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CV Opinión cintillo

¿Qué mafia y qué democracia?

31 de mayo de 2025 23:43 h

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Hay un chiste de Hermano Lobo con casi medio siglo de antigüedad que, como casi todos los chistes de Hermano Lobo, sigue plenamente vigente. En esta novela de una sola viñeta, un tipo con pajarita y subido a un atril, se dirige a una multitud que luce boina y le advierte: “¡O nosotros o el caos!”. Y el pueblo soberano -que es pueblo, pero no tonto-, elige la única opción sensata: caos. Entonces el conferenciante se desquita y les recuerda: “Es igual, también somo nosotros”. Hace años, Pedro Sánchez atribuyó su autoría a El Roto, hay quién cree que la firmó El Perich, pero su autor fue Ramón (Gutiérrez Díaz). Esta semana, cuando el PP ha anunciado su manifestación “mafia o democracia”, más de uno le ha venido a la cabeza este chiste.

El lema, como todo en este mundo donde ser un tiquismiquis se han convertido en un modo de vida, se prestaba a confusión. Seguramente se pensó cuando empezaron a aflorar las preocupantes conversaciones de Leire Díez. Jefa de comunicación de Enusa o directora de relaciones institucionales en Correos, pretender que era un simple militante de base es un ejercicio de prestidigitación como el hacernos pasar a Alberto González Amador por ciudadano particular. Lo de ir buscando trapos sucios por ahí para desacreditar a la UCO, hasta la vicepresidenta sumarita Yolanda Díaz ha tenido que reconocer que un poco mafioso sí que suena. Es de suponer, aunque tampoco tengo pruebas, de que cuando Feijóo da a elegir entre mafia y democracia, a él hay que identificarle con democracia y al narcotraficante Marcial Dorado, como ciudadano anónimo o militante de base.

“No hay mafia sin capo”, dijo Feijóo como antes se decía que no había parto sin dolor ni hortera sin transistor. El problema ahora es que no sabemos ya ni cuántas mafias hay. De hecho, ni siquiera cuantas UCOs hay, porque seguro que la mayoría de sus miembros son honrados, tanto como que, en sus filas, no hay algunos que puedan hacer y están haciendo. Ahí está Juan Vicente Bonilla, un henchman de Ayuso que huele a cloacas del estado que tira de espaldas.

Lo de equiparar al actual gobierno con la mafia tiene mucho de mito de proyección, pero puede calar, aunque lo más que hay son dos juicios contra familiares del presidente que no parecen tener excesivo recorrido y un intento de entrampar al fiscal general, que se diluye cada día. Pero con tanto poder mediático, es una estrategia a explorar. El problema es que en esa misma semana el ciudadano anónimo parece que va pa’lante; el exnúmero dos de Interior con el PP, Francisco Martínez, ingresa en prisión; la Audiencia Nacional condena a un exalcalde y a un exdiputado por la Gürtel; y los exaltos cargos de la Comunidad de Madrid imputados por el caso de las residencias se eleva a cuatro. Con este panorama, lógico pedirle al PP que ofrezca elegir entre mafia y democracia, aclare a qué mafia se refiere. Bueno, y a qué democracia también.

Y ahí está el quiz de la cuestión. Si hemos jugado tanto con los límites de la honradez que hasta Cristina Cifuentes se permite el lugar de pontificar en la tele sobre lo que está bien y lo que está mal, definir mafia es complicado. Pero tampoco resulta sencillo saber a qué democracia se refieren los que han votado en contra de subir el salario mínimo siempre que han podido, de tomar medidas drásticas para hacer efectivo el derecho a la vivienda, que se ponen del lado de las eléctricas o que consideran que la fusión entre el BBVA y Sabadell será bueno para los usuarios de banca. Sobre esto último, siguen vigentes los versos que Woody Guthrie le dedicó a Pretty Boy Floyd que decían que algunos te roban con un revólver y otros con una pluma estilográfica, pero rara vez un gánster te desahuciaba de tu casa. Democracia, no lo olvidemos, es más que llevar a votar a la abuela con Alzheimer cuando hay elecciones.

Curiosamente, entre los que nos dan a elegir entre mafia o democracia, figuran los admirados de Javier Milei, cuyas opciones al premio Nobel de Economía que tanto ansía se han visto mermadas (como él y sus fans) al anunciar que, para conseguir dinero, está dispuesto a renunciar a todo tipo de control fiscal hasta 50.000 dólares. El plan inicial era que no poner puertas al mar ni límites al blanqueo, pero los acuerdos con el Grupo de Acción Financiera Internacional le han obligado a dar marcha atrás. Sus palmeros españoles están en los que van ahora de honrados, lo que hay que ver. A lo mejor no se acuerdan que el de la motosierra defendía en campaña que prefería la mafia al estado. Difícil dilema cuando uno y otro son tan difíciles de distinguir.

Pero la última verdad, esa sobre la que hay que pensar antes de ir a manifestarse el próximo 8 de

junio bajo un sol de justicia (lo único que habrá de justicia ese día) que se va a frier hasta la gallina de la bandera, es que llevamos muchos años ya para haber asimilado que democracia y mafia no son necesariamente antagónicas. Más convincente sería, por ejemplo, sería ofrecer la oportunidad de optar por otra mafia. Así, por lo menos, no se engaña a nadie.

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