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La nueva pandemia: misantropía y ultraderecha

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Las dos vías

El modo en cómo se han situado ante la pandemia los diferentes gobiernos, los partidos políticos y ciertos grupos sociales nos orienta sobre la ideología en la que se sustentan. Sabido es que, ante la ausencia de un tratamiento eficaz y pendientes de la producción de una vacuna, las medidas a tomar no admitían muchas variantes. Hubo que tener en cuenta que la velocidad de contagio y la gravedad del cuadro clínico, en numerosos casos, hacía avizorar el colapso del sistema de salud con la consecuente catástrofe humanitaria. Si la forma consensuada de frenar el virus pasaba por alcanzar la inmunización de al menos el 60% de la población –lo que ha se llamado, sin pudor, “inmunidad de rebaño”– y dado que no había ninguna vacuna, se abrían solo dos vías hasta la llegada de esta que se situaba en unos 18 meses. 

Una vía, la de la supresión de la pandemia, consistía en aplicar medidas restrictivas de las libertades muy impactantes como la cuarentena prácticamente total de la población, la distancia mínima de dos metros entre los cuerpos, el aislamiento de los enfermos, las mascarillas obligatorias, el hidrogel y el lavado de manos. Es una política que se orienta por ciclos de cierre más o menos severo y ciclos de apertura donde dichas medidas se van aflojando según la mejoría de los datos: esto se grafica con el movimiento de un acordeón. Lo que se busca es preservar en primera instancia la vida de los ciudadanos y subsidiariamente no dañar brutalmente a la economía. Esta política salvaguardó la vida de muchísimos ciudadanos, claro que a costa de una restricción de las libertades y de la instalación de lo que se ha dado en llamar una “nueva normalidad” que modifica radicalmente los lazos sociales.

La otra vía, la de la mitigación de la pandemia, consistía en dejar que se contagiara la población tomando medidas mucho menos drásticas y sin ningún tipo de cuarentena. Es el mejor ejemplo de una selección natural del más fuerte a costa de sacrificar a un enorme número de ciudadanos. En España se puede estimar que esta política hubiera necesitado que se infectaran 28 millones de personas con unas cifras de muertos totalmente insoportables. Esta vía prioriza salvaguardar la economía por sobre la salud de los ciudadanos. Es un buen ejemplo de la ideología neoliberal que apuesta por la gestión individual de la pandemia sin políticas claras de solidaridad. Una gestión biopolítica de las poblaciones que muestra su sesgo tanático, tal como lo señaló Foucault mediante su fórmula “Hacer vivir, dejar morir”. Hacer vivir a los que pueden sostener el aparato productivo y dejar morir a los que se han convertido en una carga para el sistema, como los ancianos, y conseguir de ese modo la inmunidad de rebaño. Esto se ha visto bien con la mortandad que se generó en los centros de la tercera edad en España y especialmente en la Comunidad de Madrid.

No es una casualidad que sean los gobiernos más reaccionarios y de ultraderecha los que defendieron la vía tanática como Trump, Bolsonaro y Jonhson, minimizando los efectos de la pandemia e incluso burlándose de aquellos que defendían medidas más activas. Los dos primeros se exhibieron sin mascarilla (aún contagiado el brasileño) proponiendo terapéuticas no comprobadas científicamente como la hidrocloroquina preventiva que Trump presumía de tomar. Las consecuencias para sus países fueron catastróficas lo que los obligó a rectificar en parte. A su vez, Trump hizo que EEUU se retirara de la OMS junto con su fundamental aporte económico en un momento donde actuar de consuno era esencial. Sin embargo, hay estados como el de Nueva York que, desmarcándose de la política del gobierno federal, han seguido una vía de contención de la pandemia más agresiva lo que ha salvado muchas vidas, tal como lo señala el director del Centro Nacional para la Preparación ante los Desastres de la Universidad de Columbia, Jeffrey Schlegelmilch.

La amalgama y el odio

Al hilo de la pandemia ha surgido una amalgama integrada por grupos negacionistas, asociaciones antivacuna, adeptos a la teoría de la conspiración y la ultraderecha (que sostiene decididamente esta unión) que cobra cada vez más fuerza en el mundo organizando manifestaciones a cara descubierta y sin ningún respeto por la distancia entre los cuerpos. Dicha amalgama afirma que todo es un invento de los gobiernos democráticos para coartar las libertades y someter a los ciudadanos a una dictadura mundial donde la maniobra final es la introducción, mediante la vacunación masiva, de un chip con el cual dominarían a los sujetos. Sus consignas, como en la importante manifestación de Berlín “Festival de la libertad y la paz” de agosto de 2020, apuntan a la dimisión del gobierno y a la finalización de las medidas contra la pandemia (que llaman “plandemia”) y convocan a resistir dado que “son el pueblo” en marcha hacia una revolución que viene a iluminar a los “covidiotas”. Este discurso, que tiene visos de ser un delirio, no deja de ser funcional a todos aquellos que defienden la vía del darwinismo social dado que es un accionar que se sostiene en el odio y que busca generarlo. Un odio a los gobernantes que los privan de la libertad y los quieren convertir en esclavos del sistema gracias a una enfermedad que es un invento, un odio al personal sanitario por su complicidad y también a los periodistas que denuncian su delirio. Es un odio que no permite el debate, es una certeza que no les permite más que luchar. Este odio es estimulado y utilizado por los partidos de la ultraderecha para conseguir más votos y de ese modo aumentar su presencia política. 

