César de Vicente Hernando o la radical coherencia de un intelectual de izquierda
Este viernes ha muerto en Almería, en cuya Universidad trabajaba dentro del Departamento de Filología, en el área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, César de Vicente Hernando, que impartía también en la Universidad Autónoma de Madrid, desde hacía seis años, un exitoso curso sobre la novela social y política, y la historia de la producción literaria; y que fue, asimismo, profesor de teoría y práctica del teatro político en la Universidad Complutense de Madrid.
Quizás muchos lectores de este artículo dedicado a su recuerdo no sabrán quién era o les sonará solo lejanamente su nombre; sin embargo, para una buena parte de la inteligencia de izquierda de este país, universitaria, editorial, teatral y literaria, su nombre se ligará inmediatamente a la hondura de sus análisis críticos, la potencia provocadora de sus intervenciones dramáticas y la relevancia de sus propuestas políticas, así como a la utilidad de las mismas, pues, para César de Vicente Hernando, el pensamiento, como la escritura, eran herramientas de conocimiento, de cambio y de avance o no eran nada; así era la insobornable coherencia crítica y personal, hasta la incomodidad si hacía falta, de sus planteamientos y propuestas, se diesen estas en los niveles y planos que se diesen.
Ayer mismo, a otro gran amigo y compañero, Antonio Orihuela, uno de nuestros grandes poetas e intelectuales libertarios, compartiendo el dolor por la repentina muerte de nuestro común amigo y compañero, le decía, a modo de cariñosa broma, pero en serio también, algo que le repetía, a menudo, yo mismo al propio César, que acaso fuese el último comunista que nos quedaba, el último que pensaba y que, sobre todo, vivía como comunista en este territorio enemigo de cualquier valor o gesto comunitario, con esa extrema y radical coherencia que le identificaba como persona y como intelectual.
Acaso era el último comunista que nos quedaba, el último que vivía como comunista en este territorio enemigo de cualquier valor o gesto comunitario, con esa extrema y radical coherencia que le identificaba como persona y como intelectual
A César de Vicente Hernando me unió nuestro común maestro, en la Universidad Autónoma de Madrid, Julio Rodríguez Puértolas, del que aprendimos lo esencial, la consideración materialista, social y crítica de la realidad literaria y cultural, y de los conocimientos heredados de la Academia, algo que en su tesis sobre “la literatura como forma ideológica”, a propósito de la obra de Juan Goytisolo, ya se plasmó. El que toda obra literaria y artística es respuesta al mundo que la construyó, a la coyuntura histórica de la que se desprende y a la que responde, por activa o por pasiva; y que, si no tenemos en cuenta ese hecho radicalmente político del origen y de la naturaleza histórica del arte y de la literatura, no comprenderemos su significado. Y esa fue la lección que interiorizó, desarrolló y profundizó hasta sus últimas consecuencias, luego, César de Vicente Hernando a lo largo de su propia vida personal, no solo como intelectual, sino también como activista social y cultural, desde los años noventa del siglo pasado hasta su muerte.
Recuerdo la fundación en Vallecas de la sala Youkali, como la canción de su querido Kurt Weil, primero, en Sierra Carbonera, luego, en Santa Lucía y, durante un tiempo epigonal, en un pequeño local justo enfrente de la que fue la casa de mis padres y la mía propia, en una calleja de Antonio López.
Youkali, en sus distintas localizaciones, era, para sus habitantes, como una isla de sentido en medio del sinsentido, espacios teatrales, de encuentros y de intervenciones sociales y culturales, cuya historia es imprescindible, como lo son los incontables eventos que contuvieron, para comprender a su fundador.
