El mundo cambia de prisa y la función pública experimenta, como el resto de las formaciones sociales, enormes dificultades para adaptarse a la aceleración que experimenta el cambio tecnológico y cultural.
La función pública debe reinventarse. Por supuesto debe conservar su original identidad redistributiva y regulatoria y asumir nuevas responsabilidades. Nosotros pensamos que nada la ayudará más que la defensa y ampliación del procomún. Los nuevos patrimonios se mueven por las múltiples escalas de lo público, desde lo barrial a lo global, pasando por lo estatal y lo internacional. Y, desde luego, nuestras vidas cada día penden más de variables cuya definición desborda los dispositivos del estado-nación.
Defender lo público será imposible sin una mayor conciencia de lo común. Lo común, por otra parte, es una forma de gestionar los bienes que son de todos y de nadie al mismo tiempo. Y aquí es dónde se hace más evidente la necesidad de reconfigurar la función pública si es que las administraciones públicas van a seguir siendo un actor decisivo. No hay ninguna posibilidad de defender lo publico sin que evolucione hacia lo abierto.
Reguladora, redistributiva y, desde ya, abierta. Abierta quiere decir dos cosas: en primer lugar, controlable, contrastable, verificable y todos esos términos con los que se valora la importancia de las estructuras de control, como lo son el parlamento, la judicatura o las diferentes agencias de evaluación. Abierta, en segundo término, implica en permanente estado de transformación, receptiva a tomar la forma que mejor aseguren el cumplimiento de sus funciones. Abierta, en definitiva, implica las nociones de participación, transparencia y recursividad.
Estamos seguros de que este diagnóstico es equilibrado y que implica acciones urgentes. Defensores de la función pública y convencidos de que hay que detener su deterioro, pensamos que no hay otra forma de seguir actuando como servidores públicos sin avanzar con decisión hasta abrir el código que regula nuestras infraestructuras administrativas, políticas, educativas, cognitivas, sanitarias y policiales.
Nadie dice que los itinerarios sean obvios. Pero no hay alternativa. Invitamos, en consecuencia, a que esta reflexión sea el inicio de un debate que nos permita comprender cómo adaptarnos mejor y más rápidamente a los retos de nuestro tiempo con el doble objetivo de salva lo público y de ensanchar el procomún.
El mundo cambia de prisa y la función pública experimenta, como el resto de las formaciones sociales, enormes dificultades para adaptarse a la aceleración que experimenta el cambio tecnológico y cultural.
La función pública debe reinventarse. Por supuesto debe conservar su original identidad redistributiva y regulatoria y asumir nuevas responsabilidades. Nosotros pensamos que nada la ayudará más que la defensa y ampliación del procomún. Los nuevos patrimonios se mueven por las múltiples escalas de lo público, desde lo barrial a lo global, pasando por lo estatal y lo internacional. Y, desde luego, nuestras vidas cada día penden más de variables cuya definición desborda los dispositivos del estado-nación.