Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Verdad y justicia para el genocidio de Srebrenica
Se ha dicho que la primera víctima de todas las guerras es la verdad. Veinte años después de la más cruel masacre ocurrida después de la segunda guerra mundial en Europa, aun cuando las armas llevan ya dos décadas calladas, continúa una guerra sorda y soterrada, por la verdad, la justicia y por escribir una memoria dominante de lo ocurrido. Faltan consensos básicos, incluso en temas tan altamente simbólicos, como lo ocurrido hace veinte años en Srebrenica, y a día de hoy se sigue negando por los dirigentes de Serbia nación y sobre todo por los de la República Serbiobosnia (Republika Srpska), que se tratara de un crimen de genocidio, aunque sobre ello si exista consenso en la comunidad internacional, dispuesta a aprobar una Resolución en ese sentido por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que finalmente ha sido vetada por Rusia en el último momento. Tampoco los tribunales internos ni internacionales han sabido acabar con su cometido de hacer justicia y aunque se han puesto muchos medios y se ha andado un largo camino, quedan todavía muchos, demasiados, temas pendientes sobre verdad, justicia y reparación, lo que sin duda, aunque no es el único factor, está contribuyendo negativamente a la conciliación de las distintas etnias en conflicto y al progreso del país en el que todos se ven forzados a cohabitar.
La ferocidad de la guerra de Bosnia Herzegovina dio lugar a que por primera vez en la historia, la comunidad internacional organizada en torno a Naciones Unidas decidiera, cuando aún no había terminado la contienda ni su fin se viera como algo próximo, la creación de un tribunal internacional como un instrumento de paz y seguridad, con la finalidad de poner de manifiesto, de forma clara y tangible, que nada de lo que estaba ocurriendo durante dicha guerra quedaría impune, que sería investigado y perseguido y que la fiscalía recabaría las pruebas necesarias para los futuros procesos que se siguieran. Este Tribunal que desde entonces viene operando y que será sustituido por otro también para el de Ruanda, denominado curiosamente como Mecanismo Residual para los Tribunales Internacionales ad hoc (MICT), ha tenido ocasión de pronunciarse ya en varias ocasiones sobre Srebrenica y declarar, de forma unánime y sin fisuras, que lo allí ocurrido era un “genocidio”, condenando por ello a varios altos militares y otros cargos de inteligencia y seguridad serbiobosnios – Krstic, Popovic, Beara, Tolimir -. Ha dicho que los asesinatos en masa de unas 8000 civiles, musulmanes bosnios, hombres adolescentes, jóvenes y adultos, huidos de sus lugares por el horror de la guerra y refugiados junto con sus mujeres en una zona segura bajo la protección de Naciones Unidas, ejecutados sistemáticamente por el ejército serbobosnio y paramilitares venidos en muchos casos de la vecina Serbia, en los días siguientes al 11 de julio de 1995, en las granjas y en los bosques aledaños de la pequeña localidad de Srebrenica, fueron mucho más que un grave episodio de guerra y respondieron a un plan de exterminio de ese grupo étnico de civiles musulmanes refugiados en una zona geográfica bajo su control militar. También el Tribunal Internacional de Justicia tuvo ocasión en febrero de 2007 de condenar a Serbia por incumplir su obligación de prevenir el genocidio de Srebrenica producido en 1995.
La negativa, pues, de las autoridades serbias y serbiobosnias a reconocer que lo ocurrido fue un genocidio responde únicamente a oscuras razones políticas, que no pretenden otra cosa que mantener interesadamente encendida desde la política la llama del odio y de las tensiones interétnicas.
