Banksy 'deja escapar' a los animales del zoo de Londres

Primero fue una cabra. Después, dos elefantes. Y luego, tres monos. Banksy está mandando un mensaje a los londinenses, que especulan sobre el trasfondo político: ¿una defensa animal?, ¿una metáfora del Gobierno?

En los días siguientes llegaron más animales: un lobo aullador, dos alegres pelícanos, un felino perezoso, una pecera, un rinoceronte subiéndose a un coche y, por último, un gorila que en la mismísima chapa del zoo de Londres deja escapar a una foca y diversas aves.

El primero de ellos, la cabra, apareció pertrechada el 5 de agosto sobre un contrafuerte en un muro de Kew Bridge (Richmond). Es una silueta dibujada por el artista urbano más relevante de nuestro tiempo, el misterioso Banksy, cuya identidad nunca ha sido revelada. Unas piedrecitas se despeñan hacia el vacío, fruto del equilibrio del mamífero cornudo.

Los dos elefantes aparecieron asomados a sendas ventanas (también falsas) de una pared en Chelsea, no lejos de la cabra. Se miran, parecen contentos y acercan la trompa el uno al otro. Como con el primero, el artista ha certificado su autoría publicando una fotografía en su cuenta de Instagram. Sin añadir comentario alguno, un usuario recibe una inmensa cantidad de “me gusta” gracias a su chascarrillo: el elefante en la habitación. ¿De qué quiere Banksy que hablemos? Era martes 6 de agosto, un día después.

La secuencia continúa al día siguiente, el 7 de agosto. Tres monos saltan por un puente para ferrocarril en el este de Londres. A estas alturas, los fans especulan si Banksy ha abierto las puertas del zoo de la capital británica. Para seguir la progresión, el jueves deberían aparecer cuatro ejemplares de cualquier otra especie en algún muro de la ciudad.

El jueves, el artista prosiguió liberando animales, pero el primero de ellos fue robado al poco tiempo. Un lobo pintado sobre una parabólica  en el barrio de Peckham, al sureste de Londres. Al poco, un grupo de encapuchados subió al tejado con una escalera y desmontaron la creación ante la mirada atónita de los viandantes, según se ve en un vídeo en redes.

El viernes 9 de agosto unos pelícanos se posaron sobre el rótulo de un fish & chips llamado Bonners Fish Bar, en el barrio de Walthamstow en Londres, al noreste.

Después llegó el enorme felino estirando la espalda, pintado sobre una vieja valla publicitaria sin utilizar para ese fin. Y al día siguiente, una cabina con unos rótulos de la policía municipal cuyos cristales Bansky convirtió en pecera. Con su habitual ironía, el artista reclamó la autoría tomando una foto a un policía de ese mismo cuerpo que a su vez tomaba una fotografía a la obra.

Esta semana los animales siguen campando por Londres. El lunes, un rinoceronte intentó subirse al techo de un coche aparcado en la calle Westmoor del barrio de Charlton, al sureste de la ciudad.

Este martes 13 de agosto, la propia chapa del zoo de Londres muestra el momento en el que un gorila ayuda a escapar a una foca y diversas aves.

Cada día, Banksy ha repetido el mismo método: aparece un grafiti por la mañana y a lo largo de la mañana confirma su autoría en su perfil de Instagram.

Bansky, desatado

Banksy llevaba tranquilo cierto tiempo. El año pasado organizó una exposición en un museo de Glasgow, donde los móviles estaban prohibidos, y era la primera muestra en 14 años. Hay exposiciones de Banksy continuamente, sí, pero ninguna de ellas está autorizada.

El mundo del arte todavía se estaba recuperando del amago de infarto en Sotheby's sucedido en 2018, cuando una trituradora escondida años atrás destruyó un lienzo que se acababa de subastar. El mensaje del artista quedaba meridianamente claro. Pero como el mercado del arte sobrevive a cualquier atentado, el cuadro medio destruido se subastó finalmente por 21 millones de euros, casi 20 millones más del precio de salida del cuadro antes de que se destruyera.

Los coleccionistas de arte pagan millones por poseer lo que Banksy regala a la gente, como esta serie de animales sueltos, que cualquiera puede fotografiar libremente, si es que nadie se las lleva para domesticarlos y meterlos tras las rejas de algún museo, para que solo los puedan ver los visitantes, previo pago de la entrada y salida por la tienda de regalos.