Pero lo que es necesario destacar, ya que de algún modo queda velado, es que el darwinismo social propuesto por la segunda vía muestra con claridad el odio que los gobiernos y partidos de ultraderecha sienten por el pueblo al que dicen defender y amar y es el mejor exponente de lo tanático de la ideología neoliberal. Lo que quieren en realidad es un conjunto de seres sometidos voluntariamente a una ideología y a un líder para detentar el poder. No les importa la vida de los ciudadanos dado que su apuesta, como dijimos, es la supervivencia de los más fuertes jerarquizando la economía. Es así como la teoría de Darwin cuando se aplica a las sociedades adquiere tintes racistas de odio al diferente pues intenta llevar adelante una política eugenésica. Se revela, de este modo, la carga misantrópica de estas nuevas formas de fascismo.

El odio que muestra la ultraderecha es una oscura pasión, un deleite sostenido en la desgracia ajena, que tiene una fuerza indestructible siempre presto a retornar conectado a lo que Freud denominó pulsión de muerte, es decir, a la destrucción del Otro o de sí mismo; por ello podemos decir que el odio es el afecto de la pulsión de muerte. Lo que se odia es lo que hace al otro más singular y diferente, todo aquello que del otro ser humano no se homogeniza, lo que impide decir que todos somos iguales y que sitúa al odiador ante un enigma insoportable. Piénsese, por ejemplo, en el odio a lo femenino. Los discursos del odio lo que odian es que el otro se satisface de una manera diferente pues esto los confronta con su propia vida. Es aquí donde se verifica que el amar al prójimo como a ti mismo, la máxima cristiana, es imposible. 

Podemos ver cómo la ultraderecha es la que hoy –pandemia mediante que abona el terreno– encarna, política y discursivamente, la pulsión de muerte en la sociedad. Hace de dicha pulsión el eje de su accionar político no importándole incluso el contagio de sus propios dirigentes en aras del triunfo del odio. Es el punto donde se toca con otros fundamentalismos que ofrecen su vida con tal de que el odiado muera. Por eso odian la democracia ya que esta es el invento -siempre imperfecto- de la humanidad para acoger las singularidades de cada uno.

Discurso capitalista

No podemos desconocer lo que en nuestra época introduce a la pulsión de muerte: el discurso capitalista. Este implica un modelo económico que ha producido una forma inédita de lazo social, tal que una nueva razón del mundo se ha infiltrado en todos los modos de hacer de nuestra existencia y le exige al sujeto la construcción de una nueva forma de subjetividad. Discurso que desconoce el amor y empuja insistentemente a un gozar que no cumple sus promesas y que segrega a la mayoría de la humanidad de las mínimas condiciones de dignidad. Es el gran favorecedor contemporáneo del odio al Otro, donde se rompen todos los puentes entre el sujeto y lo común ya que el otro es vivido decididamente como un enemigo. A su vez, rompe los puentes entre el sujeto y su singularidad pues esta idea de sí mismo como un yo-capital mata cualquier posibilidad de que surja el deseo como aquello que no se inscribe en el orden de la lógica de la ganancia. Lacan habló de este discurso -al que igualó con el superyó- como un enemigo y planteó la necesidad de salir de él para dar paso al deseo y a un nuevo lazo entre los humanos que no implique ni la soledad del narcisismo ni la ceguera de las masas, sino el trabajar para construir un mundo donde cada uno pueda encontrar su lugar, pero no sin los otros. Solo así la amalgama entre el odio, el neoliberalismo y la ultraderecha –la nueva pandemia– podrá ser contrarrestada.

Las dos vías

El modo en cómo se han situado ante la pandemia los diferentes gobiernos, los partidos políticos y ciertos grupos sociales nos orienta sobre la ideología en la que se sustentan. Sabido es que, ante la ausencia de un tratamiento eficaz y pendientes de la producción de una vacuna, las medidas a tomar no admitían muchas variantes. Hubo que tener en cuenta que la velocidad de contagio y la gravedad del cuadro clínico, en numerosos casos, hacía avizorar el colapso del sistema de salud con la consecuente catástrofe humanitaria. Si la forma consensuada de frenar el virus pasaba por alcanzar la inmunización de al menos el 60% de la población –lo que ha se llamado, sin pudor, “inmunidad de rebaño”– y dado que no había ninguna vacuna, se abrían solo dos vías hasta la llegada de esta que se situaba en unos 18 meses.