No es el único episodio en el que existe desacuerdo a la hora de narrar la historia y de construir la memoria. Aunque según varios estudios externos e imparciales los números de víctimas de la guerra son dramáticamente desiguales, sobre todo en el número de muertos civiles, según los que los sufridos por la comunidad bosniomusulmana triplicaría a la de los serbios y serían veinte veces superiores a los croatas, existe un discurso justificador de una parte, que pretende igualar los resultados de la guerra, admitiendo ciertos excesos como el de Srebrenica, pero negando que tuviera el carácter de genocidio. Igualmente, se pretende minimizar lo que fue una política de guerra de terror, respecto de las decenas de miles de mujeres musulmanas violadas en los territorios fronterizos de Bosnia con Serbia, en los tristemente conocidos enclaves de Foca, Visegrad, etc..
Existen notables esfuerzos internacionales por establecer con precisión incluso matemática el número de víctimas, por identificar a través del ADN y otros medios los miles de cadáveres enterrados en fosas comunes clandestinas, con la dificultad añadida de que para ocultar las pruebas al Tribunal internacional que ya estaba activo, los cuerpos fueron desenterrados y vueltos a sepultar varias veces con grandes excavadoras y otra maquinaria pesada, en fosas colectivas secundarias y terciarias, de tal manera que fragmentos de un mismo cadáver han sido encontrados en varias fosas separadas en algunos casos mas de 30 kilómetros. También, por establecer mecanismos de justicia internacional o nacional que contribuyan al esclarecimiento de la verdad y a la justicia. Pero hoy por hoy esto aparece como un imposible. Se prefiere, de una parte, mantener la dialéctica negacionista mas o menos radical, y de la otra, asentarse y seguir sumidos en el mayor de los victimismos, que se ha convertido en su “modus vivendi”, por las generosas aportaciones de los donantes internacionales y facilidades en sus países, en los que se aúna la compasión y el sentido de culpa por no haber evitado lo que estuvo a su alcance haber hecho. No hay, ni de uno ni de otro lado, iniciativas superadoras de la dinámica seguida durante estos veinte años después de los Acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la guerra.
Ninguna propuesta ni proyecto de Comisión de la verdad o mecanismo similar ha tenido nunca el menor éxito, ante la sospecha de que con ellos se intentara sustituir a la justicia y se diera impunidad a los responsables. Por tanto, en este momento, todo pesa sobre la justicia de los tribunales como único dispositivo para la construcción de la verdad y la realización de la justicia. Junto con el Tribunal internacional creado en 1993, que se ha ocupado de los casos de mas alto nivel y que se encuentra en este momento previo a su cierre en trámite de juzgar a los líderes político y militar a los que se imputa ser los máximos responsables del genocidio de Srebenica, Radovan Karadzic y Ratko Mladic, está la justicia interna de los Estados implicados, especialmente Bosnia Herzegovina, que en 2005 creo un tribunal centralizado, inicialmente integrado por jueces internacionales, encargado de juzgar los asuntos de nivel intermedio; y el resto de la justicia local, integrada por los tribunales de los territorios, unos con mayoría serbia y otros con mayoría musulmana o croata, que aunque no tienen libertad para dirigir procesos penales contra cualquiera, sino sobre una lista elaborada por la fiscalía del tribunal internacional, no puede decirse que se trate de una justicia fiable.
Por otra parte, el número de posibles criminales de guerra susceptibles de ser juzgados supera con mucho la cifra de los 10.000, todos lo que, fuera de las decenas de casos de mas alto nivel que hasta el momento de cierre del Tribunal internacional, y algunas centenas de intermedios que dentro de sus posibilidades pueda juzgar la Corte de Estado, el resto o no van a poder ser juzgados por su número o lo serán de forma no fiable, con la agravante de que muchos de ellos han seguido ejerciendo cargos públicos en la policía u otros servicios públicos, lo que ha contribuido muy negativamente a la creación de espacios en donde fuera razonablemente posible la convivencia de todas las etnias. Solo el paso del tiempo y las leyes naturales de la vida, jubilaciones, fallecimientos, parecen estar poniendo solución a este tema.
