías junto con la explosión demográfica. La población se ha multiplicado 12 veces desde 1700, calculándose que a fines de 2100 se llegará a 11.200 millones de seres humanos habitando nuestro planeta. Podemos inferir que fue a finales del siglo XVIII donde comenzó a gestarse el futuro cambio climático.
Los expertos señalan que es necesario para no superar un aumento de 2ºC de la temperatura de la Tierra, tal y como se estableció en los Acuerdos de París en el 2015, descarbonizar la energía lo antes posible. Para ello, según proponen, hay que realizar una transición energética en la que se pase de una economía basada en los combustibles fósiles (carbón y petróleo), a otra economía basada en las energías renovables o economía verde. Sin embargo, esto no parece ser suficiente pues dichas energías renovables no podrían reemplazar punto por punto a la energía fósil, lo cual obligaría a continuar usando la energía fósil si se quiere mantener el mismo grado de desarrollo.
Ante esto, hace años que se habla de desarrollo sostenible, un desarrollo que no ataque la Tierra y que no tenga una huella de carbono peligrosa como para contribuir al efecto invernadero. Las Naciones Unidas en septiembre de 2015 han propuesto diecisiete medidas para el desarrollo sostenible (ODS), medidas para ser cumplidas antes de 2030, la conocida Agenda 2030. Todos estos nobles proyectos impulsados por las Naciones Unidas no son puestos en práctica de modo contundente y así lo señalan los científicos.
Es interesante lo que destaca la ONU en su página web sobre Desarrollo Sostenible, pues nos va a permitir entrar en el meollo del problema: “La aparición de la COVID-19 ha enfatizado la relación entre las personas y la naturaleza, y ha revelado los principios fundamentales de la disyuntiva a la que nos enfrentamos continuamente: los seres humanos tienen necesidades ilimitadas, pero el planeta posee una capacidad limitada para satisfacerlas. Tenemos que intentar comprender y valorar los límites hasta los que podemos presionar a la naturaleza antes de que su impacto sea negativo. Dichos límites se deben reflejar en nuestros patrones de consumo y producción.” (https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/sustainable-consumption-production/)
Dice la ONU que hay una disyuntiva entre lo ilimitado de las necesidades humanas y lo limitado del planeta. Pienso que a esta frase se le debería cambiar la primera parte: no es lo ilimitado de las necesidades humanas lo que pone en riesgo al planeta sino la ideología de lo ilimitado de la satisfacción que impone el discurso capitalista a la humanidad. La segunda parte sí es verdadera: el planeta es limitado, pero el capitalismo prefiere no enterarse del todo.
Efectivamente, el capitalismo desconoce los límites de la humanidad y de la Tierra y apuesta por un desarrollo tendente al infinito donde, de lo que se trata, es de producir más para vender cada vez más y de este modo poder acumular más y más dinero. Como es el caso de las grandes corporaciones que disponen de una enorme masa de dinero líquido con el cual se han salido del sistema financiero internacional. Su dinero es prácticamente sin límites. Es el dinero -su acumulación y el poder que otorga- el primun movens del capitalismo.
Este sistema -que desde sus inicios esquilma la plusvalía a los trabajadores- se orienta por dos significantes directrices como son las palabras crecimiento y competitividad. El famoso crecimiento es un índice esencial para cualquier empresa donde no crecer es vivido como un fracaso. Del mismo modo es para los países, donde el crecimiento se mide por las variaciones del PIB -índice creado en los años 30- que los inversores utilizan como guía para realizar sus inversiones. Índice que solo mide la cantidad y no la calidad y mucho menos las crecientes desigualdades. Mide el crecimiento de un país, pero no la distribución de la riqueza producida.
No crecer -crecimiento cero- no es haber dejado de ganar dinero sino simplemente es haber ganado lo mismo que el año pasado. Cuestión inadmisible para una empresa porque no se ha ganado más y por lo tanto no se puede acumular más. Y como se está en competencia con otras empresas, si estas sí ganaron más y crecieron, se convierten en peligrosas para la propia subsistencia. Por otra parte, una empresa que no crece no consigue créditos y por lo tanto se estanca y puede ir a la quiebra. O se gira en la misma rueda que todos o se está fuera del sistema. Esto trasládenlo al nivel individual y verán cómo en lo social se promueve lo mismo: un sujeto al que se le hace creer que él mismo es una empresa -en la cual es el único trabajador- que está en competencia con los demás. Se le exige crecer siempre y ser mejor que los competidores. El infierno en la tierra.
