En pleno debate descolonizador en los museos norteamericanos y europeos, el Círculo de Bellas Artes de Madrid presenta una de sus exposiciones más problemáticas, necesarias y asombrosas de sus últimos años. Su director, Valerio Rocco, la califica como “la mejor exposición de escultura africana que se ha visto en España”. Se muestran un total de 300 piezas que abarcan culturas desde el siglo VI a.C. hasta comienzos del siglo XX (Nok, Sokotó, Katsina o Galma). Lo más sorprendente es que todos los bienes expuestos provienen de una misma colección, la que ha construido a lo largo de más de cuatro décadas Margarita Sánchez, una de las coleccionistas más importantes de este país y menos conocidas, que armó con su marido Sebastián Ubiria. Ahora ha decidido mostrar en público, por primera vez en unas dimensiones muy ambiciosas, una parte de su conjunto, que guarda en una nave de una zona industrial de la capital.
Con el título Metamorfosis del ser. Representaciones de la cabeza en el África Central y Occidental, la institución encara el reconocimiento de una producción cultural, que occidente transformó en arte desde mediados del siglo XX. El relato que plantea el comisario Sergio Rubira no esquiva el problema de la presentación sin contexto de este patrimonio que fue apartado de sus lugares de origen. Es un recorrido extraordinario por el arte africano, pero no es lo más atractivo.
La exposición desvela cómo ha operado la mirada fetichista y exotizante sobre estos bienes, desde que en 1952 el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) convirtió el arte africano en objeto de lujo del mercado artístico. Aquel año el fotógrafo Eliot Elisofon seleccionó siete piezas de arte africano para la exposición Understanding Negro Sculpture, que mostró junto con sus fotografías. “El objetivo era enseñar a los espectadores cómo apreciar el arte africano y comprender su relación con el arte moderno”, cuenta Rubira.
Enfatizar el fetiche
Elisofon enfatizó la iluminación, de claras intenciones tenebristas y dramáticas, y borró cualquier alusión al contexto para darles una nueva vida. La vida de los museos pero, sobre todo, la vida de los mercados. Aquellas piezas probaron la gloria de las vitrinas y las peanas. Las máscaras, cabezas y figuras abandonaron los rituales ancestrales para transformarse en objetos de adoración, belleza y consumo. Hasta el momento se había contemplado en museos etnográficos y antropológicos, pero en 1952 saltó a los museos modernos.
Rubira ha recreado en sala esas dos maneras de mostrar y mirar la cultura africana convertida en arte. Queda una tercera mirada, que cierra el recorrido: qué ocurrió cuando las piezas regresaron temporalmente de Europa y Norteamérica para ser mostradas en África. Es el momento del panafricanismo con las independencias de las colonias africanas. En 1960 Léopold Sédar Senghor, primer presidente de la República de Senegal, fue el promotor del Festival Mundial de las Artes Negras, en Dakar en 1966.
Senghor mostró la producción plástica, literaria y musical de los creadores de origen africano al mundo “y reivindicó el concepto de negritud como algo propio y diferencial”. De hecho, se apropió del gran apropiador y convirtió a Pablo Picasso en un producto del arte africano, por su atractivo e interés en máscaras similares a las que ahora pueden verse en el Círculo de Bellas Artes hasta el 14 de mayo. Por primera vez, se reflexionó sobre el papel que deberían jugar el arte y la cultura africana en la era poscolonial que acababa de nacer.
Arte problemático
Seis décadas después, seguimos preguntándonos cómo restituir los bienes expoliados por los imperios. “Los Estados africanos reivindican el patrimonio expoliado y son los Estados europeos y norteamericanos los que deben responder a estas peticiones. Es diferente en el caso de los particulares que coleccionamos. Yo estaría dispuesta a donar, no a restituir porque no he expoliado. Pero mi colección toca tantos países que se dispersaría por completo”, ha explicado Marga Sánchez.
