José María Bustillo contaba solo siete años de edad cuando su familia dejó la minúscula localidad de Villamorón para trasladarse a Barcelona. Su tío prefirió permanecer en el productivo páramo burgalés, pero su padre renunció a la crudeza de las tareas agrícolas. Mediaba la década del sesenta y la España del desarrollismo alcanzaba velocidad de crucero. “Mi padre podía trabajar en lo que quisiera: mientras opositaba a policía local, tenía un taxi y estaba empleado en una fábrica de iluminación”. Por entonces, muchos españoles acudían a la llamada de la SEAT, que producía el mítico 600 en la Zona Franca barcelonesa. La oferta laboral superaba con creces la demanda. “Si no trabajaban más es porque no había horas suficientes”, enfatiza Bustillo.
Entretanto, el resto de familias de Villamorón hicieron lo propio y tomaron las de Villadiego —según el dicho del pueblo vecino— en busca de un futuro más próspero. Así, el municipio cambiaría por un prolongado silencio el día a día que había conocido hasta ese tiempo. “Yo he visto la escuela en los años sesenta con treinta chavales”, recuerda Enrique Gutiérrez, mientras apunta con el índice a los restos del antiguo colegio, un conjunto ruinoso de adobes que se confunden con la vegetación.
Justo al lado, parece abrirse paso una calle cuyas antiguas viviendas solo existen ya en la imaginación de este vecino de la localidad hermana de Villegas. “Todas estas viviendas estaban en pie —señala con la mano— y aún se pueden ver las antiguas bodegas, porque esta zona estaba rodeada de viñas”. Un panorama desolador que contrasta, sin embargo, con el porte del edificio que ilumina todo el despoblado. Es la iglesia de Santiago Apóstol, una auténtica catedral abandonada en la década de los setenta, y que hoy se ha convertido en la gran esperanza de los hijos de Villamorón.
Se abre paso una calle cuyas antiguas viviendas solo existen ya en la imaginación de los vecinos
De ahí que naturales de la zona y entusiastas del patrimonio estén actualmente implicados en una campaña para recaudar los fondos que permitan restaurar el interior del templo. La última iniciativa de la asociación Amigos de Villamorón —que de la mano de Hispania Nostra ha recabado ya más de 18.000 euros, rebasando el objetivo mínimo— demuestra el tesón del colectivo. En 2009 ya lograron implicar a la Junta de Castilla y León, que invirtió un millón de euros en la consolidación de un templo en peligro, pese a ser declarado bien de interés cultural en 1994.
Un pequeño milagro
Pero, ¿qué pinta un edificio tan monumental en mitad del extenso páramo burgalés? La especialista que más ha estudiado Santiago Apóstol reconoce que hoy “sigue habiendo más incógnitas que certezas” con respecto a su origen. Hace una década, María José Zaparáin buscó sin fortuna los documentos que desvelaran los misterios de un templo románico del siglo XIII, “de estilo muy retardatario”, con algunos detalles arquitectónicos inspirados en la catedral de Burgos. Hoy, la hipótesis más viable es que un monasterio de la zona tuviera interés en impulsar un priorato en el municipio.
Resulta, sin embargo, que superado el siglo XIV, el proyecto dejó de interesar. “Es un templo inconcluso, parece como si se hubiera terminado de repente el presupuesto y hubieran tenido que rematarlo deprisa y corriendo”, explica la profesora de la Universidad de Burgos. Una solución apresurada que contrasta con la esmerada factura de la torre, su elemento estrella.
Un mal augurio incapaz de predecir lo que ocurriría en época moderna. “Si la iglesia se hubiera abandonado un siglo antes, se habría convertido en una cantera”. Zaparáin razona su análisis. Villamorón conservó el pulso hasta la década de los setenta, “un tiempo muy destructivo para el patrimonio de las ciudades debido a la expansión del desarrollismo”. Entretanto, y en esa misma medida, los municipios de la incipiente “España vacía” comenzaron a despoblarse y su desarrollo quedó estrangulado. ¿Para qué necesitarían entonces los pueblos vecinos de Villamorón los restos de la moribunda “catedral del páramo”? Así que mantenerse en pie hasta la actualidad, afirma la historiadora del arte, ha sido “un pequeño milagro”.
Agua, viento, palomas... y lechuzas
“Conocer la iglesia de Villamorón fue para mí una mezcla de sentimientos; quedé muy impresionado por el porte monumental del templo, pero apenado al ver en qué situación de abandono se encontraba”. Fue en 2003 cuando, tras visitar la zona, un entusiasta del patrimonio, natural de Burgos, se conjuró para “salvar de la ruina” aquel templo. Para entonces la cubierta había comenzado a ceder a la lluvia y el viento, mientras las palomas —“y hasta lechuzas hemos llegado a ver”, enfatiza Pedro Francisco Moreno— se proponían atrincherarse en el interior.
