1. De Rousseau a Sade: Rhythm 0 (1974)
Rhythm 0Hay episodios en la vida del arte contemporáneo que se sofocan de puro éxito, sepultados bajo la repetición de sus imitaciones futuras. Pocos han sufrido tantas reiteraciones como Rhythm 0 (1974), la primera performance explosiva de AbramoviÄ. La serbia se puso a disposición del público junto con 72 instrumentos de funcionalidades heterogéneas, desde un lápiz, una polaroid, una boa de plumas y un perfume hasta cuchillos, un hacha o una pistola cargada. Los visitantes eran entonces invitados a elegir un objeto y usarlo con ella de la manera que les pareciera más interesante. La artista aseguró que no se movería durante seis horas, pasara lo que pasara.
Lo que empezó como una reflexión acerca de la confianza y el contrato social acabó siendo una lección sobre la tendencia natural del ser humano a la violencia: “Lo que aprendí fue que, si dejas que el público decida, te pueden matar. Me sentí verdaderamente atacada: me cortaron la ropa, me clavaron las espinas de las rosas en el estómago, una persona me apuntó a la cabeza con la pistola y otra se la quitó”. La falta de reacción de la artista hizo que la violencia escalara de manera geométrica.“Después de exactamente seis horas, según el plan, me levanté y empecé a caminar hacia el público. Todos escaparon, evitando un enfrentamiento real”.
Toda la serie Rhythms (1973-74) son operaciones que trabajan sobre el cuerpo de la artista, rituales catárticos con un fuerte componente autodestructivo. En Rhythm 5 (1974), AbramoviÄ construyó una gran estrella de cinco puntas hecha de trozos de madera empapados en gasolina y le prende fuego consigo dentro. La performance acaba muy deprisa cuando Marina se desmaya por la falta de oxígeno -un efecto del fuego sobre el que no había reflexionado- y dos visitantes aterrorizados la rescatan de las llamas.
En Rhythm 10 (1973), se graba a sí misma haciendo el juego del cuchillo -donde uno extiende la mano y trata de clavar un cuchillo entre los dedos una y otra vez a gran velocidad- hasta cortarse 20 veces. Después repite la operación, esta vez usando el audio del juego anterior como guía para cortarse exactamente en los mismos sitios.
2. Ni contigo ni sin tí: Marina + Ulay
De su relación con el fotógrafo y artista alemán Uwe Laysiepen, más conocido como Ulay, surgieron algunas de sus instalaciones más divertidas. En Rest Energy (1980) by AbramoviÄ and Ulay, la pareja permanece estática durante horas mientras él apunta unarco tensado directamente a su corazón. Hay micrófonos que reproducen los latidos del corazón y los ruidos que hace el arco en el esfuerdo de no dejarse ir. En A-AAA (1978), los dos artistas se gritan el uno al otro en un pulso de poder diseñado para determinar cuál de los dos es la voz dominante (spoiler: gana ella). El favorito de esta redactora es Imponderabilia (AbramoviÄ y Ulay, 1977), donde la intensa pareja se apalanca sin ropa en el marco de la puerta de entrada de la exhibición, obligando a todos los visitantes a atravesar rozando indiscretamente sus carnes desnudas.
El apasionado romance duró 10 años prolíficos, algunos de ellos viviendo en una triste furgoneta, entregados al arte y al análisis de los límites entre uno y el amado, entre el cuerpo de uno y el de los demás (hasta formaron un colectivo que se llama The other). Su relación es intensa y se consume por ambos extremos: en Death self, unen sus labios en un beso en el que aspiran y expiran el aire de la boca del otro hasta que, 17 minutos más tarde, caen desmayados por falta de oxígeno.
Cuando rompen, lo hacen literalmente a lo grande: a lo grande: en The Lovers: The Great Wall Walk, la pareja ya rota camina desde extremos opuestos de la Muralla China - ella empieza en el Mar Amarillo, él en el desierto del Gobi- para encontrarse en el medio y despedirse en un último abrazo consolador.
3. Reconfirmando lo obvio: la artista está presente
En los años siguientes, Marina Abramovic se viene muy arriba. Además de sus Siete piezas fáciles (2005) para el Guggenheim, donde recrea cinco obras ajenas -entre ellas una de Bruce Nauman y otra de Joseph Beuys- está The Life and Death of Marina Abramovic , un musical épico de tres horas protagonizado por la propia Abramovic y William Defoe en el que la artista recrea sus traumas infantiles. Pero lo gordo llega con un monográfico retrospectivo en el Moma llamado, icónicamente, La artista está presente.
Es su momento Elvis. El Moma recoge 50 piezas de exposición, incluyendo performances, instalaciones, videos, fotografías y colaboraciones y hasta se hace un documental con el nombre de la expo. El nombre, sin embargo, obedece a una sola instalación en vivo, en el que la artista se compromete a pasar 716 horas y media sentada en una mesa en mitad de una sala, mirando durante un minuto a cualquier visitante que se atreva a sentarse en su mesa.
Dicen que hay quien llora, hay quien ríe y hay quien, contra toda expectativa o quizá, con toda lógica, no siente nada de nada y se va tal como ha venido. El momento cumbre de la performance ocurre cuando es el propio Ulay quien entra en la sala y ocupa el asiento frente a Abramovic. Dicen que no se habían visto en 23 años, después de despedirse en la Muralla china. Tanto si es verdad como si no, hay que ser de cartón piedra para no sentir nada mirándolos a los dos juntos, una vez más, después de tanto tiempo.