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Viaje al mundo de Fernando Botero, entre el Renacimiento italiano y los personajes cotidianos de Latinoamérica

'El baño del Vaticano' (2006)

José Antonio Luna

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“Sin un estilo propio un artista no existe”, asegura Fernando Botero. El pintor nacido en 1932 en Medellín (Colombia) se ha dedicado a crear desde que tenía 15 años, experimentando con diferentes vertientes pero sin perder el rumbo del que es su sello de identidad: el del volumen y la sensualidad. Las formas curvas y majestuosas, a menudo representando personajes a modo de sátira, son rasgos sin los que no se entenderían un trabajo que ya es reconocible en todo el mundo. “Lo magnífico es que cuando alguien vea una naranja en un cuadro, reconozca automáticamente que es una naranja de Van Gogh, de Picasso, de Cézanne o de Botero”, apostilla el creador.

Esa es la razón por la que surge Botero: 60 años de pintura, una exposición en CentroCentro (Madrid) que recorre seis décadas de su extensa trayectoria de trabajo a través de 67 pinturas. La muestra se divide en siete secciones que abarcan sus temas más característicos: América Latina, Versiones, Naturaleza Muerta, Religión, La Corrida, Circo y Acuarela sobre lienzo. 

El recorrido, por tanto, comienza centrándose en el lugar de origen del pintor, donde creció aislado en la Cordillera Andina en medio de un mundo provincial y con muy pocos recursos económicos. A pesar de ello, supo ingeniárselas para celebrar su primera exposición individual con tan solo 19 años en la Galería Leo Matiz de Bogotá. “Lo que hay en Botero es una importancia de las raíces de su país y de los recuerdos que marcaron su infancia. Esas raíces es lo que le da un toque de honestidad y de consistencia extraordinaria”, explica a elDiario.es Cristina Carrillo de Albornoz, comisaria de la exposición. 

Años después, en 1936, se trasladó a México. Allí nacería el estilo boterismo por el que sería conocido el resto de su vida. Surgió mientras el artista trabajaba en su estudio pintando una mandolina, un instrumento de cuerda, pero trazó la cavidad del sonido muy pequeña. Fue entonces cuando se percató del hallazgo: la deformidad del dibujo acabó dándole personalidad propia. “Él es consciente de que el único camino a seguir para un artista en el siglo XX, como ha sido el caso de los grandes maestros, es lograr su propio estilo. Es decir, un lenguaje propio que no existiera antes en la pintura. El estilo, afirma, es una reflexión sobre la excelencia de la pintura”, afirma la encargada de la muestra.  

Botero adaptó el volumen, la técnica, la composición y la forma de su temática, que es local, a un lenguaje universal. De ahí que en sus obras se conjuguen dos tradiciones: la del Renacimiento italiano con personajes cotidianos de Latinoamérica, como músicos, bailarines o toreros. “La obra debe gozar de una identidad clara con raíces profundas para que tenga validez y honestidad”, considera el propio artista de su trabajo. 

De hecho, el siguiente apartado que se aborda es el de la religión, tema influido por los recuerdos de su juventud y la importancia que la iglesia tenía en Medellín durante los años 30 y 40. Botero no tuvo reparos en explorar situaciones del clero abordadas desde el humor y la sátira. Es el caso del cuadro El baño del Vaticano, donde un obispo reposa tumbado en una bañera mientras un ayudante de mucho menor tamaño espera toalla en mano para ayudarle.

“El humor es un elemento muy importante en la obra de Fernando Botero que introduce en todos los temas que pinta a través de guiños y pequeños detalles y, por ende, también trata el tema de la religión con humor. En ningún momento trata de, ni es su propósito ridiculizar; es mas, él siempre se declara muy respetuoso de todas las creencias religiosas”, observa Carrillo. 

Pero los homenajes de Botero no siempre se han centrado en su lugar de procedencia. Otra de sus series más reconocidas tiene como objetivo reconocer a grandes maestros de la historia del arte, como Diego Velázquez, Jan van Eyck o Pieter Paul Rubens, de quienes tomó sus cuadros más reconocidos para recrearlos según los rasgos propios del boterismo. Es, por ejemplo, lo que se puede comprobar en un retrato de la infanta Margarita que toma como referencia el cuadro de Las Meninas, pero con el toque particular del artista colombiano. “Cuando Fernando Botero se enfrenta a La Mona Lisa o a El matrimonio Arnolfini no piensa que va a hacer una versión mejor que la de Da Vinci o la de Van Eyck, sino que va a hacer su propia versión, un Botero, y ahí radica el gran reto”, considera la comisaria.

A pesar de que el estilo de Botero permanece imperecedero, sí que existen variaciones en la temática y el formato de sus obras. Y, según la encargada de la muestra, esa es precisamente una de sus virtudes: la de “permanecer fiel a sí mismo olvidándose de modas y movimientos”. “El maestro colombiano es un artista en reflexión permanente sobre lo que es la calidad del arte. Día tras día llega a su estudio y al enfrentarse al cuadro se sigue apabullado ante los problemas de la pintura”, añade.

Sin embargo, en ocasiones el arte naif o más desenfadado ha estado desprestigiado por no considerarse igual de “serio” que otras creaciones. Tales etiquetas hacen que se vean más como obras secundarias, prejuicios a los que también se ha enfrentado Botero y que se intentan desmontar con esta retrospectiva. “Busca honrar y ensalzar al gran maestro que enlaza con la tradición de la pintura y con la tradición de los grandes maestros de la historia de la pintura, mucho más allá del pintor popular que conoce todo el mundo”, culmina Carrillo.

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