Expertos en apagones
No entiendo tanto retintín con el periodismo. Yo diría que está viviendo una nueva edad de oro y puede, incluso, que me quede corto. Y esta semana, el apagón nos ha permitido certificarlo. Como todo pasa tan rápido, de algo que sucedió el pasado lunes se habla ya como de los que pintaron Altamira. Pero es bueno refrescar la memoria.
Al principio, solo estuvo la radio. Fue la única que pudo informar en esos breves momentos previos a aquellos en los que las noticias se convierten en un lodazal y la realidad —no digamos ya la verdad— pasa a un segundo plano. Lo bueno llegó después, cuando tocaba explicar lo sucedido.
Suerte tuvimos, pues dio la puta casualidad de que los periodistas que más saben del sistema eléctrico español no solo son de Madrid, sino que son los mismos expertos en generalidades de siempre. No hubo que llamar a nadie más. Quien no conozca por dentro la profesión no se puede hacer ni idea lo arduo de su labor. No es fácil. La mayoría son de letras y, a su vez, de la sección de Política. Eso no les impidió que, en apenas unas horas en las que ni siquiera había internet para cortaypegar, tuvieran opinión formada y manejaran con soltura cuestiones que a otros les lleva una carrera entender. Lógico que cuando salió Pedro Sánchez a no decir nada —porque nada sabía— algunos se le echaran al cuello y le afearan que fuera incapaz de dar una explicación. En las redacciones ya se había resuelto el crimen.
Dejando al margen a los que vincularon el apagón con la muerte de Francisco I o los Illuminati —esos son más de las redes—, algunos no pudieron evitar sospechar que el apagón estaba directamente relacionado con el hecho de que el hermano del presidente tenía que declarar por su condición de agraciado en el sorteo del puesto de director de la Oficina de Artes Escénicas de la Diputación de Extremadura. En realidad, David pasó por taquilla el viernes anterior, pero el matiz se perdió en la conversación.
Luego, como siempre, cada uno lo vivió a su manera, como Frank Sinatra. Muy grande, por ejemplo, La Razón con su mítico titular en portada “Caos Total” y un fondo negro. Que el apagón era, por decirlo suave, llamativo, es cierto, pero de ahí al ‘caos total’ en un día en el que, sin semáforos, hubo menos accidentes que otro normal o los aeropuertos operaron (casi) con normalidad… Quizás no contaron lo que pasó, sino que les gustaría que hubiera pasado al estar gobernando una mara de narcobolivarianos proetarras. El resto de medios, en general, optó por la sobriedad y compaginó lo inusual —otro eufemismo— de la tranquila reacción de la ciudadanía con el hecho de que la locomotora de Europa se quedara, literalmente, a dos velas. Muchos se sintieron con fuerzas, no solo para opinar, sino para rebatir a otros colegas que iban igual de perdidos que ellos. Para eso les pagan, para evitar silencios entre corte publicitario y corte publicitario.
En un momento en el que había que recurrir a doctorados en ingeniería para intentar sacar algo en claro, y que estos eran bastante cautos, los chicos de la prensa —cuales niños montessori en pleno subidón de azúcar— empezaron a disparar a todo lo que se movía. Había donde elegir: nucleares, fotovoltaicas, renovables… cada uno pudo echar la culpa a quien la línea editorial de su medio les recomendaba si quieren hacer carrera en la casa. Luego nos quejamos de que no nos tomen en serio, aunque no será por falta de motivos.
Como todo el mundo hablaba de oídas, —es poco creíble que en tan poco tiempo hubieran florecido todo un batallón de expertos—, cada uno hacía lo propio. A veces algunos repetían lo leído sin cometer errores, pero, como buenos periodistas, incapaces de asumir su incapacidad de distinguir el original de la copia. A mí personalmente me ganaron Fernando Valladares y Antonio Turiel, ambos del CSIC y con el aval de haber advertido de la que se nos venía encima; Jorge Morales de Labra, director de Próxima Energía, también estuvo sembrado; ¿y qué decir de Javier Ruiz, señalando en Mañaneros 360 a las eléctricas? Pero lo que hay que asumir, y pocos hacen, es que el 99,9% —y es un cálculo conservador— no tenemos información para saber si lo que dicen es acertado a no. Es cuestión de fe. En general, basta con que su discurso se adecúe a nuestras ideas previas para darle la razón. La mía es que las eléctricas están dirigidas por piratas, y que cuanto antes nacionalicemos Red Eléctrica Española (REE), mejor para todos. También me viene a la mente la guillotina, pero no se lo digo a nadie porque sería imposible malinterpretarme.
Pero no tener herramientas para saber qué ha pasado no evita la sensación de que hay quien nos toma por idiotas, como ha hecho Beatriz Corredor, presidenta de REE. Lo primero que hizo fue tranquilizarnos asegurando que no pensaba dimitir, y que seguiría cobrando su medio millón de euros al año. Menudo peso nos quitó de encima. “Si pensara que no he hecho bien mi trabajo, sería la primera en ofrecer [mi puesto], pero sería como decir que esta casa no lo ha hecho bien, pero esta casa ha estado a la altura, antes, durante el apagón, y ahora”, tuvo la sangre fría de asegurar en la televisión pública sin que le temblara el pulso. Le faltó tirarse un pedo trompetero para subrayar de su intervención por dónde se pasa las críticas.
Ella ha decidido que ella lo hizo bien. A veces, nos juzgamos con excesiva dureza, pero este no fue el caso. Hermana, yo no te creo: ¡Que dejaste a España sin luz doce horas! No es que sea su culpa —eso se verá— pero sí su responsabilidad. La misma jeta que Mazón, pero sin muertos. Antes en la SER dijo, y seguramente se le olvidó, que “es el sistema eléctrico el que ha fallado y todos los que formamos parte tendremos que hacernos cargo de la responsabilidad que nos toque”. Entre unas y otras declaraciones hubo apenas unas horas, tiempo de sobra para que hiciera examen de conciencia y se absolviera. Y, en su línea de tomarnos por tontos, insistía que no existía el riesgo cero de que no hubiera apagón. Tampoco de que no se rompa el condón, pero al que le pasa, apechuga.
Pero me quedo con lo bueno, con la capacidad de algunos periodistas de saber de todo, de aprender en tiempo récord, y de compartirlo con el resto de los mortales. Por lo visto, lo que le pasó al sistema es que había mucha producción (más de lo que la red pudo soportar); muchas fuentes de energía y difíciles de coordinar; se ignoraron las señales de alarma; falta de mecanismos estabilizadores… y muchos intereses económicos en juego. Hablo del apagón, no de las tertulias, aunque sirva de metáfora. Y lo es más de lo que parece. El problema de las tertulias —como el de la electricidad- es sistémico. Cada medio tiene a su equipo de guardia de bustos parantes que se adapta al tema (carrera espacial, cultivo de champiñones, el futuro del curling…), en lugar de adaptar los invitados al tema a tratar. La conclusión no puede ser más que ruido con apariencia de información.
Lo curioso es que en el tema de la fusión del BBVA y el Sabadell los opinólogos no están tan locuaces. Aquí la cuestión es bien sencilla: si es bueno para el banco es malo para todos los demás. O a lo mejore también es un tema muy complejo. O el que paga, manda, y esta vez manda callar.
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