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¿Por qué Podemos no dijo que sí?

Una honda desazón recorre el cuerpo de la izquierda española pues se percibe la pérdida de una oportunidad histórica de entrar, por primera vez desde la reinstauración de la democracia, en el gobierno del Estado y no se entiende la negativa de los dirigentes de Podemos a aceptar lo ofertado por el PSOE. Aquellos lo tratan de explicar por la vía de la ausencia de competencias reales y de presupuestos acordes como para tomar decisiones, lo que a su entender los transformaría en elementos decorativos de un gobierno en el que finalmente no tendrían peso.

Falta tiempo histórico para calibrar las consecuencias de la decisión de rechazar un gobierno de coalición donde se les ofrecían una vicepresidencia y tres ministerios, tales como Sanidad, Igualdad y Vivienda. Luego de una ardua lucha esta fue la última oferta que les realizaron, cierto es que a último momento y casi sin tiempo de valorarla en profundidad. La renuncia de Pablo Iglesias sorprendió al PSOE y lo obligó a aceptar negociar un gobierno de coalición que no quería, como lo dejó claro desde el principio. No hace falta extenderse en las dos almas que habitan en el PSOE -la socialdemócrata y la social liberal- que le impiden ser un partido de izquierda, pues serlo implicaría un cuestionamiento del neoliberalismo y no ser un avalador activo de dichas políticas.

Es verdad que dichos ministerios no eran los que pedía Podemos y que no tenían importantes competencias. (Una pregunta entre paréntesis: ¿por qué no pidieron el Ministerio de Cultura siendo que es en este terreno donde se juega la ideología de la competencia capitalista en contra de la de solidaridad entre los ciudadanos?) Cierto es también que la oferta no era proporcional a los votos de cada uno y que se habían cobrado la cabeza del líder de UP. Sin embargo, esta no es -a mí entender- la cuestión central. El portavoz de Esquerra Republicana -Gabriel Rufián- les recordó en la cámara de diputados el día de la segunda votación la importancia de participar en el gobierno y las posibilidades que ofrecía estar sentado en el Consejo de Ministros defendiendo su orientación política desde dentro. Dicho gobierno de coalición hubiera sido un hito en la historia de la democracia española que hubiera abierto el camino de la izquierda a futuros pactos y posibilidades. Hasta septiembre habrá tiempo de intentarlo, aunque ya no se dan las mismas condiciones y el PSOE ha reforzado su negativa a proponer lo mismo otra vez.

Pienso que no se ha tenido en cuenta el aspecto fundamental que un “sí” hubiera producido: la marca simbólica, la impronta, que implicaría la presencia de un partido como Podemos en el gobierno. Hubiera podido hacer oír su voz y mostrar otros caminos para mejorar la vida de la gente. En vez de ello priorizó las competencias y los presupuestos en detrimento de la importancia de la marca simbólica, del impacto que su presencia podía tener sobre el conjunto de la izquierda y minusvaloró la transferencia de afecto e ilusión que hubiera recibido después de la caída que evidenciaron la urnas en la elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas.

Este no es un error político menor y pone en evidencia algo destructivo, algo mortífero, que ha empujado a Podemos a un acto contrario al propio partido. Su no a la investidura por medio de la abstención es en definitiva un no al deseo que los orientaba. Así como el renunciamiento fue la jugada justa -la jugada inesperada-, el rechazo de la coalición propuesta por el PSOE enfrenta a Podemos -por la enorme desilusión que ha producido- con el riesgo de una lenta desaparición. Es preciso analizar las causas que lo han llevado a decir que no, a retroceder, a no dar el paso al frente necesario, aunque su sí implicara riesgos y pensara que su única garantía sería confiar en su buen hacer político más que en su socio de gobierno. Pero todo acto verdadero implica un punto de abismo.

Por ello, de cómo se realice este análisis dependerán las medidas futuras oportunas para rectificar e inventar. Sabemos que el PSOE pretendió mal negociar en 48 horas lo que evitó durante casi tres meses, pero Podemos no calibró que había llegado el momento de decir sí e iniciar una transformación en este país en cuanto a la aceptación de que un partido a la izquierda del PSOE puede gobernar y hacer constatar que el mundo no se viene abajo sino todo lo contrario (tal como se ha demostrado en los ayuntamientos). Se temió la protesta de la ciudadanía delante de los ministerios de Podemos por no cumplir en la práctica con las medidas prometidas sin llegar a darse cuenta de la fuerza que podría haberles dado ocupar cargos en el gobierno y usar esas protestas para presionar desde dentro del gobierno.

Parece sensato, en contra de lo que manifiestan IU y los Anticapitalistas, continuar las negociaciones en el punto donde se dejaron previo pacto sobre un programa de gobierno. Es necesaria una enunciación nueva donde los ataques ad hominem sean dejados de lado y lo que prime sea el objeto de debate: qué gobierno queremos y para hacer qué. Nada justifica abandonar de entrada la idea de un gobierno de coalición.

¿Podrá Podemos finalmente comprometerse con su deseo? ¿Podrá la izquierda dejar de perder?

Una honda desazón recorre el cuerpo de la izquierda española pues se percibe la pérdida de una oportunidad histórica de entrar, por primera vez desde la reinstauración de la democracia, en el gobierno del Estado y no se entiende la negativa de los dirigentes de Podemos a aceptar lo ofertado por el PSOE. Aquellos lo tratan de explicar por la vía de la ausencia de competencias reales y de presupuestos acordes como para tomar decisiones, lo que a su entender los transformaría en elementos decorativos de un gobierno en el que finalmente no tendrían peso.

Falta tiempo histórico para calibrar las consecuencias de la decisión de rechazar un gobierno de coalición donde se les ofrecían una vicepresidencia y tres ministerios, tales como Sanidad, Igualdad y Vivienda. Luego de una ardua lucha esta fue la última oferta que les realizaron, cierto es que a último momento y casi sin tiempo de valorarla en profundidad. La renuncia de Pablo Iglesias sorprendió al PSOE y lo obligó a aceptar negociar un gobierno de coalición que no quería, como lo dejó claro desde el principio. No hace falta extenderse en las dos almas que habitan en el PSOE -la socialdemócrata y la social liberal- que le impiden ser un partido de izquierda, pues serlo implicaría un cuestionamiento del neoliberalismo y no ser un avalador activo de dichas políticas.