Nueve detalles diseccionados con bisturí de “la piedra de la locura”, la demente cirugía que El Bosco convirtió en arte

La sala de El Bosco en el Museo del Prado es de las más concurridas. En ella, decenas de personas se agrupan en torno a los grandes trípticos y la Mesa de los Pecados Capitales, obras magnas del pintor holandés que conquistó al rey Felipe II. Pero no solo de El Jardín de las delicias y sus cientos de grotescos detalles se nutre su obra. A la izquierda de este cuadro, en un rincón alejado de la multitud que aguarda para recorrer de cerca el génesis, el paraíso y el infierno, se encuentra otro notablemente más pequeño que suele pasar desapercibido a pesar de su significativa importancia.

Se trata de La extracción de la piedra de la locura, un óleo fechado a principios del siglo XVI que supone un antes y un después en la historia de la pintura. “Este cuadro fue de los primeros en contar una historia, una narración popular con personajes comunes que se salen de lo religioso y lo mitológico”, explica a eldiario.es Enrique Pérez, técnico del área de educación del Museo del Prado. Es así como nace la llamada pintura de género, aquella que deja de lado lo divino para centrarse en lo cotidiano.

Lo hace además centrándose en una práctica médica habitual a lo largo de la historia, tan frecuente como ir al dentista: la de una trepanación. Consistía en abrir un agujero en el cráneo para eliminar bultos que se podían producir por la acumulación de piedras minerales, similar a lo que ocurre con un cálculo biliar. Mediante la extracción se creía que no solo se acababan las dolencias mentales, sino que también se eliminaba el rastro de todo mal.

Esa es la razón por la que el cuadro de El Bosco es algo más que el reflejo de una escena cotidiana: es la crítica de una medicina ingenua y aprovechada, una senda marcada por el holandés a la que luego se sumarán otros pintores. Pero ¿qué historias se esconden tras los detalles de estas obras? Con ayuda de Enrique Pérez, ponemos la lupa en las dos “piedras de la locura” que se encuentra en El Prado: la de El Bosco y la de Jan Sanders van Hemessen.

'La extracción de la piedra de la locura' (1501 – 1505), de El Bosco

“Sin esta pintura no podríamos entender la Mesa de los Pecados Capitales ni los cuadros del artista holandés Pieter Brueghel el Viejo, que llegaron después”, explica el experto en arte. Las inscripciones, los personajes e incluso los objetos extraños forman parte de un cuadro burlesco que va más allá de su valor estético o técnico. Como se ha mencionado, consiguió crear todo un género. Explorémoslo de cerca.

La flor de mi secreto

“La cuestión de la extracción de la piedra de la locura no era médica, y no debemos entenderlo así. Se utiliza como una metáfora sobre arrancar y extraer la flor, en este caso una flor del mal”, apunta Pérez. La extracción, por lo tanto, no es de un bulto, sino del “demonio” que habita en el cuerpo del protagonista del cuadro y que queda de esta forma reducido a unos pétalos. Se saca la lujuria, pero también la ira, la soberbia y el resto de pecados capitales.

Otro aspecto que analizar es el detalle de la flor. ¿Es un tulipán? “No puede serlo de ninguna manera. El primer motivo es que no tenemos ninguna referencia de que existieran tulipanes en libros para ser copiados, como El Bosco hizo con los animales de El jardín de las delicias. El segundo, que el tulipán no llega a Europa hasta 1545 procedente de Turquía y no se empieza a plantar en Leiden (Holanda) hasta el 1595”, afirma el historiador. La flor, por tanto, es una variante próxima, pero no un tulipán.

La cotidianidad que huele a pies

Esta es la máxima expresión de la representación de la cotidianeidad. El Bosco muestra una escena campesina con múltiples detalles que lo enfatizan, como los zuecos que están escondidos debajo de la silla del campesino. El objetivo entonces era hacer que el espectador se viera reflejado en una imagen corriente, una que podía ver en su día a día y que era trasladada a un cuadro. Pretendía ser un “reflejo” de la realidad, como se acentúa desde la propia forma redondeada. “Remite al círculo con inscripciones y unos lazos, como si fuera un espejo. Es como si estuviera reflejando la realidad para jugar con las sensaciones de quien lo contempla”.

