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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Todo lo que creemos sobre inmigración es al revés

Carlos Delclós

Decía el antropólogo Clifford Geertz que mientras que la religión basa su teoría en la revelación, la ciencia en el método, la ideología en la pasión moral, el sentido común se basa precisamente en la afirmación de que en realidad no dispone de otra teoría que la vida misma. El mundo es su autoridad, y por mucha evidencia que propongas, nunca podrás disputar lo evidente. Es un tipo de pensamiento que se refleja mucho en el debate público sobre la inmigración, y no es casualidad que casi siempre termine llegando al mismo consenso: inmigración sí, pero controlada. Una frase hecha que tiene la virtud de evocar tolerancia y responsabilidad sin significar absolutamente nada.

No debería extrañarnos esta respuesta tan vaga, porque las preguntas que nos hacemos sobre la inmigración no suelen tener mucho que ver con ella. Es un problema de planteamientos y el caso es que todo lo que creemos sobre la inmigración es al revés.

Por ejemplo, pensamos que los muros, las vallas y las fronteras (las físicas y las burocráticas) sirven para mantener fuera a las personas sin papeles. Pero como demuestra el célebre sociólogo estadounidense Douglas Massey, sirven más para mantenerles dentro. La razón de ello es bastante sencilla: si cruzar la frontera es muy costoso y muy difícil, una vez que llega a su destino, una persona tiende a querer quedarse hasta que la experiencia le haya salido a cuenta. Más allá de aumentar el número de personas sin papeles, hacer que las fronteras sean más peligrosas solo tiene el efecto de aumentar el drama y la violencia que sufren las personas.

Otro ejemplo es el crimen y la inseguridad. Para hablar de la inmigración, el ministro de Interior Jorge Fernández Díaz suele hacer referencia a las mafias que se aprovechan de la “desesperación” de las personas para enriquecerse. Pero en este mismo diario, Dia Mamadou explica que quienes les ayudan a cruzar la frontera son “de todo menos mafiosos”. Lo que sí sabemos es que la exclusión administrativa obliga a las personas a participar en la economía informal para cumplir sus necesidades materiales. Esto solo produce más vulnerabilidad, exponiéndoles a la represión policial (a través de las identificaciones por perfil étnico y las redadas racistas), a la enfermedad (con la exclusión sanitaria) y a la explotación (ya sea laboral o en forma de hipotecas tóxicas con avales cruzados). Esto afecta mucho más a la seguridad laboral y personal de las personas migrantes que a la de los nativos. Y el hecho de que en España la nacionalidad se adquiera por ascendencia y no por haber nacido en el territorio, garantiza que esta desigualdad extrema y estructural tenga un carácter profundamente racista.

El problema es que la inmigración se piensa demasiado desde la utilidad política y económica del fenómeno y demasiado poco desde el funcionamiento de un sistema migratorio. Y esto ocurre porque la inseguridad de los nativos es un campo mucho más fértil para los poderes fácticos ya que el poder soberano no reconoce la participación de las personas migrantes en la sociedad (o no de forma completa). Las cosas así, quienes más se han beneficiado de nuestras inseguridades acerca de las fronteras no son personas sin papeles que supuestamente se aprovechan del sistema, ni los pequeños empresarios que les explotan con contratos abusivos, inexistentes o ilegales. Quienes más se han beneficiado han sido los bancos que les concedieron hipotecas abusivas cuando les rescatamos con el dinero de todos. O las empresas e instituciones de la industria securitaria, que se enriquecen diseñando formas de imponer violencia y control. O los políticos que representan estos intereses por encima de los de la población.

La clave para superar este obstáculo está en derribar el muro entre nativos y extranjeros a través de la plena participación política de la población total. La migración es movimiento natural. Las famosas imágenes que hemos visto a lo largo de este año de saltos colectivos en la valla de Melilla, son imágenes de desobediencia civil, que nos obligan a enfrentarnos al vacío en nuestro sentido común. Este vacío se manifiesta de distintas maneras, pero sobre todo en la homogeneidad de los acentos en nuestras discusiones sobre cómo la crisis está afectando a nuestras familias, a nuestros lugares de trabajo y a nuestras comunidades. Y han habido excepciones espectaculares al vacío, luchas en las cuales migrantes y nativos han participado juntos en condiciones de igualdad, desde el apoyo mutuo y la solidaridad. Tanto la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y su lucha por una vivienda digna como la del del sindicato de trabajadores y trabajadoras de servicios por el aumento del salario mínimo en Estados Unidos han demostrado que la mentira de que la inmigración nos roba bienestar se desmonta cuando luchamos juntos y juntas para defender y mejorar nuestra calidad de vida.

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