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El pato que va en cabeza

Se suele llamar “pato cojo” al presidente de los Estados Unidos en la segunda mitad de su segunda legislatura, porque se supone que el final de su mandato y la imposibilidad de presentarse a una tercera elección mina su capacidad de influencia, incluso en el propio partido, más preocupado de encontrarle recambio que de gobernar. No obstante, Barack Obama ha dejado claro en el último mes que esa pérdida de fuelle no es inevitable, como analizaba Marc Bassets en un reciente artículo en El País. Liberado de compromisos, Obama ha tomado algunas de las decisiones mas importantes de su legislatura en el último mes, después de la debacle electoral de su partido en las legislativas que les hicieron perder la mayoría en el Senado y entregaban así las dos cámaras a los republicanos.

La última y más sonada decisión es el cambio estratégico en las relaciones con Cuba, con el reconocimiento implícito de la inutilidad de un bloqueo comercial criminal de más de medio siglo. De alguna forma, con estas ultimas acciones valientes (relacionadas con el cambio climático, la protección de espacios naturales o la reforma migratoria, todas ellas polémicas) Obama ha vuelto a reivindicarse, acercándose más a la imagen ilusionante que transmitió en su primera elección que a la decepcionante realidad de un Nobel de la Paz inmerso en varias guerras. Y ha puesto en valor el factor humano en la política, el componente irrenunciable de la responsabilidad personal de los dirigentes.

Dando un salto de varios miles de kilómetros, en España también tenemos algún que otro “pato cojo”. Uno de ellos es Cayo Lara, que además recurrentemente suele utilizar la figura de los patos volando en V de Eduardo Galeano para ilustrar la necesidad de trascender los personalismos para cumplir una labor en el equipo. Al igual que Obama, Lara comenzó su mandato -en su caso, como coordinador federal de IU en 2008- con la fuerza de sentirse respetado por su trayectoria de lucha contra la corrupción ligada a la burbuja inmobiliaria como coordinador en Castilla-La Mancha -en especial, en el caso de Seseña- y, posteriormente, por los buenos resultados electorales, sobre todo los de las generales de 2011. Sin embargo, desde entonces algunas decisiones dudosas, destinadas más bien al mantenimiento del statu quo en IU (como la asignación, por tercera vez, de la cabeza de la candidatura a las europeas a Willy Meyer), minaron su respaldo.

Como decía recientemente Alberto Garzón, IU ha reaccionado tarde en un contexto de cambio de régimen, ya que “si hubiera hecho los deberes, Podemos hoy no existiría”. Y una buena parte de la responsabilidad de ello es de Cayo Lara, que no emprendió con decisión la refundación de su formación destinada a la convergencia con otras fuerzas, que la propia coalición había aprobado como hoja de ruta ya en la asamblea en que fue elegido en 2008.

Pero, a diferencia de otros dirigentes, Lara ha sabido dar un paso a un lado. Aun con retraso, ha percibido la demanda de cambio, en su organización y en la sociedad, y ha permitido la celebración de primarias abiertas para la cabeza de lista de las generales, a las que él ya ha anunciado que no se presentará. Y sus declaraciones -como las del pasado sábado 20 de diciembre en La Sexta Noche- se ha tornado más contundentes. Pareciera más suelto, liberado de los lastres de la organización.

No obstante, le queda un Rubicón por cruzar: atajar la situación de IU en la Comunidad de Madrid, donde tanto los simpatizantes como la militancia han apoyado de forma abrumadora en las primarias a una candidatura, la de Tania Sánchez y Mauricio Valiente, a la que el pequeño núcleo que aún controla el aparato regional (con su último coordinador, Eddy Sánchez, ya dimitido) se dedica un día sí y otro también a atacar desde los medios de comunicación más vinculados al PP (ABC, Telemadrid, La Razón o TVE).

Este núcleo se hace eco, respaldando e incluso dando cobertura de “fuego amigo”, a un conjunto de informaciones sesgadas que constituyen una campaña de desprestigio en toda regla centrada en Tania Sánchez. Las críticas se han extendido a Alberto Garzón tras su apoyo a la ganadora de las primarias. Todo ello, mientras que en paralelo la dirección de Madrid (que ganó la última asamblea por los votos de tan sólo 8 delegados) no atiende a las órdenes de la dirección federal exigiendo responsabilidades políticas por la actuación de los representantes de IU en Cajamadrid y posteriormente Bankia, así como por las irregularidades en la fundación de la organización madrileña, Fundeste.

En una resolución de la presidencia federal tras dos comisiones de transparencia, una regional y otra federal, se constataban “actuaciones políticas no acordes con el código ético ni con la práctica política de IU” y se señalaba principalmente y de forma clara a Gregorio Gordo, expulsado de los órganos federales, y a Ángel Pérez, portavoces en la Asamblea de Madrid y en el Ayuntamiento de la capital respectivamente y ambos ex-coordinadores regionales, entre otros.

