Qué hacemos los hombres el 8M: Yahoo respuestas. Esta fue —un poco paradójicamente, teniendo en cuenta que se trataba del primer paro de mujeres— una de las preguntas estrella en las huelgas feministas de 2018 y 2019. Más allá de la pertinencia o no de que ese debate ocupara tantos minutos de atención militante y mediática, la pregunta denotaba un creciente interés —o preocupación— por el papel que los hombres estaban jugando en un movimiento que ha vuelto a agitar al mundo en los últimos años.
El periodista y escritor Antonio J. Rodriguez parte de esa inquietud para reflexionar y analizar la masculinidad actual y su papel en la construcción de relaciones, el sexo, la afectividad o la política. Lo hace en La nueva masculinidad de siempre (Anagrama), un ensayo que ya desde el título provoca y cuestiona un relato aún minoritario pero en auge, el de las nuevas masculinidades, los 'aliados'. Revelarse verdades incómodas sobre él mismo ha sido parte inevitable, dice, de este proceso que busca ser, de alguna manera, un revulsivo.
¿Qué es 'la nueva masculinidad de siempre'?
El título surge casi como una especie de iluminación después de haberme puesto a escribir sobre el tema. En los últimos tiempos, y después de que la conversación sobre feminismo saltara a la primera plana y paralelamente se empezara a pensar en esto del papel de los hombres en el momento actual, me apetecía escribir sobre esto. Había avanzado bastante cuando me surgió el título, me parecía que resumía bien conceptualmente aquello sobre lo que yo quería trabajar, que es que en los últimos tiempos hemos pensado mucho sobre nuevos modelos de masculinidades pero que no difieran en absoluto de las masculinidades tradicionales en lo convencional o en su ADN.
Entonces, ¿eres escéptico respecto a que esto que se llaman nuevas masculinidades, masculinidades críticas, aliados... sea una realidad con un contenido profundo?
Una de las conclusiones a las que había llegado era que después de la importancia de toda esta conversación alrededor del feminismo había habido dos grandes reacciones: una, la aparición de masculinidades particularmente recalcitrantes, reaccionarias, y otra, la figura de las nuevas masculinidades o sus sinónimos, que aparentemente son una respuesta más noble y que en muchos casos sintoniza con algunas de las demandas feministas, si bien es cierto que en lo esencial no han cambiado tanto. Marca una especie de antes y después, que dentro de lo malo no es el peor camino pero creo que un planteamiento más radical sobre la masculinidad implica ir más allá.
La frontera última de la masculinidad para mí son dos elementos que planteo en el libro: la renuncia a la propiedad del cuerpo de la mujer, y la renuncia al estado de guerra permanente con otros hombres.
“Mientras los hombres sigamos siendo incapaces de besar otro falo, el machismo no desaparecerá”. ¿Resume esa frase de tu libro una parte de ese ADN de la masculinidad que habría que abordar con más ímpetu?
Es una frase que tiene muchos grados de lectura. La semana pasada fue el día de la visibilidad bisexual y me llamaba la atención que el grueso de gente que reivindicaba este día eran mujeres. Uno de los fenómenos que se aprecian estos años es más visibilidad de nuevas subjetividades sexuales, de nuevas expectativas sexuales... Es una conversación que no se ha dado tanto dentro de las nuevas masculinidades a pesar de que podrían ser igualmente replicables. Es evidente que estamos hablando de símbolos culturales de un calado profundo, representa una herida en la imaginación de muchos hombres.
El hecho de mencionar a un hombre que se considera heterosexual la posibilidad de involucrarse sexualmente de alguna con el pene de otro hombre o explorar prácticas que impliquen penetración para ellos o el sexo anal es tomado como algo descabellado, a veces como una ofensa... Parece un indicio de hasta qué punto la masculinidad está construida sobre eso, ¿no crees?
Una de las cosas que más me sorprende es la evidencia de que desde el feminismo habéis avanzado mucho más en estos temas que los hombres, lo cual viene evidenciar una vez más la desigualdad de conocimiento y de percepción sobre una misma realidad. Son temas que están bastante asimilados: la atracción erótica por sujetos del mismo sexo en mujeres que aparentemente son cishetero es una conversación mucho más digerida que entre nosotros. Muestra los diferentes niveles a los que avanza la conversación y el retraso que tiene el grueso de la masculinidad en entender ciertos temas.
Me recuerda al #MeToo y a cuando se hablaba de consentimiento y salía esta cosa de los hombres de 'ya no voy a poder ligar, se acaban las relaciones con mujeres'... Es un error de comprensión de lo que se está hablando. Aquí entra en acción la segunda parte del #MeToo, que es pensar positivamente sobre el deseo y la relación con el otro.
¿Hay una especie de complacencia entre hombres digamos progresistas, de izquierdas, que pueden estar cercanos al discurso feminista pero que a la hora de ejecutar algunos de estos cambios no son capaces de revisar su práctica cotidiana tanto como su pensamiento porque ya se consideran 'aliados'?
