ARCO 2020 no ha empezado con buen pie esta edición: ni el discreto aumento de galerías españolas -seis más que en la anterior edición-, ni el mayor compromiso con la igualdad -este año el 32% de los artistas son mujeres, frente al 26,9% del año pasado- ha conseguido que la polémica haga menos ruido que las buenas intenciones.
La semana pasada, la Justicia condenaba a la feria por hacer una selección arbitraria y discriminatoria de galerías. Una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid había dejado al descubierto un sistema ilegal de selección de participantes en la feria de arte contemporáneo más importante del país en la que, en realidad, imperaba la opacidad y el favoritismo. Un día antes del pistoletazo de salida, su organización anunciaba futuras modificaciones en su sistema de selección.
Por si fuera poco, ARCO también se vio, a pocos días de abrir, forzada a extremar precauciones debido al coronavirus. De las 209 galerías participantes, se contaban once italianas, algunas de Milán, Turín y Bolonia, focos del virus en el país vecino. Por suerte, y según afirmaba a El Confidencial la directora de la Feria, Maribel López, “ninguna galería italiana ha cancelado su participación”.
Con todo y con eso, hoy la feria abría sus puertas oficialmente con las dos noticias más buscadas bajo el brazo: la obra más cara de la feria, y la 'obra polémica' del año. Respecto a la primera, ha resultado ser el cuadro Retrato de Jaqueline de Picasso, ubicado en el espacio de la Galería Edward Tyler Nahem y con un precio de salida de 6,5 millones de euros (7 millones de dólares), el más elevado de una obra de arte en esta edición.
En cuanto a la segunda, hablamos de Franco no fue tan malo como dicen, del artista finlandés Riiko Sakkinen. Un dibujo con rotulador y acrílico en el que se satiriza sobre las supuestas bondades del dictador. Una obra que, como el 'ninot' de Santiago Sierra y Eugenio Merino el año anterior, la obra Presos políticos censurada en 2018, e incluso la propia figura del dictador ya usada en Always Franco de Merino, ha generado controversia por su naturaleza política. Aunque ya no con el mismo ímpetu. ¿Por qué?
El enfado como generador de reflexión
Franco no fue tan malo como dicen, cuenta Sakkinen a este periódico, “nace porque un día mi hijo volvió del colegio contando que su profesora le había dicho que Franco había hecho cosas buenas y cosas malas. ¡Pero luego resultaba que solo había enumerado cosas buenas!”. De la estupefacción del artista por la historia de su hijo emergió una reflexión que nos lleva hasta ARCO 2020.
“Franco sigue muy vivo hoy en día en España, lamentablemente”, sostiene el finlandés. “Vivo en Pepino, en un pueblo de Toledo, pero tengo el estudio en el pueblo de al lado, Cervera de los Montes, cuya plaza central sigue llamándose Generalísimo Francisco Franco. Así que podemos decir que esta no es una obra sobre el pasado, es sobre la realidad actual”. No obstante, añade que confía “en que las futuras generaciones no digan este tipo de barbaridades”.
“Mi mujer me dijo que la obra iba a enfadar tanto a los de derechas como a los de izquierdas”, bromea, “aunque creo que el enfado es un sentimiento muy bueno porque te hace reflexionar. Quizá más que la risa”. El arte, defiende el autor, “es mi forma de participar en la política de este país, pago los impuestos pero no tengo derecho a votar. ¡Llevo con residencia permanente 17 años en España!”.
Franco, entre la banalización y el cansancio
Además de la obra de Sakkinen, el artista cubano Marco Castillo también saca a colación la figura del dictador en otra obra de la misma feria. En la galería KOW, expone perforados los nombres de Franco y Castro, alegando que “apuntan a ideologías completamente diferentes, pero tan extremas que al final acaban uniéndose”, según decía el artista a ABC.
El dictador parece haberse convertido ya en un leitmotiv de ARCO. El artista Kevin Van Braak mostró en 2018 una escultura que replicaba la mesa del generalísimo. Amén de la célebre intervención de Eugenio Merino en 2012 ya mencionada: el autor colocó una fiel representación del dictador en un frigorífico, como metáfora de su conservación. Fue denunciado por la Fundación Francisco Franco, pero ganó el pleito. Hoy, la presencia de una obra con el dictador como elemento disruptor ya no sorprende. De hecho se antoja casi un gesto de demanda por esforzado interés.
“Parece que en el mundo del arte la atención solo se basa o en cifras millonarias o en una obra aparentemente irreverente”, confiesa Fernando Cordero, director de la galería madrileña La Caja Negra presente en ARCO 2020. “Creo que tenemos un problema cultural si reducimos el arte al escándalo o la cosa llamativa sin ninguna reflexión ni ética, estética o política”, apunta el galerista, “hay obras que te hacen reflexionar, con contenido político mucho más interesante. Esto, en cambio, banaliza un poco el sentido de lo que es el arte político cuando quiere hacer una reflexión política profunda”.
“Hubo un momento políticamente más fuerte gracias a los artistas conceptuales de los años setenta, más activista”, cuenta Cordero, “porque se venía del franquismo y la idea de la cultura estaba asociada a planteamientos éticos y religiosos”. Sin embargo, lamenta que a día de hoy, “esta banalización ha llevado a cierto cansancio”.
Mora Bacal, directora de la galería Ruth Benzacar de Buenos Aires, tiene su stand en ARCO situado pared con pared con el de Forsblom, donde reposa la tan comentada obra de Sakkinen. “Resulta bastante molesto”, confiesa algo cansada, “porque tengo que estar recordándole a todo el mundo que yo no trabajo ahí”. Dice no tener una opinión formada sobre Franco no fue tan malo como dicen, pero puntualiza que “el arte siempre tuvo una cuota de política, nosotros mismos tenemos aquí arte comprometido: el artista es un actor político más y desde ese punto de vista algunas obras son más evidentes que otras, o literales, que otras”.
Por su parte, el doctor en Bellas Artes y divulgador de Historia del Arte en Youtube más célebre de nuestro país, Antonio García Villarán, cree que el destacar o no estas obras no es cosa del público, ni siquiera de los galeristas. “Creo que es algo de los medios de comunicación, que necesitan algo que enganche”, cuenta a este periódico, “estamos en una sociedad del espectáculo: necesitamos una noticia que todo el mundo entienda y algo que sea rompedor o que moleste: a Franco lo conoce todo el mundo, así que hablamos de eso”.
“No he visto la obra, pero seguramente será una tontería como la del Ninot del año pasado, que por cierto ni se ha vendido todavía”, nos cuenta, “¡lo tienen guardado en un almacén y ahora para sacar las castañas del fuego, dicen que lo van a quemar!”.
La escultura gigante del rey Felipe VI que centró los focos en 2019, era obra de Santiago Sierra y Eugenio Merino. Y el concepto de la escultura implicaba también la quema de sí misma: quien la adquiriese debía de firmar un contrato obligándose a quemarla. “Es todo un espectáculo”, insiste Villarán, “a nivel de redes, este tipo de obras sí gustan y a la gente le llaman la atención, pero aquí en la vida real, que implica a coleccionistas y artistas, no gustan tanto”. Según él, “el arte político en España ya no se practica mucho. Y diría que afortunadamente, porque creo que se necesita menos”.
Necesario o no, mañana ARCO volverá a abrir las puertas y puede que la obra de Riiko Sakkinen o la de Marco Castillo ya se hayan vendido. O puede que no encuentren comprador, como le ocurrió al Ninot que tanta polvareda levantó el año pasado.