Los vecinos de Castronuño (Valladolid) se toman con humor el ruido mediático de estos días tras revelarse la presencia de parches modernos de cemento en su edificio insignia, una iglesia románica del siglo XIV que mira a uno de los mayores meandros de Europa al paso del río Duero. No tanto la conservación de su templo más valioso, que con eso no se juega. El anecdótico uso de mortero en varios emplazamientos del edificio —una práctica que aparece ya documentada en fotografías de hace dos décadas— ha sacado a la luz problemas más graves, como las humedades que afectan a la cubierta, el desgaste de los sillares o la aparición de una grieta “preocupante”, según ha denunciado el Ayuntamiento de la localidad. Diversos frentes que contrastan con su nivel de protección, pues Santa María del Castillo es un bien de interés cultural (BIC) desde 1962.
Y eso que las “heridas” de este singular templo, que mezcla elementos del románico zamorano con soluciones constructivas del gótico, se han hecho visibles gracias a la aparición de un misterioso restaurador encapuchado que nunca existió. “Nunca hemos perseguido a nadie, aunque hablara públicamente de ese supuesto enmascarado en tono de humor”, reconoce el alcalde Enrique Seoane (Izquierda Unida). A pesar de la broma y de que los habitantes de Castronuño saludan con atención la inesperada visita de periodistas en estas fechas, el regidor es contundente al respecto. “Lo importante no es quién lo haya hecho ni cuándo, sino que se trata de una aberración estética que nunca debió producirse y que hay que arreglar”, afirma.
El asunto trascendió debido al ya icónico pegote de cemento que coronaba una de las cuatro ventanas del ábside, cuya presencia fue rápidamente fechada en el año 1999, a través de las redes sociales. El azar había querido que una fotografía de ese elemento arquitectónico, y no otro, fuese el protagonista de la cubierta del libro “Arte sanjuanista en Castilla y León”, editado aquel año por la Junta de Castilla y León. Pero basta con dar una vuelta al inmueble para comprobar que la práctica del pegote —numerosos añadidos cuya variedad de tonos apunta a fechas distintas— ha sido habitual en la antigua iglesia de San Juan Bautista.
Con todo, el alcalde de Castronuño no rehúye hablar de los indigestos parches, que esconden una realidad algo más inquietante. “Los monumentos BIC, al menos en Castilla y León, son los que más desprotegidos están. Tienen una figura de protección, pero las partidas para su conservación no están llegando”. Y es que la paradoja tiene miga. Tal y como explica Seoane, es práctica habitual que los fondos que cada año habilita la Diputación de Valladolid se dirijan al arreglo de iglesias “que no sean BIC”. Pero, por el lado de los edificios BIC, tampoco llegan los recursos. Así que la conclusión es tan sencilla como perversa. “Solo se arreglan los templos que no son bien de interés cultural”, concluye el regidor.
De ahí que Castronuño salude ahora salir en los papeles y en las televisiones. Por lo pronto, el Arzobispado de Valladolid ha anunciado de forma pública que solucionará el problema del parcheado, aunque desde el Ayuntamiento aún no tienen constancia. Pero hay más. “Hace tres años, en el anterior mandato, nos reunimos con ellos para analizar los problemas de humedades de la cubierta, lo más urgente bajo nuestro punto de vista. El Ayuntamiento elaboró el proyecto de canalización de las aguas, pero la ejecución de las obras debe de estar aún en cola”, sostiene Enrique Seoane.
Que la historia no se repita
Que la iglesia de Santa María del Castillo es una “rara avis” lo confirman varias circunstancias. La primera es la de su cronología, que el historiador Javier Castán, profesor de la Universidad de Valladolid, sitúa en el primer tercio del siglo XIV, pese a lucir visibles elementos románicos. El templo —construido por un prior de la orden de San Juan para ser enterrado en el interior— se denominó originalmente San Juan Bautista. Fue en época moderna cuando heredó el nombre del templo más antiguo del pueblo, emplazado donde ahora está el colegio de Castronuño.
Lo que ocurrió con aquel vetusto recinto, donde los vecinos celebraban culto habitualmente, no deja de enmarañar aún más el caso. En 1870 se tiene constancia de que se derrumba la cubierta, según los datos recabados por Castán. Y aunque se repara en 1888, cae definitivamente hecha pedazos en 1919. Para entonces, el malogrado edificio ya había cedido el culto y el nombre a la actual Santa María del Castillo. Es más, el pasado año el Ayuntamiento localizó por azar un curioso documento: el pliego de condiciones elaborado en 1927 para el desescombro del inmueble, cuyos restos se utilizaron para tapar los fosos del antiguo castillo. Allí descansaría para siempre.
“El pueblo ya tiene experiencia en perder una iglesia, como sucedió hace más de un siglo, y no queremos que vuelva a ocurrir”, se conjura el alcalde, Enrique Seoane. El Ayuntamiento asume la obligación moral de “garantizar el buen estado del tempo a las futuras generaciones”, asumiendo dos hechos palmarios: el inmueble es propiedad del Arzobispado de Valladolid y es la Junta de Castilla y León quien ostenta las competencias en patrimonio para decidir qué se hace y financiar su conservación.
Al menos, la preservación de esta joya del románico tardío es el sueño de un pueblo que vive horas agitadas. Por más que Santa María del Castillo permanezca inmutable observando el Duero, en cuyas riberas aletean ajenas a la polémica patrimonial las otras grandes protagonistas de Castronuño, las colonias de la escasísima garza imperial que habitan su carrizal.