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Inéditos 2016, entre el viaje, el texto y el activismo

Madrid, hablamos de la ciudad, tiene lo que ya va siendo una larga tradición en presentar arte joven, emergente o cualquier otra palabra que prefiramos para describir lo que aún se supone en periodo de maduración. Que ese periodo se amplié aquí hasta los 35 años (más o menos) cuando en el resto de actividades humanas a esa edad se esperan profesionales hechos y derechos, tiene que ver con lo disfuncional de la actual economía de las artes visuales. Pero esta es otra historia.

Aparte de la Comunidad, que mantiene desde hace ya décadas la Sala de Arte Joven o del Ayuntamiento que durante un espacio de tiempo demasiado corto acogió historias de este tipo muy interesantes en Matadero, es la Casa Encendida la que se ha entregado a fondo al tema con dos convocatorias ya clásicas, Generaciones e Inéditos. Esta última está dedicada a nuevos comisarios y cuenta su decimoquinta edición.

Inéditos 2016 (hasta el 18 de Septiembre), cómo Generaciones (como en realidad casi todo lo que sucede en la ciudad y la provincia), no es algo pensado únicamente para los madrileños de origen, tal y como hacen la mayor parte del resto de Comunidades Autónoma. En realidad, ni siquiera hace falta vivir en la ciudad. Con haber pasado unos días en ella basta y sobra. Debido a ello y mucho más por suerte que por desgracia, el arte joven madrileño proviene de todas partes.

Una de los tres comisarios seleccionados, Irina Mutt (apellido en homenaje a Duchamp) proviene de Cataluña, de Girona más en concreto. La sala que ha montado, Deshaciendo Texto, es interesante y compleja. Tiene que ver con el texto (claro) y con el cuerpo e incluye de forma explícita pero tampoco dominante, cuestiones de género.

En el catálogo (hay tres, para cada uno de los comisariados) Irina Mutt lanza frases interesantes y apropiadas para estos tiempos: “No pretendo considerar una sala de exposiciones como una plataforma para dar voz a colectivos desfavorecidos ni para visibilizar prácticas disidentes. Todo esto ya ocurre en sus propios espacios y sistemas, a menudo al margen de lo institucional. Pero si quiero que la exposición sea un espacio y tiempo en el que se pueden poner en circulación otros relatos, o poner en duda lo hegemónico”. Y sí, aunque bastante heterogéneas, las obras reunidas parecen tener nexos conceptuales e intuitivos. Con una corriente subterránea relacionada con la comunicación. En muchas formas y en un momento tecno-histórico híper-comunicado.

Hacia rutas improbables

La sala comisariada por Carolina Jiménez (Madrid) parece un resumen muy abreviado de Mundos exóticos, fantasías europeas, una gran exposición que tuvo lugar en Stuttgart en 1987 y que sigue siendo referencial a la hora de tratar el tema que le da título. Jiménez no ha tratado de abarrotar la sala de objetos, una tentación de lo más comprensible, sino disponer algunos muy representativos de esa visión euro-céntrica del colonialismo y sobre todo de los imperialismos del XVIII y XIX, que resultaron en prejuicios hilarantes y en crímenes genocidas.

El catálogo, de nombre Viaja y no lo escribas ofrece una píldora de algo que en nuestros días se mantiene muy vivo, por ejemplo en forma de falsos paraísos exóticos construidos de la nada para acoger continuas avalanchas de pasajeros llegados a bordo de mega-cruceros. Como en los otros casos y aunque sean muy diferentes entre sí, el catálogo forma parte de la exposición y viene a ser una especie de Travel Companion, esas guías de viaje decimonónicas donde se describían, no solo los lugares, sino también sus circunstancias, desde lo anecdótico a lo religioso. Muchas veces con más literatura e imaginación que con información más allá de lo aparente.

Los movimientos del tardo-franquismo

La tercera sala, comisariada por Alberto Berzosa (Madrid) es la más llamativa, aunque en ella hay poco arte. Se llama Madrid Activismos (1968-1982) y la idea parte de recuperar algo bastante olvidado tanto por la historia canónica como por su respuesta actual, la lucha de base que se dio en Madrid durante ese periodo. Es una historia que no figura porque mucho de lo que se dio entonces en luchas obreras, estudiantiles, vecinales y de otros tipos, reprimidas por el tardo-franquismo, tenía unas aspiraciones muy diferentes que asistir a una transición monárquica. Movimientos y luchas con arraigo, tampoco absolutamente masivo pero notable, que luego fueron sistemáticamente erradicados tanto por el PSOE como por el mismo PCE. Si la sala de Carolina Jiménez es como un destilado de un tema actual desde hace mucho, la de Berzosa parece un apunte de lo que puede ser una investigación mucho más amplia y seguramente necesaria.

Durante aquel tardo-franquismo las contradicciones en Madrid eran tan fuertes y violentas que la mayor parte de lo que aconteció o se vio entonces no se documentó nunca por aquello de la clandestinidad.

Activismos, dividido en varias pequeñas secciones que tratan diferentes entornos de las luchas reivindicativas puede entrar en el campo de lo expositivo gracias a la revalorización de la idea de archivo en los últimos años por teóricos como Georges Didi Huberman pero en realidad ya presente en la idea de artistas como Hanne Darboven, Marcel Broodthaers o Art & Language.

Es decir, son testimonios fotográficos, panfletos y publicaciones clandestinas, recuerdos de diferente tipo y alguna obra de arte realizada en el momento, como las de Darío Corbeira. Resulta todo muy interesante y Berzosa, al fin y al cabo un historiador, ha hecho un buen trabajo de recuperación y presentación. Pero Activismos solo puede ser un principio. Las luchas en la capital del Estado fueron ocultadas por el franquismo e ignoradas después. Y, sin embargo, fueron altamente significativas precisamente por su cercanía a los centros del poder antes y durante la transición. Hay mucho más que excavar y muchas relaciones que establecer.

En Madrid hay muchas cosas, pero algunas tienen el atractivo de lo aún no descubierto. La Casa Encendida, en la cual también hay una exposición de Teresa Lanceta, está a diez minutos andando del Reina Sofia y aunque la Ronda de Valencia esté enfilada al sol, el paseo merece la pena.