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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Precariado e indignación en las calles de Francia

Europa viene siendo testigo de la ola de movilizaciones surgida en el contexto de la crisis de 2008, donde se han formado movimientos de contestación, como Juventud sin Futuro en España o Precários Inflexíveis en Portugal, que han colocado en la agenda pública la cuestión de la precariedad como régimen de vida y mecanismo para perpetuar la desigualdad. En Francia, el movimiento Nuit Debout, articulado contra el proyecto de reforma laboral que pretende aprobar el gobierno, ha reactivado el ciclo de revueltas populares contra la hegemonía neoliberal.

En este escenario se plantean varias preguntas: ¿qué tiene en común este grupo social heterogéneo marcado por la precariedad como pauta de vida que ocupa calles y plazas para exigir cambios? ¿Constituye un sujeto clave para las transformaciones sociopolíticas del futuro? ¿Pueden incidir los precarios e indignados rebeldes del sur global en las formas de dominación del capitalismo contemporáneo, dando paso a horizontes alternativos?

Cuando en agosto de 2005 Carolina Alguacil acuñó el término “mileurista”, estaba dando señales inequívocas de lo que Guy Standing identificaría después como una “nueva clase social”: el precariado. Pero el mileurismo y la forma de vida a él asociada no eran una realidad exclusiva de España. Las políticas de precarización impulsadas por la globalización neoliberal habían configurado antes de la crisis “generaciones” precarias en diferentes países de Europa: la “generación 700 euros” en Grecia, la “génération précarie” en Francia, la “iPod generation” en Reino Unido (inseguros, presionados, ofuscados por los impuestos y dominados por las deudas), la “generazione mille euro” en Italia, la “Geração à Rasca” en Portugal, etc.

Generaciones surgidas al calor de las transformaciones en el campo de las relaciones laborales y el sindicalismo desde 1980, que legitimaban la ofensiva de las oligarquías financieras para empobrecer a las clases medias y a los sectores populares: medidas de austeridad traducidas en recortes sociales y laborales, desmantelamiento del Estado de bienestar y ascenso de los populismos de derecha para imponer lo que Robert Castel llama una ideología de la “inseguridad social”.

Para Standing, al menos una cuarta parte de la población adulta se encuadra en el precariado. Además de categorías laborales tradicionales (trabajadores temporales, en prácticas, desempleados, entre otros perfiles), incluye sectores a menudo invisibilizados: estudiantes endeudados, pensionistas, personas con discapacidad, población reclusa, minorías étnicas, operadores en centros de telemarketing, entre otros.

Sin embargo, más que una nueva clase social independiente, el precariado actual forma parte de la clase proletaria que sufre las consecuencias de la desregulación del trabajo asalariado mediante reformas laborales como las aprobadas por socialdemócratas y liberales, por lo que en buena medida está compuesto por fuerza de trabajo barata y con apenas derechos. Tal es el objetivo de la reforma laboral del gobierno de Hollande en Francia, donde el conflicto, además, está atravesado por una dimensión racial latente, que ya asomó en las rebeliones de 2005 en los banlieues y que ahora resurge con las ramificaciones de la Nuit Debout en los barrios de la periferia urbana. Pero el precariado también es carne de cañón de las estrategias de expolio del capitalismo, vinculadas a la “acumulación por desposesión” de la que habla David Harvey. El expolio de derechos sociales y laborales se ha convertido en el principal instrumento de acumulación capitalista.

Aunque no hay que olvidar que los procesos de precarización no son el resultado de crisis impredecibles ni de una situación anómala o disfuncional del capitalismo; por el contrario, son un elemento necesario inscrito en el código genético de la explotación capitalista. El precariado y la precariedad no son fenómenos nuevos, solo que la crisis los ha hecho más evidentes, al menos en Europa, porque en las sociedades del sur global, donde la formación del Estado de bienestar ha sido frágil e incluso inexistente, no son la excepción, sino la norma.

Hay otros factores explicativos que forman parte del eje de las movilizaciones de París, en concreto la cuestión del déficit democrático y la crisis de representatividad de un régimen electoral liberal tutelado por el capitalismo, que impone límites al horizonte democrático. Los indignados franceses han puesto de manifiesto el divorcio entre el ideal y la práctica democrática, revelando las tensiones entre regímenes formalmente democráticos con contenidos económicos autoritarios y refinadas formas de fascismo social, como explica Boaventura de Sousa. Lo que está en cuestión no es solo la desigualdad entre clases, sino la separación abismal entre el poder económico y la participación popular.

Nos encontramos, pues, ante una nueva fase del conflicto de clases, pero también ante un nuevo capítulo de luchas por una democracia conforme a los intereses de las clases trabajadoras y populares, pues la democracia liberal, históricamente, se ha construido por encima y a costa de las formas democráticas de los sectores populares. De ahí la importancia de prácticas de democracia radical desde abajo que aspiran a redistribuir el poder económico y social e inciden en la formación de una cultura política fundada en el asamblearismo, la horizontalidad y la autogestión sin líderes.

Como sujeto político, el potencial transformador del precariado reside en su capacidad de establecer articulaciones con otras luchas y movimientos emancipadores, de la misma manera que el capitalismo teje redes por todas partes. La economía de la precariedad resulta de un sistema que funciona en red y promueve a escala global fenómenos como la especulación con alimentos, la guerra permanente o la crisis de refugiados, de los que se benefician los mercados financieros. Enfrentarlo requiere una dinámica de acción anticapitalista que aglutine las fuerzas y movimientos por la radicalización democrática, interpelando al movimiento obrero y a la cultura sindical heredada. En este sentido, las alianzas entre la clase trabajadora, los sectores medios empobrecidos y los grupos subalternos son fundamentales. El apoyo a refugiados, migrantes y a la causa LGTB en las asambleas de la plaza de la République es una señal esperanzadora.

En el poema Crepúsculo de la tarde, Baudelaire celebra el poder inspirador de la noche, de las “tinieblas refrescantes”, sentidas por el poeta como una “señal de fiesta interior”, de “liberación de angustia”. Parece que la Nuit Debout ha decidido seguir las huellas de Baudelaire y hacer de la noche un espacio público de rebeldía creativa, palabra y acción colectiva.

Europa viene siendo testigo de la ola de movilizaciones surgida en el contexto de la crisis de 2008, donde se han formado movimientos de contestación, como Juventud sin Futuro en España o Precários Inflexíveis en Portugal, que han colocado en la agenda pública la cuestión de la precariedad como régimen de vida y mecanismo para perpetuar la desigualdad. En Francia, el movimiento Nuit Debout, articulado contra el proyecto de reforma laboral que pretende aprobar el gobierno, ha reactivado el ciclo de revueltas populares contra la hegemonía neoliberal.

En este escenario se plantean varias preguntas: ¿qué tiene en común este grupo social heterogéneo marcado por la precariedad como pauta de vida que ocupa calles y plazas para exigir cambios? ¿Constituye un sujeto clave para las transformaciones sociopolíticas del futuro? ¿Pueden incidir los precarios e indignados rebeldes del sur global en las formas de dominación del capitalismo contemporáneo, dando paso a horizontes alternativos?