Indigentes, heroinómanos, migrantes, prostitutas o refugiados de guerra. Todo aquel que viva en los márgenes de la sociedad y sea víctima de un sistema que hunde a los desfavorecidos y exalta a los privilegiados es motivo de interés para Santiago Sierra (Madrid, 56 años). El provocador artista, censurado en ARCO 2018 y rechazador del Premio Nacional de Artes Plásticas 2010, ve por primera vez su obra reunida en Madrid con la inauguración el sábado de la muestra 1.502 personas cara a la pared en el Centro de Arte Dos de Mayo. El conjunto es una serie de retratos de espaldas que subrayan el anonimato de personas convertidas en números que bien podrían ser los menores no acompañados de España o los que huyen del conflicto en Oriente Medio.
“La vigencia de la exposición radica en que todas las piezas, históricas o recientes, tienen una vinculación con los problemas socioeconómicos y políticos que enfrenta el planeta. Los flujos migratorios y las guerras entre ellos”, comenta Alexis Callado, comisario de la exhibición que estará abierta hasta el 2 de febrero de 2025. En blanco y negro y con la mirada fija en la pared, son fotografiados 184 peruanos trabajadores en Chile, una comunidad discriminada por décadas. Al lado, aparecen 102 refugiados de la guerra en Yemen y Siria que Sierra capturó en Múnich en 2023. “Pensamos que la guerra es la excepción, pero Sierra la evidencia como fundamento y norma”, asegura Callado, haciendo referencia a la reciente escalada de violencia en Líbano.
Las víctimas de los conflictos bélicos también son el eje de la serie Veteranos de guerra de 2011, en la que el artista fotografía a exsoldados de las guerras de Irak, Afganistán, Colombia, Bosnia o Ruanda, entre otros. Dan la espalda a la cámara y están dispuestos en las esquinas con la cabeza agachada en símbolo de humillación y degradación. También en una posición de sometimiento, como si estuvieran siendo arrestados, están los gambianos del video The Maelstrom (2023), acompañados de la voz distorsionada del Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell, cuando comparó a Europa con un “jardín” y al resto del mundo con una “jungla”. Un desprecio que resuena con la orden, este mes, del Gobierno Canario de no recibir más menores migrantes.
Condición de clase en el cuerpo
Sierra se adelantó a la crisis migratoria con su instalación en el Pabellón de España en Venecia en 2003. Tapió el espacio, y para acceder los visitantes debían mostrar el DNI o pasaporte español. “No pudo entrar el embajador de España ni el jurado internacional”, dice riendo Callado. Y es que Sierra, desde sus comienzos hace 30 años, siempre ha sido crítico con la explotación, la exclusión de los desfavorecidos y el abuso de poder desmedido. “Tiene un discurso muy claro, radical y potente que no deja mucho margen a la interpretación”, continúa Callado.
En el grupo fotográfico Estudio económico de la piel de los caraqueños (2006), incluido en la muestra, el artista captura las espaldas de venezolanos de tres grupos: los que habían declarado tener cero dólares, los que dijeron tener 1.000 y los que aseguraron ostentar un millón. El resultado es una escala monocromática —el minimalismo lo absorbió en sus estudios en Hamburgo después de licenciarse en la Complutense— en la que se evidencia que el poder adquisitivo influye en la conservación del cuerpo. Los primeros tienen heridas y parches; los últimos, un dorsal fuerte y musculoso.
Una narración similar manejó en la performance de 2002 Contratación de 30 trabajadores conforme a su color de piel, de la que se exhibe la documentación en video. Sierra contactó a trabajadores de diferentes tonos de piel para ordenarlos de la más clara a la más oscura. El artista remuneró a los ejecutores de la obra, como a todos aquellos que participan en sus piezas. De ahí surge otro eje temático: el capitalismo salvaje que pone un precio a todo y todos. Por ejemplo, en Línea de 30 cm tatuada sobre una persona remunerada (1998), Sierra buscó a una persona en situación de calle que no tuviera la intención de tatuarse para imprimirle una marca por 50 dólares. En 10 euros (2017), cientos de personas se formaron en el PAC de Milán para recibir ese dinero.
Todo tiene un precio
Más contundente es la fotografía Línea de 10 pulgadas rasurada sobre las cabezas de 2 heroinómanos remunerados con una dosis cada uno (2000) o Línea de 160 cm tatuada sobre 4 personas (2000) en la que tatuó a cuatro prostitutas de Salamanca y les pagó también con droga. “Normalmente cobran 2.000 o 3.000 pesetas por una felación, mientras que el precio de la dosis ronda las 12.000” (siendo 12.000 pesetas al cambio de hace 25 años, unos 72 euros), reza la cartela de la pieza. Mientras que en Los anarquistas (2006) pagó 100 euros a ocho militantes anarquistas ateos para que escucharan la misa del Papa en el Vaticano.
Mendigos, obreros, viudas hindúes o mujeres maltratadas terminan de componer este mosaico de Sierra. Nadie escapa de la esquizofrénica máquina basada en la codicia, la depredación de los recursos finitos y las agresiones bélicas. La exposición tendrá continuidad en una próxima muestra en la galería de Helga de Alvear.