La historia del arte feminista no es muy larga. Dejando en su siglo XVII el antecedente simbólico de la Judith decapitando a Holofernes de Artemisia Gentileschi (1593-1656), gran pintora que a pesar de su talento sufrió como mujer una vida de afrentas de todo tipo, hay que esperar a los años sesenta para encontrar algunas mujeres que trabajaran sobre la situación de su sexo, apenas Nancy Spero, Yoko Ono, Eva Hesse o Louise Bourgeois y poco después la ya muy explícita Judy Chicago.
Pero la gran eclosión de un arte femenino y feminista llegó en la década de los 70 a través de la performance. Tras una primera generación compuesta casi exclusivamente por hombres, la segunda gran oleada de la performance estuvo protagonizada sobre todo por mujeres como Adrian Piper, Lidia Montano, Ligia Clark, Barbara Smith, Joan Jonas, Laurie Anderson, Valie Export, Marina Abramovich, Rebecca Horn… De pronto el cuerpo adquiría connotaciones muy diferentes, ya no tan heroicas como en los actores de la generación anterior. Aquellas mujeres venían del abuso eterno del cuerpo y la persona y aportaban unas formas, una radicalidad y una conciencia política (o politizada) que tendría repercusiones inmediatas y duraderas en el arte.
El siguiente peldaño se ascendería en los 80, cuando las revistas de Arte y algún diario generalista comenzaron a mostrar fotos de unas mujeres con pancartas y máscaras de gorila que realizaban acciones irrespetuosas en algunos templos del arte, sobre todo neoyorquinos. 30 años tras aquella primera protesta por una exposición de Arte Actual en el MOMA, donde entre más de 169 artistas solo había 19 mujeres, las Guerrilla Girls realizan su primera exposición retrospectiva. En Madrid. En Matadero.
Máscaras de mono en el Matadero
Con el comisariado de Xabier Arakistain, se supone que una exposición sobre las Guerrilla Girls apela en primer lugar a los interesados, sobre todo interesadas, en la lucha por la igualdad de derechos en el terreno concreto del arte. Una lucha que sigue sin avanzar demasiado en estos decenios. Esta perspectiva casi exclusivamente feminista se comprobó en la rueda de prensa lo cual, aun siendo lógico, suele impedir una apreciación más amplia del colectivo, pues eso es lo que son. Porque, aparte de su programa feminista, la Guerrilla Girls tuvieron otros efectos.
Por ejemplo, contribuyeron en tono humorado a algo que se llevaba incubando tiempo con ejemplos tan rigurosos como el alemán Hans Haacke: la llamada crítica institucional, donde la institución criticada es el mismo museo, las bienales, exposiciones colectivas, galerías etc. Al utilizar una técnica de octavillas y posters callejeros, al principio en la ciudad de Nueva York, estaban introduciendo sus textos/frases también en el tejido urbano, otra tendencia de aquellos momentos representada por otras mujeres como Jenny Holzer y Barbara Kruger o por Les Levine, parte de cuya obra de entonces también consistió en posters.
Además de ello, las Guerrilla Girls fueron de las primeras en utilizar una táctica de guerrilla cultural cuyos orígenes lo mismo podían estar en Fluxus que en el Situacionismo, que en el Punk. Porque las Guerrilla Girls eran bastante (post)punk. Ayuda a entenderlas.
Anónimas antes que Anonymous
Tiene mucha guasa recorrer los mil y un textos pegados en las paredes de la Nave 16 que muestran los absurdos extremos de un sistema discriminador de mujeres. Y al poner de manifiesto de manera exhaustiva el demencial funcionamiento de un sistema discriminatorio concreto, el del Arte, despiertan la sospecha de que ese método sería aplicable en otros muchos terrenos. Lo dicen ellas mismas, por otra parte.
En el mundo de Arte, no hubo que esperar mucho para encontrar emuladoras y emuladores. Desde esos mediados de los ochenta las acciones performativas/reivindicativas en eventos como Documentas, bienales o algunas grandes exposiciones pasaron a formar parte del mismo evento/espectáculo. Se han visto protestas artísticas de todos los colores, que iban desarrollando a veces en un tono pretencioso con más intenciones de visibilidad que de protesta. Porque Guerrilla Girls, antes de la www, eran y son Anónimas. Y también heroínas de comic. Su potencial como avatares siempre estuvo ahí.
Solo unos años más tarde, a principios de los 90, tendríamos otro movimiento de otro feminismo, esta vez con el pop como vehículo: las Riot Grrrls. Las Riot Grrrls, grupos como Bikiny Kill, Sleater-Kinney o Bratmobile venían a ser la personificación hardcore de otra oleada de feminismo, que incluía una crítica tan radical al sistema como para grabar solo en sellos independientes y en general mantener una actitud confrontacional. Y de ahí y regresando las artes visuales, se llega en los 2000, a un colectivo como Chicks On Speed, donde lo visual iba absolutamente unido a lo pop. O hacia lo absolutamente político, como Pussy Riot.
Quizá sea excesivo extender de esta forma la genealogía de a activismo femenino y feminista que parte de aquellas performers de los setenta, pasa por las Guerrilla Girls y llega hasta nuestros días. Pero sí hay algo claro es que esa cascada de mujeres en el arte no ha ido cayendo sobre el mundo para anunciar una versión restrictiva del feminismo. Muy al contrario: ha servido para traer nuevas versiones de rebeldía y de poesía. Para todos.