Cuando habla de su abuela a Andrea Stefanoni (Buenos Aires, 1976) le gusta señalar que fue una sobreviviente. De alguna manera es una virtud que ambas comparten, pero hay muchas otras cosas que las unen y en gran medida quedaron impresas en La abuela civil española (Seix Barral, 2015). Otras se ven ahora que ha decidido abandonar su vida de Buenos Aires para continuarla en Madrid, como librera y escritora. Durante casi dos décadas fue la gerente de la librería más bonita del mundo, El Ateneo Grand Splendid, con cerca de 125.000 títulos expuestos a la venta y con un flujo diario de casi 3.000 personas. Un teatro transformado en librería puede que sea la metáfora más hermosa de todas, pero convertir una tienda de ropa (que antes fue el hall del desaparecido Teatro Arenal) en una librería puede que sea la más necesaria en este momento. Eso es La Mistral, la librería que inaugurará este martes, en una calle cercana a la Puerta del Sol (Travesía del Arenal, 2). Y en homenaje a la poeta chilena, ocultada y señalada por su sexualidad.
Andrea aterrizó a finales de febrero en la ciudad abreviada por el toque de queda, con la misión de encontrar el local perfecto para ese negocio con el que soñaba. Un lugar en el que ocurrieran cosas necesitaba un espacio para provocarlas. El Madrid pospandémico de aquellos meses era uno en el que las calles más transitadas y caras habían bajado sus cierres y sus precios. Los alquileres parecían casi humanos y hacían posible un sueño en el centro de los paseos comerciales. Cuenta que en estos días en los que ha estado de reformas y habilitando el local se acercaban los vecinos para felicitarla y ofrecerse a tocar el violín en el lugar, a regalarle chocolates…
“Ha sido un recibimiento hermoso. Una librería nueva siempre es una fiesta, una buenísima noticia para las editoriales, los autores y, claro, los lectores. Siempre es un buen momento para abrir una librería”, dice Stefanoni. En la primera mitad de 2021 en la capital han abierto casi una decena de nuevas librerías. Tal y como adelantó este periódico, el Gremio de Librerías de Madrid localizó el fenómeno en el centro urbano, “gracias a la bajada de los alquileres”. “También en los barrios están abriendo. El comercio en las librerías crece y son espacios de tejido cultural muy importante para los barrios”, indicaba Pablo Bonet, secretario del gremio.
La charla transcurre en la parte baja del local. Stefanoni ha colocado un sofá chesterton negro, una barra y unas mesas y sillas orientadas hacia un pequeño escenario con dos butacones. Ahí sucederá todo lo que ocurre alrededor de los libros, desde presentaciones a actuaciones. La librera imagina a autores y autoras entrando en contacto con sus lectores y lectoras, pero también a raperos. No concibe un nicho para un grupo. No es nuevo, las librerías se expanden desde hace una década a otros géneros y con la pandemia han crecido en su contacto con los clientes en las redes sociales. Una librería también la construye el público.
“Haces una selección inicial, pero después la construyen tus clientes. Los libreros nos llenamos la boca con la frase de Joan Margarit, que dice que ”la libertad es una librería“, pero a veces no la ponemos muy en práctica los libreros. Porque en general somos muy prejuiciosos. Yo no tengo ningún problema con ningún autor, por esta librería va a pasar quien quiera”, adelanta.
Hábleme de los prejuicios del librero.
Somos videntes. Está demostrado: a veces viene alguien y ya sabes lo que te va a pedir. Me gusta jugar a saber qué me va a pedir el que cruza la puerta antes de pedírmelo.
¿Prefiere darle lo que quiere o cambiarle de idea?
Nunca cambiarle de idea. En todo caso ofrecerle algo relacionado. Cambiarle de idea sería de mal vendedor.
¿Ha vendido libros que no le gustan?
La mayoría. Si tuviera que vender sólo lo que me gusta estaría muy complicado.
¿Y qué pasa con los lectores que no saben lo que quieren, todavía hay personas que entran a que les diga lo que tienen que leer?
Muchos y son los más fáciles, claro, porque les recomiendas lo que te gusta. También los hay que no les gusta leer pero quieren algo. También hay libros para quien no quiere leer.
¿El lector perfecto es el que no sabe lo que quiere?
Sí. Porque ahí tienes que percibir quién es. Lectores sin lecturas, sin títulos, lectores en blanco.
Pero eso cada vez es más complicado.
Sí. Antes el librero tenía más información que el lector. Ahora, no. El cliente sabe todo del libro que quiere antes de llegar a la librería. Antes el librero era casi un dios, ahora el control de la información no es exclusivo del librero. Por eso enfatizamos la recomendación: hay que saber recomendar un libro a personas que no conoces. Debes lograr que se marche con un libro que creas que es lo que quería llevarse.
¿Cómo se practica?
Eso se pone en práctica. Hay que recomendar con cierta gracia, hay una actuación, al menos ser creíble. De hecho vendes con pasión libros que no te gustan.
¿Cree que el librero tiene, además de la venta, una misión?
La misión del librero es popularizar la lectura. A todo el mundo le gusta que le cuenten historias.
¿A los chavales en la escuela también?
En el colegio te arruinan el gusto por la lectura desde chico. Si cambiaran los planes de estudio, con lecturas que crearan el hábito...
En La Mistral no faltará ni uno de los libros de Enrique Vila-Matas, que Stefanoni tiene sus debilidades. Desde hace semanas selecciona libros, decide qué producto ofrecer. Le recuerda al trabajo de edición. Conoce perfectamente el mercado español, porque dice que aquí están todas sus editoriales favoritas. Habrá mucha poesía (si fuera por ella sólo habría poesía) y narrativa, y el ensayo será filosófico. La crónica política se queda fuera. Demasiada actualidad. En la sala principal, bajo una de las cuatro mesas de novedades, está tumbada Aurora, la Golden retriever que se vino desde Argentina con Andrea y a la que llamó así en honor a la autora de Las primas. Venturini se sentiría como en casa en La Mistral.