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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Lo mortífero del narcisismo en Podemos: ¿qué hacer?

Iglesias convierte Vistalegre II en una disputa con Errejón por el liderazgo

Joaquín Caretti

Existe una ley política y quizá natural que exige que dos vecinos fuertes y próximos, sea la que sea su amistad al principio, terminan siempre por llegar a un deseo de exterminación recíproca. (F. Dostoyevsky)

La desazón que se ha instalado en los militantes y simpatizantes de Podemos es equivalente al entusiasmo que generó su nacimiento hace poco más de tres años. Dicho entusiasmo estaba bien justificado: emergía un partido que pretendía tomar las banderas del 15M, expresión ciudadana del gran malestar social existente, y que se proponía –conformado por gente joven, inteligente y bien preparada– promover un cambio en la política. Profesores con experiencia política en las luchas de la izquierda señalaban sin ambages dónde estaban los problemas reales de España.

Con un lenguaje accesible y preciso y con cierto desparpajo, cautivaron a un gran caudal de personas que no se sentían representadas por el bipartidismo tradicional y que vivían hacía tiempo a Izquierda Unida como un partido testimonial sin capacidad real de gobernar. Además, la fuerza de su deseo de transformación movió la fibra de sectores que habían perdido toda esperanza de poder tener un gobierno que se comprometiera de verdad con los sectores más desfavorecidos y que no sucumbiera en una deriva social liberal, como lo venía haciendo el PSOE desde hacía largos años.

La introducción de la palabra casta marcaba un antagonismo y subsumía todo lo que había que atacar y modificar, al mismo tiempo que, al modo laclausiano conseguía convertirse en el significante que hegemonizaba la lucha de los primeros meses de Podemos. La buena nueva se extendió de manera fulgurante gracias a la presencia mediática de sus fundadores y al popular boca a boca. Un río de alegría nueva inundó todos los costados del país.

El éxito sorprendente en las elecciones europeas, y posteriormente en ayuntamientos y comunidades, disparó el fervor y la marea creció hasta niveles inesperados haciendo casi posible adelantar al PSOE en el largo camino electoral del último año, donde Podemos y sus alianzas consiguieron 70 diputados, situándose a muy pocos votos de la segunda posición. Hoy, siete meses después, las encuestas ya lo señalan con claridad: ¡Podemos es la segunda fuerza política en intención de voto por detrás del Partido Popular!

Todo este capital conseguido en menos de tres años y que maravilló al mundo por lo que mostraba de lucidez política y de deseo decidido, ha entrado en una deriva que amenaza con hacerlo desaparecer. Se ha desencadenado una lucha fratricida impensable –cuyo primer signo fue la renuncia de algunos compañeros del Consejo Ciudadano Autonómico de Madrid– y uno se pregunta por qué. ¿Por el poder?, ¿por diferencias en el proyecto político?, ¿por las designaciones en los puestos más relevantes?, ¿por la presencia de “camarillas”, como denuncian algunos que toman distancia?, ¿por la formación de otro partido dentro del partido que quiere controlarlo todo?, ¿porque algunos abandonaron la línea inicial más populista y se han izquierdizado priorizando la lucha en la calle y otros quieren un partido más socialdemócrata y parlamentarista que consiga cambios ya para la gente?, ¿porque si seguimos así no desalojamos a Rajoy de la Moncloa en las próximas elecciones?, ¿porque unos temen que se refunde el Partido Comunista y otros que se haga un PSOE 2.0?, ¿porque unos ahora visten más elegantes y otros conservan el look de siempre?, ¿porque han habido maniobras y traiciones?

Supongamos por un momento que todo esto y más que no conocemos fuera cierto. ¿Y qué? ¿No son las peleas y debates habituales de cualquier formación política donde conviven diferentes posiciones y sensibilidades? Entonces, esta cuestión no justifica la posibilidad de destrucción de Podemos y de su proyecto transformador. Esto no explica la necesidad de declarar una guerra de exterminio, no de los compañeros, sino del propio proyecto. Es sabido que los documentos que se van votar no han sido debatidos ni confrontados, entonces ¿por qué no se dio un tiempo suficiente de debate interno de los diferentes proyectos y se trasladó este a los militantes, círculos y simpatizantes incluso? ¿Cómo van a decidir los inscritos en Podemos a quién votar?

En este tipo de situaciones lo que no hay que perder de vista es el objeto que convoca y al que debemos cuidar. Este objeto es el más importante movimiento con posibilidades de transformar la situación de injusticia social y de enfrentarse al neoliberalismo que ha habido en España en las últimas décadas. Y no lo están cuidando.

Y no lo cuidan ninguna de las líneas que habitan en Podemos pues han antepuesto el goce de sus propios narcisismos y odios a la responsabilidad que tienen entre manos. Han dejado que se expandiera lo que Freud denominó pulsión de muerte, que no es nada más y nada menos que atentar contra lo que uno más quiere: el proyecto Podemos, en este caso.

Ahí donde se cree que se está peleando por salvar su idea del proyecto, en realidad se está luchando por salvar la propia imagen, cuestión que conlleva necesariamente destruir al otro. Por eso no hay posibilidad de escuchar lo que el otro tiene para decir. Y, aunque no se lo sepa, cuando –bajo el velo de defender mi proyecto– el eje está puesto en la defensa de la propia imagen, cuando lo que se defiende es su yo, cuando se quiere hacer desaparecer al otro diferente, el que sin duda pierde es el proyecto. Pero, paradójicamente, si Podemos se esfuma o queda muy debilitado, también pierden los que ganen. Narcisismo y muerte van de la mano, tal como lo señala el mito de Narciso.

Si este partido trajo la buena nueva de que otro país y otra forma de hacer política eran posibles, tendría que incluir –como gran novedad en la política– un tratamiento diferente de todas estas cuestiones. Para ello, es preciso que Podemos “haga consciente” que detrás de la mascarada pseudo política de estos últimos tiempos, existe y opera –de manera no consciente para los sujetos– una corriente libidinal/narcisista que determina férreamente todos los pasos de esta pelea.

De cómo se sepa tratar políticamente el problema a partir de ahora, dependerá el futuro de Podemos. Por eso me parece acertada, como primera medida, la propuesta de Santiago Alba Rico: en Vista Alegre II no nos matemos. Hagamos la jugada inesperada de instalar el respeto por el otro, dando tiempo a poder trabajar las derivas narcisistas, lo cual haría posible el seguir haciendo de Podemos un partido que sostenga la esperanza de un país más lúcido y mejor.

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