Los últimos años del siglo XIX fueron para España un periodo convulso determinado por importantes transformaciones sociales. Las reivindicaciones obreras o la pérdida definitiva de las colonias de ultramar son algunos ejemplos que supusieron especial trascendencia en lo social y que, por primera vez, se retrataron en el arte como problemáticas que afectaban a la realidad de todas las clases. Ahora, con la exposición Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910) se quiere mostrar cómo el arte reflejó estos conflictos.
La muestra, que estará expuesta en el Museo Nacional del Prado desde el 21 de mayo hasta el 22 de septiembre, recoge en casi 300 obras las interpretaciones naturalistas de aquellos que retrataron España durante más de dos décadas desde distintas técnicas como la fotografía, la ilustración o la pintura. Entre ellos destacan nombres como Darío de Regoyos, el ejemplo más temprano, Francisco Iturrino, Ricardo Baroja, Isidro Nonel, Pablo Picasso, Joaquín Sorolla, los hermanos Luis y José Jiménez Aranda, José Gutiérrez Solana o el considerado como creador del cubismo, Pablo Picasso. Además, se han reunido cinco obras de Antonio Fillol, uno de los grandes exponentes de la pintura política, de quien el Prado compró su polémica El sátiro en agosto del año pasado.
El óleo Una sala del hospital durante la visita del médico jefe, de Luis Jiménez Aranda, es una de las obras clave y la que pone portada a la exhibición. Fue reconocida con la Medalla de Honor de las Exposiciones Universales de París en 1889 y 1990, y su importancia artística radica en ser uno de los cuadros que dio inicio a esta corriente concebida como “arte social en España”. “Esta exposición pretende ofrecer a sus visitantes aproximaciones a momentos y artistas que no han recibido el reconocimiento que a nuestro juicio merecen”, explica Miguel Falomir, director del Museo Nacional del Prado.
La temática de esta exhibición, que parte en su esencia de la orientación artística naturalista, no ha sido hasta ahora objetivo de exposición específica en España. De manera que, por primera vez, se ofrece un planteamiento de las transformaciones que determinaron el final del siglo XIX y el inicio del XX a través de obras poco conocidas, pero de especial importancia para la historia de la sociedad española. De hecho, tal y como ha explicado Javier Barón, comisario de la exposición, en la presentación: “Se trata de un catálogo pionero en el que gracias a la investigación previa a la exposición hemos dado cuenta de obras desconocidas”.
Hace varios años que se planteó la posibilidad de realizar una exposición dedicada a pintura social. Se trataba, tal y como ha anunciado Barón, de una manifestación que no había sido abordada monográficamente. No obstante, la exhibición de esta pintura social en el Prado ha resultado complicada por razones de espacio, de manera que se ha esperado hasta conseguir el pertinente: “Era necesario profundizar y dar cuenta de la riqueza que encerraba este conjunto de obras insuficientemente conocidas”.
Dentro de la amplia variedad de aspectos que se vieron transformados a finales del siglo XIX, los asuntos elegidos para articular las secciones de la exposición abarcan aquellas partes de la vida contemporánea que —por su posible falta de belleza, decoro o interés— apenas habían sido considerados con anterioridad. Entre ellos, el trabajo en diferentes sectores, que reflejan los peligros y la dureza de algunos sectores; el trabajo ejercido por la mujer, como muestra de la reciente incorporación femenina al mundo laboral; la religión y su manera de influir en la población española; la enfermedad y la medicina, que favorecieron los avances y las condiciones de vida; la prostitución, asociada a la injusticia social y la explotación; o la emigración, determinada por el difícil contexto social donde hasta 400.000 españoles se vieron obligados a emigrar a América.
En concreto, el trabajo de la mujer es una de las temáticas que mejor ilustran esa transformación social. Unas ocupaciones laborales que dieron origen a una amplia producción de litografías y aguafuertes, como Las sardineras de Darío de Regoyos, litografía del conjunto de su Álbum vasco que retrata de forma naturalista los trabajos femeninos seculares de la época. No obstante, se trata de obras realizadas por hombres que retratan la realidad femenina, pero no desde sus propias manos. De hecho, según ha explicado Barón en la presentación, de las 300 obras expuestas, solo dos de ellas están firmadas por mujeres, las de Elvira Santiso y María Luisa Putzener. “Precisamente, la exposición trata de explicar por qué las mujeres tenían vedado el acceso a este arte narrativo y tenía que conformarse en géneros menores”, ha explicado Falomir.
“Uno de los aspectos más atractivos de la exposición es esa conjunción arte y sociedad que nos hace repensar cómo nos han contado la historia”, explica Falomir. Una muestra que concentra un gran abanico de estilos artísticos liderados por el naturalismo propio de este periodo: “En estos 20 años hay una gran heterogeneidad del panorama artístico español con figuras de la talla de Sorolla, Picasso o Solana”.
A finales del siglo XIX y condicionados por la fotografía, los pintores españoles buscaron la objetividad en la representación, adoptando así un estilo naturalista similar al que ya había triunfado en Francia. Un estilo que se fue impregnando de un cierto aspecto de denuncia social que también se puede asociar a otros ámbitos como la literatura. Émile Zola, representante del naturalismo literario, o los españoles Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas Clarín, Armando Palacio Valdés o Emilia Pardo Bazán, son algunos de los escritores que precisamente destacaron en el estilo homónimo de esta exposición, pero en la literatura.