Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Podemos o la necesidad de ensanchar la falla del 15-M
El acontecimiento que define las elecciones del 25-M no es la exigua victoria del Partido Popular ni la amarga derrota del Partido Socialista, sino la irrupción de una nueva fuerza política que con solo cuatro meses de existencia ha hecho temblar los cimientos del bipartidismo español, obteniendo más de 1,2 millones de votos y modificando la lógica del sistema de partidos tal y como la habíamos conocido hasta ahora. La aparición de Podemos como nuevo actor socio-político representa una de las muchas réplicas del terremoto 15-M, trasladando a la arena electoral los embates sísmicos impulsados previamente por la PAH y las Mareas en el terreno social. A diferencia de un terremoto, las réplicas tienen una doble característica: la de poder causar más daño, porque los cimientos estructurales ya han sido afectados, y la de poder repetirse mientras se mantenga viva la energía sísmica que las impulsa. Por este motivo, mientras continúe el austericidio, el malestar y la indignación ciudadana, una apuesta como la representada por Podemos solo puede crecer y ganar, tal y como evidencian los últimos sondeos post-electorales.
Tal amenaza ha puesto en guardia a los opinólogos y voceros del régimen que han alzado sus voces salvíficas. Sin embargo, su débil argumentario ha evidenciado una vez más su incapacidad para entender la novedad y profundidad del desafío. Así, las distintas estrategias ensayadas para erosionar su creciente popularidad (la demonización de sus propuestas políticas, la caricaturización de sus liderazgos y los intentos de criminalizar sus prácticas) se han mostrado ineficaces y contraproducentes -igual que sucedió con el 15-M y la PAH-, contribuyendo a aumentar la simpatía e ilusión por un proyecto que tiene por finalidad generar una mayoría social proclive al cambio que nos permita visualizar un más allá de las ataduras de la transición. Cada una de sus intervenciones -desagradables y poco elaboradas en la mayoría de veces- les ha retornado con un efecto boomerang.
Tras constatar su continuado fracaso para deslegitimar una propuesta política que ha sabido convertir la indignación en ilusión, el último ardid ha sido presentar su debate interno como una evidencia de ingobernabilidad y fraccionalismo. Resulta paradójico que un ejercicio de transparencia y debate interno como el desarrollado por Podemos, en el que se delibera libremente acerca de cual deba ser su futura forma de organización, sea presentado como una seña de debilidad interna; a la vez que se hace mutis sobre el cierre de filas y la persecución del disenso interno en las bases del Partido Socialista descontentas con la profesión de fe borbónica de su aparato. El nerviosismo de la élites generado por un fenómeno disruptivo como Podemos es una evidencia más de su potencial de amenaza y de cambio.
Precisamente, aquello que algunos denuncian como debilidad, constituye su fortaleza: la capacidad para superar los diagramas políticos de la transición y abrir un espacio de ruptura ciudadana, no una estructura de partido, sino un instrumento capaz de articular mayorías y no minorías. Ya no se trata de copiar viejas formulas partidarias sino de ensayar nuevos dispositivos emancipadores, alargar la posibilidad de hacer política a amplios espacios ciudadananos y no solamente a minorías profesionales y/o militantes. Así, frente aquellos que querrían ubicarlo como una mera expresión política tradicional a la izquierda de Izquierda Unida -minimizando su capacidad de crecimiento-, Podemos desborda el mapa de las posiciones ideológicas pre-establecidas, así como las formas tradicionales de partido para abalanzarse con fuerza sobre la parte del león: los caladeros electorales del PSOE y el abstencionismo.
Para lograr este propósito, las recetas antiguas ya no son válidas. La apuesta por la regeneración democrática tiene que ser republicana en el sentido original del término: no una estructura de partido formada por delegados, sino un instrumento de deliberación y acción donde ciudadanos y ciudadanas deciden cómo organizarse para ganar. Esta apuesta va más allá de la enésima llamada a la unidad de las organizaciones de izquierda, o del riesgo de caer en una metodolatría que burocratizase ad infinitum los mecanismos internos de decisión, tal y como se experimentó en algunas asambleas del 15-M. También debe hacerse frente al reto de inventar cauces plurales de participación para el conjunto de personas que quieran formar parte de esta realidad transformadora, y no solamente de aquellas que pueden/quieren dedicarle muchas horas a reuniones y asambleas. El desafío de las formas de organización que Podemos debe afrontar en la Asamblea Ciudadana del próximo otoño tiene que estar a la altura de las circunstancias, someter la forma organizativa al imperativo de construir un proyecto inclusivo que articule una mayoría social dispuesta a impulsar un proceso constituyente. Este es un proceso que Podemos no puede realizar en solitario, sino que será necesario articular confluencias con otros espacios e iniciativas sociales y políticas que apuestan por abrir un escenario constituyente en sus distintas escalas, de la municipal a la europea.
En este sentido, el desafío no debe leerse en clave únicamente interna. Nos encontramos ante un nuevo tablero de juego marcado por dos vectores de signo contrario. Por una parte, un proceso constituyente que tiene su inicio en la falla del 15-M y su continuidad en la PAH, las Mareas, Podemos y otras formas de expresión social y política que han surgido en estos últimos años y rompen con la cultura de la transición heredada abriendo un nuevo espacio de repolitización ciudadana. Empujando en la dirección contraria, nos encontramos un proceso reformador que se inicia en la operación de sucesión monárquica y que tiene por finalidad cerrar la falla sísmica abierta por el 15-M para alicatar el modelo político y social del estado español a los imperativos de las políticas de austeridad y la des-democratización de Europa. Frente a este escenario, la pregunta central no debe ser sólo cómo organizarnos, sino cómo organizarnos para ganar.
El acontecimiento que define las elecciones del 25-M no es la exigua victoria del Partido Popular ni la amarga derrota del Partido Socialista, sino la irrupción de una nueva fuerza política que con solo cuatro meses de existencia ha hecho temblar los cimientos del bipartidismo español, obteniendo más de 1,2 millones de votos y modificando la lógica del sistema de partidos tal y como la habíamos conocido hasta ahora. La aparición de Podemos como nuevo actor socio-político representa una de las muchas réplicas del terremoto 15-M, trasladando a la arena electoral los embates sísmicos impulsados previamente por la PAH y las Mareas en el terreno social. A diferencia de un terremoto, las réplicas tienen una doble característica: la de poder causar más daño, porque los cimientos estructurales ya han sido afectados, y la de poder repetirse mientras se mantenga viva la energía sísmica que las impulsa. Por este motivo, mientras continúe el austericidio, el malestar y la indignación ciudadana, una apuesta como la representada por Podemos solo puede crecer y ganar, tal y como evidencian los últimos sondeos post-electorales.
Tal amenaza ha puesto en guardia a los opinólogos y voceros del régimen que han alzado sus voces salvíficas. Sin embargo, su débil argumentario ha evidenciado una vez más su incapacidad para entender la novedad y profundidad del desafío. Así, las distintas estrategias ensayadas para erosionar su creciente popularidad (la demonización de sus propuestas políticas, la caricaturización de sus liderazgos y los intentos de criminalizar sus prácticas) se han mostrado ineficaces y contraproducentes -igual que sucedió con el 15-M y la PAH-, contribuyendo a aumentar la simpatía e ilusión por un proyecto que tiene por finalidad generar una mayoría social proclive al cambio que nos permita visualizar un más allá de las ataduras de la transición. Cada una de sus intervenciones -desagradables y poco elaboradas en la mayoría de veces- les ha retornado con un efecto boomerang.