El presidente de Amigos de Villamorón encontró la complicidad de los vecinos del pueblo más próximo, Villegas, y de las familias que regresaban cada verano a Villamorón. Juntos impulsaron un colectivo que estaba decidido, no solo a cuidar del edificio, sino también a alejarlo definitivamente del olvido. Uno de aquellos fieles veraneantes es José María Bustillo quien, junto a los suyos, no ha faltado a la visita estival desde aquel lejano éxodo a la Barcelona de hace medio siglo. “Junté unos ahorrillos y, con mucha ilusión, decidí restaurar la casa de mis abuelos”, confiesa. Ahora, al borde de la jubilación y con la prometedora recuperación de la iglesia como reclamo, se promete a sí mismo “pasar mucho más tiempo en el pueblo”.
Su vivienda se cuenta entre la media docena de construcciones rehabilitadas en Villamorón, que abren sus puertas cada año cuando el tiempo es benigno, entre la primavera y el otoño. La conexión a Internet, que acaba de llegar a la zona, es uno de los factores que les permite “huir” de las grandes ciudades en las que residen, máxime después de la irrupción de la COVID-19. “Tengo clarísimo que ha habido un cambio importante tras la pandemia y lo he podido constatar con otros vecinos, que se están pensando pasar temporadas largas en el pueblo”, revela Bustillo. Esos otros retornados acuden en busca de aire fresco procedentes de la asfixia de las grandes capitales, como Barcelona o Madrid, y también del norte, de Vitoria o Bilbao.
A todos les une el sentido de pertenencia a un lugar, sus raíces, su patrimonio. Por eso, aún con esfuerzo, no faltan en verano los voluntarios para abrir las puertas de la iglesia de Santiago Apóstol a los visitantes que acuden fieles a la cita cada fin de semana. La pena que arrastran es que, tras la actuación de urgencia de la Junta de Castilla y León, no se ha vuelto a intervenir. Ahora “aspiramos a conseguir un interior digno, adecentado, respetuoso con el significado del templo para retomar las actividades que tuvimos que interrumpir por la pandemia”, define el presidente de Amigos de Villamorón.
Si el patrimonio es de todos, todos tenemos derechos, pero también obligaciones
Y es que, al acceder a la nave del templo, asoman los cercos de las antiguas filtraciones afeando las pinturas murales, mientras la madera del coro luce desnuda y ajada por la fatiga de siglos. “Estamos acostumbrados a que sean las administraciones públicas las que pongan el dinero para la conservación, pero los recursos son limitados y el patrimonio casi no tiene límites”. La profesora de la Universidad de Burgos, María José Zaparáin, aplaude la iniciativa de la asociación de Villamorón, cuyo actual crowdfunding es el ejemplo de cómo los ciudadanos también pueden aportar soluciones. “Si el patrimonio es de todos, todos tenemos derechos, pero también obligaciones”, apunta.
Tras la reto de la repoblación
Hubo un tiempo no tan lejano en que Villamorón tenía más población que la vecina Villegas, que actualmente apenas si cuenta con cuarenta habitantes que subsisten gracias a la agricultura y la ganadería. La pregunta clave ahora es si el patrimonio puede contribuir definitivamente a reparar el daño demográfico que asfixia a la “España vacía”. En este caso concreto, analiza la historiadora del arte, “son necesarios estudios del territorio”, aunque “la apuesta vale la pena”. “El patrimonio es uno de nuestros principales recursos; repoblar la zona no es tarea fácil, pero tampoco lo era levantar las catedrales en su tiempo y nuestros antepasados lo hicieron”, ejemplifica María José Zaparáin.
Por lo pronto, la asociación local ha conseguido ya parte de su objetivo primordial de “aportar dinamismo cultural y turístico” a una zona que “es un ejemplo más de esa España del interior que está muy necesitada de este tipo de proyectos”, explica Pedro Francisco Moreno. Y no están solos. Precisamente, la Junta de Castilla y León acaba de completar un programa de actuaciones que se extiende a otros pueblos de la zona que —unidos por un mismo río, el Brullés— aglutinan interesantes ejemplos de patrimonio.
Esa vía de escape, las nuevas tecnologías y la incipiente opción del teletrabajo pueden cambiar la suerte de Villamorón, porque ejemplos ya ha habido. Al municipio le asiste además su “emplazamiento privilegiado”, define Enrique Gutiérrez, uno de los voluntarios de guardia que abre las puertas de la iglesia de Villamorón. Antaño, sus campos eran “el granero de los romanos”. Hoy, sigue presumiendo de la cercanía del Camino de Santiago y del Canal de Castilla, uno de cuyos embarcaderos se encuentra a solo unos kilómetros. La proximidad de Las Loras, uno de los quince geoparques españoles, completa un mapa nada despreciable. No es poco en una llanura aún muy desconocida que compensa su falta de fortuna con las ganas de los últimos vecinos por evitar la muerte definitiva de sus raíces, su pueblo.