Sergio Rubira, comisario, ha indicado que “es un asunto que hay que abordar necesariamente y es más complejo que un titular de prensa”. Rubira es partidario de revisar la trazabilidad de cada caso, pero añade que en España no tenemos un problema con África: “España debe revisar su papel con América y qué sucede con esos objetos que han llegado ilegítimamente”. Valerio Rocco ha anunciado que el Círculo de Bellas Artes prepara una serie de seminarios y encuentros en torno a la descolonización de los museos, porque es un proceso “lento, complicado y complejo”. De hecho, en la muestra se pueden ver varias piezas procedentes de Benín, el tesoro expoliado por los británicos a finales del siglo XIX que está en el centro de las políticas de restitución de los museos de Alemania, Francia y Reino Unido.
¿Quién es ella?
Margarita Sánchez, junto con su marido Sebastián Ubiría, ha formado una colección única de arte contemporáneo y de arte africano desde que empezó a comprar bienes en los años 80. Ella no había cumplido 40 años y no tenía conocimiento. Reconoce que todo lo que compró entonces era falso y así se lo hizo ver el galerista Ángel Martín, que se convirtió en su marchante de cabecera. Para certificar la calidad y la autenticidad de todas las piezas que expone ahora, ha contado con el antropólogo francés François Neyt, que ha asegurado que ante estos bienes sentiremos lo mismo que sentimos ante El jardín de las delicias, de El Bosco. “La colección condensa este espíritu de curiosidad sin límites, que sobrepasa las etiquetas. Es una colección única”, dice Neyt.
Sánchez no quiere desvelar cuántas piezas tiene de arte africano, pero sí reconoce que su colección de arte contemporáneo la vende poco a poco para continuar con las compras del patrimonio africano. “Hay veces que no tengo un chavo. Esto nos pasa mucho a los coleccionistas y siempre debemos dinero a los galeristas”, reconoce con desparpajo Sánchez, una coleccionista que no se ha dado publicidad nunca.
“No me he dado a conocer”, asegura. Ha enseñado su colección africana a los amigos. Los invita a su nave, les enseña lo que tiene y les habla de los problemas de conservación de las piezas de madera, en un clima seco como el madrileño. Y de la piedra por el exceso de contaminación que padece la ciudad. Por eso pide ayuda: “No tengo manera de controlar las condiciones de humedad en mi nave”. Hay otro buen número de piezas con las que convive en casa. “Duermo con ellas y hablo con ellas. Me encanta hablar con ellas”, dice a este periódico esta mujer de una vida y mil biografías. Inspectora de Hacienda en el inicio de su profesión, fue directora de la filial de Telefónica TPI (Telefónica Publicidad e Información) y creadora e la guía QDQ, que compitió contra las Páginas Amarillas de Telefónica y que posteriomente vendió a Wanadoo. Después, fue también empresaria de medios de comunicación, contribuyendo a fundar Madrid y m@s, el germen del periódico 20 Minutos. Además, ha sido galerista y viajera. “Apenas he viajado a África”, reconoce con naturalidad quien se dedica a coleccionar un continente que no conoce.
¿Y el futuro de este conjunto? Margarita Sánchez no lo niega, quiere depositarlo en una institución cultural pública. Pero de momento no hay ninguna a la altura. Cree que el Museo Antropológico Nacional tiene un edificio excepcional, pero insuficiente. “No tiene dimensión para albergar todo esto. La mayor parte de su colección la tiene en los almacenes y no quiero donar mi colección para que esté almacenada”, cuenta a este periódico. Tampoco quiere desmigarla. “Me dolería repartir la colección. No quiero. Además, tengo la intención de seguir ampliándola. Por eso ahora mismo estamos planteándonos dónde debería residir la colección. Lo primero es replantearse el Museo Antropológico Nacional que queremos, porque falta en España un gran museo del ser humano o del hombre”, se sincera Marga Sánchez. ¿Entonces tiene algún edificio en mente? “El Museo Antropológico Nacional debería estar ubicado en el edificio donde ahora está el Ministerio de Agricultura. Ese es el lugar apropiado para esta colección y para el museo”, avisa. En 2022 la colección del empresario Lafuente acordó con las administraciones ubicar su contenido —tras comprarlo por 30 millones de euros— en un edificio en Santander. Ha llegado el momento de hablar de la Colección Sánchez-Ubiria.