Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Solidaridad en vez de santurronería
Francamente tuve la intención de dejar pasar el 9 de noviembre sin comentarlo, ya que no sólo los medios alemanes sino también varios medios extranjeros informaron sobre el vigésimoquinto aniversario de la caída del Muro de Berlín. Pero mis amigos del telegraph me animaron a escribir una contribución sobre el tema de los servicios secretos para su edición sobre el aniversario. El telegraph pretende ser “la última auténtica revista de la oposición izquierdista de la RDA (...) Insobornables, incómodos, críticos y sin simpatía para autoridades y empresas -cualidades que muchos de los hoy conocidos como defensores de los derechos civiles han perdido”.
Conocí la redacción por primera vez poco después de la reunificación alemana, cuando era un joven abogado en la Casa de la Democracia y los Derechos Humanos, situada en el nº 165 de la Friedrichtstrasse, por aquel entonces sede de la dirección sectorial del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). Allí nos instalamos un colega y yo en unos cuartos del primer piso, enfrente de la oficina del Comité Civil del 15 de Enero y la redacción de Horch und Guck. Como abogados en aquel entonces no solo representábamos a víctimas de violencia de la extrema derecha. También apoyábamos a víctimas de la Stasi en la revisión de actas, los acompañabamos a los archivos y les ayudábamos acerca de sus posibilidades legales -en concreto, en la instrucción de procesos penales y la validación de sus derechos civiles.
Como abogados de la Alemania occidental teníamos poco más que información de artículos de prensa sobre la dimensión y cotidianeidad de la vigilancia y represión ejercida por la seguridad estatal de la RDA. Oíamos historia tras historia de aquellos que antes de 1989 habían arriesgado mucho para vivir otra cultura u otra política. A veces eran pequeñas cosas, como llevar el pelo largo o una A con un círculo, las que motivaban la persecución. También representamos a homosexuales, quienes pasaron años en prisión por el denominado “comportamiento incívico”, y por supuesto a muchas otras personas que por su actividad política terminaron en el punto de mira del poder estatal.
Por mala que fuera esa experiencia, me sirvió de instrucción. Comprendí en aquel entonces que la izquierda de la Alemania occidental tenía que haber tomado postura antes y de forma más vehemente. Porque no sólo eran los burocrátas de la RDA, por un lado, y los anticomunistas, por otro. Eduard Schnitzler (Der Schwarze Kanal) contra Gerhard Löwentahl (Deutschlandmagazin). Se trataba de gentes que querían vivir y hacer política como nosotros; personas a quienes debíamos haber apoyado. De haber entendido esto antes, nos hubiésemos juntado a ellos antes y tal vez hubiésemos podido aprovechar la pequeña oportunidad política que surgió justo después de la caída del Muro. Una oportunidad de la cual hoy ya apenas se habla. La oportunidad de pelear por una verdadera alternativa contra el socialismo nominal, pero también contra el capitalismo neoliberal.
En vez de aquello, hoy nos encontramos con un sistema político y económico que los europeos occidentales -al igual que los norteamericanos- celebran de manera santurrona, con las ganancias que generan en el resto del mundo para mantener sus sociedades, donde de hecho existen históricamente niveles de vida y democracia relativamente altos. Pero su precio radica en las condiciones devastadoras para otras muchas partes del mundo, sin olvidar tampoco el daño causado a la periferia de nuestro continente.
No obstante, estas palabras no pretenden ser un lamento sobre oportunidades perdidas. Son un llamamiento para ser solidarios con todos aquellos que viven del otro lado de muros que -aunque no hemos construido nosotros- tampoco enfrentamos con suficiente fuerza.
Francamente tuve la intención de dejar pasar el 9 de noviembre sin comentarlo, ya que no sólo los medios alemanes sino también varios medios extranjeros informaron sobre el vigésimoquinto aniversario de la caída del Muro de Berlín. Pero mis amigos del telegraph me animaron a escribir una contribución sobre el tema de los servicios secretos para su edición sobre el aniversario. El telegraph pretende ser “la última auténtica revista de la oposición izquierdista de la RDA (...) Insobornables, incómodos, críticos y sin simpatía para autoridades y empresas -cualidades que muchos de los hoy conocidos como defensores de los derechos civiles han perdido”.
Conocí la redacción por primera vez poco después de la reunificación alemana, cuando era un joven abogado en la Casa de la Democracia y los Derechos Humanos, situada en el nº 165 de la Friedrichtstrasse, por aquel entonces sede de la dirección sectorial del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). Allí nos instalamos un colega y yo en unos cuartos del primer piso, enfrente de la oficina del Comité Civil del 15 de Enero y la redacción de Horch und Guck. Como abogados en aquel entonces no solo representábamos a víctimas de violencia de la extrema derecha. También apoyábamos a víctimas de la Stasi en la revisión de actas, los acompañabamos a los archivos y les ayudábamos acerca de sus posibilidades legales -en concreto, en la instrucción de procesos penales y la validación de sus derechos civiles.