“No me importó vivir bajo la sombra de Andy, era un maldito genio”, decía el fotógrafo ermitaño de la Silver Factory y amante del maestro pop. Billy Name no sospechaba que su apariencia de galán clásico conquistaría al líder de la bohemia neoyorquina mientras trabajaba de camarero en el Serendipity 3. Warhol le descubrió en esa pastelería decadente cuando apenas contaba 23 años y se hacía llamar William Linich, y le llevó a su taller de la 47 en Manhattan.
Allí, entre sus paredes plateadas, se forjaría uno de los grandes talentos de la generación de Gerald Malanga y Brigitte Berlin. Name era “el chico para todo” y se dedicó a acondicionar el estudio a gusto de las cambiantes necesidades del artista. Revistió el loft de la Factory con papel de aluminio porque “representaba el futuro para Andy” y se volcó en tareas como la decoración de interiores, el cuidado del tendido eléctrico o el montaje del set de cine.
Sin embargo, sus retratos en blanco y negro del día a día en la Silver Factory se convertirían en su mayor seña de identidad. Las míticas fiestas en las que corrían ríos de alcohol y drogas quedaron inmortalizadas por su mirada de plata, así como el pelotón de famosos que rodeaba a Andy Warhol. Billy Name no había tocado un objetivo en su vida cuando el artista le colocó en las manos una baratísima Honeywell Pentax de 135 milímetros. “Desde ahora quiero que hagas fotos de todo lo que suceda en The Factory. No tienes que pedir permiso”, le dijo.
Esta y otras conversaciones aparecen en su primera biografía y recopilación de las imágenes, Billy Name: the Silver Age, que se editó el año pasado. Gracias a la cámara baratija de sus pinitos, el fotógrafo se convirtió en un genio de la luz y los contrastes que hoy conforman el retrato underground más legendario de los setenta.
Además de su legado de plata, siempre nos quedarán dos portadas de discos muy conocidas y poco vinculadas con Billy Name. El fotógrafo mantuvo una relación muy cercana -incluyendo varios affaires- con Lou Reed, líder de la banda The Velvet Underground, desde su participación en uno de los eventos Exploding Plastic Inevitable de Warhol. Reed y Name se pasaban horas esnifando anfetaminas en el cuarto oscuro de la Factoría y dejaron impresa la huella de esa amistad en sus respectivos trabajos.
El sol que decora el disco White Light / White Heat pertenece a un tatuaje de Name y también firmó la carátula del tercer álbum de la banda, 1969 The Velvet Underground. En este último, Lou Reed le dedicó una estrofa de su canción That’s The Story Of My Life (“What Billy said / Both those words are dead”).
Aunque el final de su vida estuvo marcado por el ocultismo, Billy Name siempre será recordado como el “guardián del caos”: el encargado de mantener el mínimo equilibrio entre todo ese ambiente snob y juerguista. Por eso fue el primero que acudió a socorrer a Andy Warhol cuando recibió el disparo de una de sus colaboradoras resentidas, Valerie Solanas. “Estaba en el laboratorio cuando oí ruidos como pop, que no parecían disparos”, cuenta en el libro.
Su amigo resistió el ataque y murió veinte años después por complicaciones en una operación de vesícula. Name siempre recordaba cómo, con el cuerpo tendido en el suelo y cubierto de sangre, Warhol le dijo antes de perder el sentido: “No me hagas reír ahora, Billy, duele mucho”. Por suerte estos dos legados, el del maestro y el discípulo, uno color y otro de plata, siempre serán inmortales.