El hipnótico corto “La Bouche”, del colombiano Camilo Restrepo, llegó hoy a Cannes con una historia que cuestiona sobre la justicia y la muerte y utiliza la música como hilo conductor.
La Quincena de Realizadores, sección paralela e independiente del certamen, dio cabida a una cinta interpretada por el percusionista guineano Mohamed Bangoura, “Diable rouge”, que ha tomado elementos biográficos del mismo.
Su relato sobre un hombre “desposeído de su hija en un contexto de violencia” supone, en sus palabras, una suerte de “espejo deformado” de su anterior corto, “Cilaos”, que llevaba a la pantalla a una hija en busca de su padre, de quien no sabía que había fallecido.
Restrepo (Medellín, 1975), residente en París desde el 99, explica a EFE que “busca siempre los medios de inventar una narración” y que en esos dos últimos casos consideró que la música le permitía “buscar una palabra que no fuera realista, sino más cercana a la literatura”.
“Vengo de la pintura y tengo, más que todo, referencias en pintura, literatura y música. Intento generar un terreno en el que ellas se conecten”, explica el autor, formado en Artes Plásticos y trabajador en una galería de arte.
Es, afirma, “como si inventara el cine en cada película”, porque desconocer en profundidad el proceso de creación cinematográfica le hace tener que plantearse en cada ocasión “todo el sistema”.
Su trayectoria está precedida de los también cortometrajes “Tropic Pocket” (2011), “Como crece la sombra cuando el sol declina” (2014), “La impresión de una guerra” (2015) y “Cilaos”, donde, como en este último, los ritmos y canciones suplantan la necesidad de diálogo, con una intensidad que atrapa al espectador.
Los dos están ambientados en África y Restrepo ve en la música, “un terreno de mestizaje cultural muy interesante”, un puente de conexión con su país natal.
Y aunque prefiere no hablar de festivales en términos jerárquicos, el autor confía en que Cannes sea “el principio de un camino largo”.
“Es un sello de calidad, va a potenciar muchísimas cosas, pero no no he tenido nunca objetivos de carrera”, dice alguien que se lanzó al mundo del cine “como una pasión y no como un trabajo”, y que se define como un “cineasta de domingo”.