Ante el mundo actual en el que la conversación sobre las desigualdades de género ocupa un lugar muy importante, los hombres hemos reaccionado de tres formas distintas: el enrocamiento del privilegio —el hombre conservador, reaccionario, que cree que todo conspira contra él—, el ponerse de lado —un 'ni entro ni salgo de la conversación y espero que el fuego cruzado no me toque'—, y quienes van a la raíz de la construcción de género. Y aquí surgen situaciones incómodas, porque implica revisión propia en muchos ámbitos.
Se trata de deshacerse de los lenguajes aprendidos y crear otra cosa. En el ámbito más íntimo, el replanteamiento de las dimensiones afectivas es muy complicado, ver cómo nos hemos relacionado con matrimonios, familias convencionales... no es fácil para hombres ni para mujeres pero creo que buena parte de las conversaciones que se han arrancado en los últimos años nos deberían llevar necesariamente en esa dirección.
Hablas de 'víctimas pero verdugos', es decir, de cómo hacer compatible el discurso de que los hombres sufren los estereotipos del patriarcado con la idea de que la masculinidad reproduce la violencia patriarcal. ¿Cómo?
Sobre los hombres recae un peso histórico violento, es decir, tener que responder y reproducir toda una serie de expectativas de género, lo cual tiene toda una serie de daños propios y colaterales importantes. Pero también somos verdugos en la medida en que somos la correa de transmisión de esa dominación masculina. Todos los hombres preferiríamos no vernos en la situación de confirmar que hemos ejercido violencia, pero la realidad es que todos hemos ejercido violencia desde nuestro privilegio. Violencias en el territorios doméstico o profesional, pueden ser a distinta escala. Esa resistencia de no ser percibido como un adversario nos lleva a toda una serie de tabúes sociales que en algún momento nos lleva a saltar por los aires.
Pero ese discurso de la masculinidad como identidad construida sobre la violencia crea reacciones que buscan apelar a los hombres como seres discriminados e injustamente señalados. Me refiero por ejemplo a los discursos de la extrema derecha en auge en tantos lugares.
Lo importante es la visión panorámica de la dominación masculina, los siglos de discriminación, la violencia en las relaciones. Hay una respuesta defensiva porque el planteamiento de estos temas tiene el mismo efecto que revolver un avispero. Hablamos también del yugo que la masculinidad supone para los propios hombres. Las expectativas de la masculinidad son paradójicamente una factoría de hombres débiles.
Cuando se habla del replanteamiento de las relaciones hombre-mujer, la mujer es el resultado de una serie de fantasías creadas por la subjetividad masculina, lo que significa que hay una objetualización. Pero al mismo tiempo se da la paradoja de que un hombre para validarse a sí mismo está esperando la 'validación' de ese sujeto al que ha objetualizado y, si no la recibe, se rebela violentamente, lo cual es precisamente una muestra de debilidad. La masculinidad es una factoría de humillaciones ficticias.
Utilizas mucho la palabra superstición en el libro. Para describir por ejemplo la fortaleza que aún tiene la superstición en la manera en que damos por hecho que una relación consistirá en tener solo esa relación y que la posibilidad de tener intimidad, que puede ser de muchos tipos, con otras personas, desaparece de la ecuación. Apartamos la posibilidad, es más, la negamos, decimos 'esto es imposible', 'no va a pasar', o 'esto a mí no me pasa'. ¿Es este uno de los mecanismos más fuertes que tenemos de reproducción social, familiar, patriarcal al fin y al cabo?, ¿Por qué nos cuesta tanto romper con eso, incluso en las generaciones más jóvenes?
Soy muy lector de textos literarios clásicos y leer e investigar sobre este tema me ha llevado a tomar en serio textos a los que por otros motivos no hubiera llegado. Tirando del hilo de la masculinidad y de cómo construimos relaciones a mí me gusta leer recurrentemente la Biblia como leemos la Eneida o la Odisea, textos fundacionales a partir de los cuales se construye una sociedad. Y es divertídismo porque hay un montón de pasajes que describen las relaciones tal como nos las imaginamos hoy en una sociedad aparentemente secular: “el cuerpo del hombre le pertenece a la mujer, el cuerpo de la mujer le pertenece al hombre”, “no mirarás a la mujer del otro”, “la mujer será fiel al marido”... Es nuestra propia mitología, nuestras propias supersticiones que duran hasta hoy.
En ese sentido me impresiona mucho esa distinción que hacemos entre relaciones físicas y no físicas por las expectativas que le damos a cada una de ellas. Es decir, uno puede tener un amigo o una amiga cuya amistad aparece o desaparece pero con quien siempre hay complicidad y generosidad mutua, pero no ocurre lo mismo si hablamos de las relaciones afectivas. Normalmente si empezamos una lo hacemos con la expectativa de que es así para toda la vida y que desde ese momento se acaban otras relaciones, cuando en realidad estamos hablamos de suprimir conversaciones, le otorgamos al sexo nuevamente una categoría de conversación trascendental y supersticiosa. Es algo que encuentra su génesis en un montón de textos literarios clásicos. Aparentemente aunque vivimos en sociedades modernas, la gente se sigue relacionando así porque relacionarse de otra forma, o proponer o experimentar otros modelos relacionales es ir contra sentido en la carretera, no es fácil. La sociedad avanza pero no somos tan modernos.