Estos dirigentes fueron los que promovieron, en el caso de Pérez, y posteriormente ratificaron, en el de Gordo, la elección de José Antonio Moral Santín como miembro del consejo directivo de Cajamadrid como representante de IU. Moral Santín, como recientemente se ha demostrado, actuó más como un aliado de la dirección de Miguel Blesa que como un agente fiscalizador, totalmente desvinculado de las directrices políticas de IU y estando implicado de lleno además en el caso de las tarjetas black. En cuanto a Pérez, además ha sido presidente del patronato de Fundeste desde 1996 hasta la actualidad, periodo en el que se producen las irregularidades contables.

Ambos, además, promovieron una política urbanística (el “marxismo-ladrillismo”, como la denomina entre otros Juan Carlos Escudier) en alguno de los municipios madrileños donde IU llegó a gobernar (e incluso en algún otro apoyando desde la oposición) que no era en esencia muy distinta de la aplicada por la derecha.

El listón de la exigencia ética en IU siempre ha sido alto y así se ha ratificado recientemente cuando Willy Meyer, al poco de haber sido reelegido eurodiputado, dimitió al saberse que tenía un fondo de pensiones privado vinculado a una SICAV. Este hecho -que al parecer Meyer no conocía- no constituía un delito, ni siquiera una falta administrativa, pero sí que chocaba frontalmente con las críticas de la coalición de izquierdas a este tipo de fondos. La dimisión de Meyer le ha ganado el respeto de sus críticos y contrasta de forma abrupta con la negativa a asumir responsabilidades políticas personales de los citados dirigentes madrileños, a los que desde el resto de federaciones -no solo desde la dirección federal- se les exige su dimisión. Su respuesta de abierta crítica en los medios (aun cuando ellos mismos introdujeron cláusulas muy duras en los estatutos penalizando la discrepancia pública de los militantes) a Sánchez y Garzón, que previsiblemente serán las figuras mas importantes a nivel electoral de la coalición a corto plazo, coloca a IU en una difícil tesitura.

A ello se une su oposición a la confluencia con otras fuerzas de izquierda y movimientos sociales; en el caso de la ciudad de Madrid, bajo la forma de la plataforma Ganemos (en la que la militancia de base y la candidatura de Sánchez y Valiente están participando de forma muy activa). Es por tanto una tesitura en la que incluso se pone en duda la viabilidad electoral de la marca IU en una plaza tan importante como Madrid. Y sin un resultado mínimamente aceptable, IU-CM no es viable tampoco económicamente, ya que sus principales ingresos provienen de las subvenciones públicas y las donaciones de cargos públicos. Un mal resultado impediría afrontar la deuda de unos dos millones de euros que arrastra con las administraciones (frecuentemente esgrimida en su contra por el PP), que ha llevado a la subasta de alguna de sus sedes, solo frenada in extremis en algunos casos por la concesión de un crédito por el Banco Santander.

Ante esta situación la dirección federal cuenta con herramientas estatutarias para actuar. No obstante, es necesaria una decisión política. Lara, en su etapa final como máximo dirigente de IU, debe ser consciente de que cuando nada se tiene, nada se puede perder. Tras la negativa a asumir responsabilidades personales de los dirigentes madrileños, capaces de echar por tierra la marca incluso a nivel estatal antes que abandonar sus puestos, es él el que debe encarar su propia responsabilidad. Por ello, este el momento en el que Cayo Lara debe elegir entre ser un “pato cojo” atenazado y que retrasa a la bandada; o, por el contrario, ser el que realiza un ultimo esfuerzo encabezando la V para que, en un momento histórico, la bandada avance, antes de echarse a un lado, cansado pero con el orgullo de haber realizado su labor.

Se suele llamar “pato cojo” al presidente de los Estados Unidos en la segunda mitad de su segunda legislatura, porque se supone que el final de su mandato y la imposibilidad de presentarse a una tercera elección mina su capacidad de influencia, incluso en el propio partido, más preocupado de encontrarle recambio que de gobernar. No obstante, Barack Obama ha dejado claro en el último mes que esa pérdida de fuelle no es inevitable, como analizaba Marc Bassets en un reciente artículo en El País. Liberado de compromisos, Obama ha tomado algunas de las decisiones mas importantes de su legislatura en el último mes, después de la debacle electoral de su partido en las legislativas que les hicieron perder la mayoría en el Senado y entregaban así las dos cámaras a los republicanos.

La última y más sonada decisión es el cambio estratégico en las relaciones con Cuba, con el reconocimiento implícito de la inutilidad de un bloqueo comercial criminal de más de medio siglo. De alguna forma, con estas ultimas acciones valientes (relacionadas con el cambio climático, la protección de espacios naturales o la reforma migratoria, todas ellas polémicas) Obama ha vuelto a reivindicarse, acercándose más a la imagen ilusionante que transmitió en su primera elección que a la decepcionante realidad de un Nobel de la Paz inmerso en varias guerras. Y ha puesto en valor el factor humano en la política, el componente irrenunciable de la responsabilidad personal de los dirigentes.