Esta ideología del crecimiento incesante, que cada vez necesita consumir más energía, ha hecho carne en la sociedad. Véase el libro de David Palling titulado “El delirio del crecimiento”, en cuyo prólogo dice: “Un problema del crecimiento es que requiere una producción incesante y, su primo carnal, un consumo incesante. A menos que queramos más y más cosas (…) el crecimiento acabará deteniéndose. Para que nuestras economías sigan avanzando debemos ser insaciables. La base en la que se sustenta la economía moderna es nuestro deseo ilimitado de cosas, Pero en lo más profundo de nuestro corazón sabemos que ese camino conduce a la locura.”
Son los propios ciudadanos quienes sostienen este discurso y se preocupan si su país no crece o ellos mismos no son lo suficientemente productivos. Esta ideología es lo más parecido al crecimiento imparable de un tumor para el cual no se tiene tratamiento. Todos sabemos cómo termina.
Vemos entonces, que el propio sistema de producción capitalista es el mayor obstáculo para conseguir frenar el cambio climático. Por lo tanto, cuando hablamos de frenar el cambio climático en realidad estamos diciendo frenar la ideología del crecimiento perpetuo, modificarla, reorientarla.
Lacan describió al capitalismo como un discurso, es decir, como un modo de lazo social que se caracteriza por no conocer el límite y entronar a los sujetos como gestores de su propia vida. Hace creer que toda satisfacción es posible por la vía de los objetos y, aún más, les exige que se satisfagan y triunfen. Este modo de lazo hace difícil el amor. Podemos ver cómo capitalismo y superyó se dan la mano -son la misma cosa- en un viaje infinito hacia un goce que acaba con la alegría, provocando finalmente una gran insatisfacción. Esta insatisfacción relanza el consumo en un movimiento circular sin detención. Es la glotonería capitalista que en vez de satisfacer necesidades produce otras nuevas.
Desde el siglo XIX grandes sectores de la humanidad han luchado sin éxito contra este modo de producción. Se ha dado la paradoja de que los regímenes que proponían otro modo de lazo social -el socialismo- han terminado por sucumbir al empuje del siempre más. Pareciera que no hay modo de inventar otro modo de estar en el mundo.
Si de lo que se trata es de frenar el crecimiento, es decir, de frenar el capitalismo, se le va a pedir a la humanidad que acepte numerosas renuncias a un goce que la tiene embelesada. El decrecimiento, que es lo mismo que frenar el crecimiento, va en contra de la satisfacción pulsional que tan bien interpreta el capitalismo. ¿Cómo pensamos que va a responder una humanidad que goza de eso o aspira a hacerlo? ¿Cómo van a aceptar las grandes corporaciones un límite a sus ganancias?
Hace 50 años Jacques Lacan en una conferencia que dictó en Milán aseveró algo que siempre quedó en un lugar enigmático, una especie de profecía a la cual no se le veía la posibilidad de ser cumplida. Dijo que el discurso capitalista siendo locamente astuto era, a su vez, insostenible (la misma palabra que el borrador del sexto informe del IPCC) y que estaba destinado a estallar. Que marchaba demasiado rápido y tendría como efecto que el hombre, alienado en el consumo que imponía el capitalismo, provocaría que él mismo se consumiera. Hoy se avizora este estallido, pero no por la vía de las luchas populares ni como efecto de gobiernos o revoluciones, tal como pensábamos que podía realizarse esta profecía, sino que es la propia Tierra la que va a poner fin a un sistema que fuerza su existencia hasta límites insospechados.
Podemos inferir que lo que vendrá después, si no se orienta, puede terminar en lo peor. Por eso es imprescindible tratar de incidir desde ahora en que el estallido de la ideología del crecimiento constante se haga de un modo controlado y orientado por la democracia y la libertad de expresión. Para que no paguen los de siempre. Cuestión nada segura.
Es nuestra responsabilidad como psicoanalistas ayudar a quitar el velo al embeleso, es decir, ir en contra de lo mortífero de las exigencias superyoicas.
La humanidad está ante un real cambio -en tanto situación nueva, peligrosa y angustiante- del cual no quiere saber: la Tierra está en peligro y, por consiguiente, todos sus habitantes.
Desde hace bastantes años está claro que hay un cambio muy preocupante del clima y que es el hombre el responsable de dicho cambio, lo que se denomina cambio climático antropogénico. También se conoce que este cambio se seguirá produciendo de una forma cada vez más rápida e irreversible y que, por lo tanto, es preciso frenarlo. Es necesario intervenir -si queremos que la Tierra siga siendo un lugar habitable- sobre lo que origina la crisis climatológica existente, que no es otra cosa que el modo de vida de la propia humanidad. Difícil problema, entonces, este al que nos enfrentamos.