“¡Qué hostia!… ¡Qué hostia!”
Del legado de Rita Barberá, solo hay una frase más citada que la del caloret faller: “¡Qué hostia!… ¡Qué hostia!”. La pronunció un 25 de mayo de 2015, agarrada al recientemente condenado Serafín Castellano, para no caerse de lo animada que iba. Fue tras conocerse el resultado de unas elecciones municipales en las que el PP perdió diez concejales (la mitad de los que tenía) y dejó el consistorio en manos de unos rojos capitaneados por Joan Ribó quien, para añadir insulto a la herida, había nacido en Cataluña. Pues seguro que algo así habrá dicho Pedro Sánchez tras conocerse el demoledor informe de la UCO sobre las andanzas de Santos Cerdán, exsecretario de organización del PSOE, horas después de conocerse la noticia, y que podría ser más un punto de partida que de llegada. Ahora que conocemos la melodía, a ver qué depara la letra.
Decía el malvado Lechiffre en Casino Royale, la primera novela de James Bond, que “una vez es casualidad; dos es coincidencia; tres, una acción enemiga”. Con Ábalos abriendo la lista, y Cerdán siguiendo sus pasos, ya van dos. Pero si hay un tercero (sea o no secretario de organización), aquí no cabe tirar de policía patriota, agentes fachas en la UCO o conspiración iluminati para disculparse. Con todas las salvaguardas y la presunción de inocencia que queramos, aquí huele a mierda -o a corrupción, que es lo mismo- a kilómetros. A ese olor de los últimos años de Felipe González, aunque él ahora no se acuerda y va dando lecciones de dignidad de foro facha en foro facha. Ya solo cabe preguntarse hasta dónde llegará el hedor. ¿Tenía el PSOE su parte alícuota de gente que le ha salido rana, como las tuvo Esperanza Aguirre y, como ella, nadie se enteró? No resulta muy creíble.
Es innegable que el partido ha reaccionado rápido. Esta misma semana, ha visto la luz un caso de presuntos abusos sexuales en el PP gallego que llevaba oculto cuatro meses. Además, el presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, se ha permitido salir en defensa de su consejero acusado (e inocente, hasta que no se demuestre lo contrario). Los socialistas, por lo menos, han intentado demostrar más clase: Cerdán ha dimitido de sus cargos en el PSOE y dice que va a renunciar al acta, con lo que dejaría de estar aforado, aunque no parece que tenga mucha prisa en convertir sus palabras en hechos. Cómo será de grave el tema que hasta Sánchez ha dado una rueda de prensa… ¡Y hasta ha aceptado preguntas de la prensa!
Pero más allá de la corrupción, las consecuencias políticas de este episodio pueden ser muchas. Resistir en el caso del Fiscal General no solo tenía sentido, era una obligación. Es un remake de la cacería que sufrió Mónica Oltra. El último auto del juez Hurtado -un juez independiente que oficia de palmero del PP- es tan ridículo que, si García Ortiz llega a sentarse en el banquillo, es difícil pensar que lo vayan a condenar. Bueno, eso también pasó con Baltasar Garzón y, al final, le dio la razón el Comité de Derechos Humanos de la ONU cuando era demasiado tarde. Tampoco parece que el juicio con mimbres de Historia Interminable de Begoña Gómez vaya a tener excesiva trayectoria, y que cada día que pasa es uno menos para que acabe la bufonada. Pero lo de Cerdán es otra cosa. Aquí sí parece que hay chicha, y mucha. Lo que no se sabe es hasta dónde lleva. Y cuando se habla de corrupción en política, el límite es el infinito.
El caso Cerdán-Ábalos-Koldo (¿se llama ya así?) va más allá y crea una situación que refleja el momento de impasse de la democracia española. Por mucho que bufe Sumar, no va a romper con el gobierno; los otros socios del PSOE, tampoco parece que lo vayan a hacer. Es posible que la consecuencia política vaya a ser ninguna. El Congreso está dividido en dos bloques y las posibilidades de superar eso son, de momento, nulas. Triste. Un caldo de cultivo para más corrupción.
Y si eso ocurre será porque hemos llegado a un nivel de degradación en el que todo es posible. Por estos lares, Mazón adjudica sin despeinarse dinero de la reconstrucción a empresas amigas, y hasta a Enrique Ortiz (el perejil de todas las salsas corruptas) le ha tocado pedrea. Feo, muy feo, pero ahora el president solo tiene que esconderse detrás de Cerdán para defenderse a base de “y tú más” o “y tú peor”. Con un calendario judicial que al PP no le venía bien precisamente (entre Púnicas, Lezos, Policía Patriótica, Gürtel, Alberto González Amador, Residencias…), Cerdán parece haber salido en defensa del PP como el popular Alberto Casero se convirtió en un héroe de la clase obrera al permitir la reforma laboral de 2022.
Se dice que la corrupción no hace perder elecciones. En realidad, sí, pero a largo plazo. No porque indigne —menos si roba el de nuestra cuerda— sino porque aburre. Hasta ahora, la mayoría de los juicios contra el gobierno tenían ese saborcito a lawfare que era un estímulo para apoyar a Sánchez. No iban contra él por ser él, sino por liderar un proyecto progresista, así que los progresistas no sanchistas podían identificarse con su causa. Ahora es más complicado. Volver a las urnas con este telón de fondo —y a lo mejor, antes de lo que pensamos—, y con el único aliciente de votar contra Vox no es un panorama especialmente alentador. Y si lo de Cerdán suma y sigue, podemos prepararnos para lo peor.
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