El gorro-embudo y la jarra colgandera

El “cirujano”, si es que se le puede llamara así, es el ejemplo de la mala praxis y de la ignorancia. “Le pone un embudo en la cabeza, porque ese es un lenguaje que entendemos antes y hoy: está diciendo que es tonto”, aprecia Pérez. Hasta la jarra de su cinturón apoya su necedad. “No se suele llevar ahí, porque no tiene sentido: se caería el líquido. Lo que sí se solía llevar en la cintura es la bolsa del dinero, algo que este no tiene. Esto apoyaría la tesis de que quien hace la operación es bobo como mínimo”, añade el especialista.

Bobo con todas las letras

La escritura gótica flamenca no sirve solo de elemento decorativo: narra la historia dibujada. En la parte superior dice “maestro quítame pronto esta piedra”, mientras que en la inferior continúa con “mi nombre es Lubbert Das”. “Si nos remitimos al flamenco en el cual está escrito, Lubbert es un nombre despectivo. Es como llamarte ”bobito“. No es un insulto grave, pero es despectivo”, explica Pérez.

Para qué leer cuando se puede posar

La mujer con actitud meditativa también habla de la ignorancia del pueblo. “Le pone un libro cerrado en la cabeza, el peor sitio en el que se puede sostener. Supone la anulación de la razón, atributo que representan el conocimiento real y científico”, observa el especialista. No se sabe con exactitud si el personaje acompaña al campesino o forma parte del equipo médico, pero igualmente es alguien que consiente y apoya la operación como el fraile que se encuentra a su lado.

'El cirujano o La extracción de la piedra de la locura' (1550 - 1555), de Jan Sanders van Hemessen

50 años después del cuadro de El Bosco, el pintor belga Jan Sanders van Hemessen decidió representar el mismo motivo con alguna que otra diferencia. El cuadro, además, se encuentra curiosamente en una sala colindante a la del anterior, por lo que es muy fácil hacer una rápida comparación entre ambos. La temática presentada es la misma, pero en los detalles está la clave. De nuevo, hagamos zoom.

La mirada que te hace cómplice

Lo primero que llama la atención es la cercanía de la acción. “Mientras que en el otro teníamos una composición alejada, cuidada y mucho más tímida, aquí el impacto adquiere gran importancia. Gana movimiento e incluso agresividad”, valora Pérez. Esto se contempla desde la propia mirada del protagonista, que observa directamente a los espectadores mientras llora de dolor y se ven sus lágrimas en detalle. “Aquí el personaje te mira directamente y te invade. Está tan encima de ti que ya formas parte de la pintura”, considera el técnico de educación.

El gabinete del doctor Caligari

Un aspecto que se mantiene es el de la ignorancia de quien realiza la operación. “Con todo el daño y el sufrimiento que muestra el paciente, el curandero sonríe pensando que no va a pasar nada”, advierte Pérez, que continúa destacando cómo el resto de los personajes colaboran impasibles al igual que ocurría en el cuadro de El Bosco. De hecho, en la parte derecha se puede ver a otro paciente que realiza estiramientos preparándose para sentarse en la silla, como si esperara su turno en una peluquería.

Se recomiendan cinco rocas de experiencia previa

La flor desaparece y lo que se ve aquí es una piedra de forma literal, tanto en la cabeza del enfermo como en la zona superior del puesto. Es un símbolo reputación médica, como “diplomas” que corroboran la buena maniobra de aquel doctor quitando eliminando estas dolencias. “Aquí son piedras de verdad y la flor ha desaparecido. Esa metáfora del bien y el mal se va diluyendo con el paso del tiempo y también con el desarrollo del conocimiento en el siglo XVI”, contextualiza el historiador.

El Jan Sanders de marca blanca

En este caso se abandona el escenario rural y se sustituye por el urbano. Además, se aprecia una gran diferencia entre los sujetos en primer plano y los que están al fondo, lo que responde a algo muy probable: que el cuadro está dibujado por varios autores. “Esto es algo habitual en la época, porque los pintores maestros hacían las partes difíciles y los ayudantes se encargaban de las secundarias”, señala Pérez.

Mientras que los bodegones del primer plano presentan un alto nivel de detalle propio de la pintura flamenca, la pincelada del fondo es más rápida y muestra unos contrastes de luces más violentos. “No tiene una lectura tan grande como la pintura de El Bosco, ya que esta abre el camino y aquí lo que se hace es recrear con variedades ese tema”, concluye Enrique Pérez.