Ante este panorama, resultan imprescindibles mecanismos de verdad y de justicia alternativos, que cumplan con lo que debe ser una respuesta civilizada y de restauración de la dignidad de las víctimas frente a las violaciones masivas de derechos humanos, pero también que no sean un bucle sin salida que perpetúe situaciones. Es tiempo de que se escriba una memoria cruzada y compartida y que se diseñe de una vez por todas una salida de justicia viable, que aproveche los importantes logros y avances de lo que hasta ahora se ha hecho, pero que también ponga un fin, un horizonte, que no retroalimente indefinidamente las tensiones y que desde luego no sirva como pretexto para mantener la guerra por la verdad indefinidamente abierta. Es tiempo de paz, de justicia y de verdad en Bosnia Herzegovina.
Se ha dicho que la primera víctima de todas las guerras es la verdad. Veinte años después de la más cruel masacre ocurrida después de la segunda guerra mundial en Europa, aun cuando las armas llevan ya dos décadas calladas, continúa una guerra sorda y soterrada, por la verdad, la justicia y por escribir una memoria dominante de lo ocurrido. Faltan consensos básicos, incluso en temas tan altamente simbólicos, como lo ocurrido hace veinte años en Srebrenica, y a día de hoy se sigue negando por los dirigentes de Serbia nación y sobre todo por los de la República Serbiobosnia (Republika Srpska), que se tratara de un crimen de genocidio, aunque sobre ello si exista consenso en la comunidad internacional, dispuesta a aprobar una Resolución en ese sentido por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que finalmente ha sido vetada por Rusia en el último momento. Tampoco los tribunales internos ni internacionales han sabido acabar con su cometido de hacer justicia y aunque se han puesto muchos medios y se ha andado un largo camino, quedan todavía muchos, demasiados, temas pendientes sobre verdad, justicia y reparación, lo que sin duda, aunque no es el único factor, está contribuyendo negativamente a la conciliación de las distintas etnias en conflicto y al progreso del país en el que todos se ven forzados a cohabitar.
La ferocidad de la guerra de Bosnia Herzegovina dio lugar a que por primera vez en la historia, la comunidad internacional organizada en torno a Naciones Unidas decidiera, cuando aún no había terminado la contienda ni su fin se viera como algo próximo, la creación de un tribunal internacional como un instrumento de paz y seguridad, con la finalidad de poner de manifiesto, de forma clara y tangible, que nada de lo que estaba ocurriendo durante dicha guerra quedaría impune, que sería investigado y perseguido y que la fiscalía recabaría las pruebas necesarias para los futuros procesos que se siguieran. Este Tribunal que desde entonces viene operando y que será sustituido por otro también para el de Ruanda, denominado curiosamente como Mecanismo Residual para los Tribunales Internacionales ad hoc (MICT), ha tenido ocasión de pronunciarse ya en varias ocasiones sobre Srebrenica y declarar, de forma unánime y sin fisuras, que lo allí ocurrido era un “genocidio”, condenando por ello a varios altos militares y otros cargos de inteligencia y seguridad serbiobosnios – Krstic, Popovic, Beara, Tolimir -. Ha dicho que los asesinatos en masa de unas 8000 civiles, musulmanes bosnios, hombres adolescentes, jóvenes y adultos, huidos de sus lugares por el horror de la guerra y refugiados junto con sus mujeres en una zona segura bajo la protección de Naciones Unidas, ejecutados sistemáticamente por el ejército serbobosnio y paramilitares venidos en muchos casos de la vecina Serbia, en los días siguientes al 11 de julio de 1995, en las granjas y en los bosques aledaños de la pequeña localidad de Srebrenica, fueron mucho más que un grave episodio de guerra y respondieron a un plan de exterminio de ese grupo étnico de civiles musulmanes refugiados en una zona geográfica bajo su control militar. También el Tribunal Internacional de Justicia tuvo ocasión en febrero de 2007 de condenar a Serbia por incumplir su obligación de prevenir el genocidio de Srebrenica producido en 1995.