Recuerdo los distintos foros sociales de las artes y de las letras, que congregaron en Vallecas a decenas de escritores, críticos y especialistas para debatir sobre el sentido de su propia escritura y de sus intervenciones culturales en el mundo del capitalismo salvaje; o la fundación del grupo de intervención teatral Alcores, o la del Centro de Documentación Crítica, necesario para entenderlo también; o de Tierradenadie Ediciones, etcétera, etcétera. Sin esos distintos espacios Youkali, no se puede llegar a comprender lo que era César, los esfuerzos ímprobos para mantenerlos abiertos y dotarlos de vida constante, día tras día, semana tras semana, hasta el agotamiento.
Recuerdo también su incansable labor de recuperación y reivindicación de figuras y obras que él consideraba centrales para un drama, un arte y una escritura realmente materialistas y críticas, el esfuerzo que le costó la edición de El homóvil, la novela póstuma de Jesús López Pacheco, en Debate (2002), con Constantino Bértolo, otra persona clave en su vida, sin duda.
No se me olvidarán nunca las cuarenta y ocho horas de lectura ininterrumpida de las galeradas de esa monumental novela, entre los dos, para llegar a tiempo en los plazos, y, el último día, la escena en la misma sede de la editorial, yo releyendo las últimas páginas en un despacho, mientras él, a medida que yo las visaba y señalaba las últimas erratas, se las iba pasando a Constantino, en el despacho de al lado.
En fin, cuántos recuerdos se nos agolpan a todos los que hemos compartido parte de ese extraordinario trayecto vital e intelectual. Importantísimo, creo, es mencionar su colaboración con el Instituto Alemán de Madrid, de alguien que ha sido, además, uno de los máximos especialistas en el periodo de entreguerras en Alemania, pues, en efecto, una de sus pasiones intelectuales fue, justamente, esos años de la República de Weimar, de ebullición política, social, artística y cultural que pudieron cambiar la historia de la clase obrera europea, y que cambiaron el arte y la cultura europea de facto. Su extraordinario trabajo sobre la obra de Piscator, o de Brecht y, luego, la recuperación de la figura de Peter Weiss: recuerdo el acto con la mujer de Weiss, en el propio Goethe Institut, con motivo de las jornadas que dirigió él, en 1996, en las que se presentó su obra Peter Weiss, una estética de la resistencia. O su interés por la obra y la figura de Günter Anders, con la edición antológica de La filosofía de la situación (2007) o Günter Anders, fragmentos de mundo (2011). Hasta llegar a su monumental La Revolución de 1918-1919 (2018).
De Vicente ha sido quizás una de las personas que más han hecho por la reivindicación de la obra de Alfonso Sastre y de su figura
Un parte de su vida y un aspecto, sin embargo, que debe ser recordado especialmente es su relación con Alfonso Sastre; César de Vicente Hernando ha sido quizás una de las personas que más han hecho por la reivindicación de su obra y de su figura; la colaboración con él y con Hiru me parecen esenciales en su inmensa y riquísima trayectoria vital e intelectual. Me viene a la memoria, por ejemplo, el gran homenaje a Alfonso Sastre que dirigió y montó en la sala Rigoberta Menchú, en Leganés, con la presencia del propio Alfonso y Eva, ante cientos de personas. Alfonso Sastre: teoría teatral, dramaturgia y critica de la imaginación (2021) ha sido, en este sentido, su última contribución a la causa alfonsina.
Otra personalidad importante en la vida intelectual de César de Vicente Hernando, como hombre de teatro, de la que no nos podemos olvidar en este momento fue Juan Antonio Hormigón y su ADE-Teatro –heroica revista, por su resiliencia–, para la que escribió y con cuyo director, durante muchos años, colaboró en muchos proyectos también.
El teatro, verdaderamente, era su vida, entre tantas y tantas aportaciones suyas a su conocimiento, análisis crítico y desarrollo, nos deberíamos quedar, al menos, con La escena constituyente: teoría y práctica del teatro político (2013) y La dramaturgia política. Poéticas del teatro político (2018), obras que permanecerán como dos hitos de la crítica y de la teoría del teatro en España.
En fin, qué decir de su incansable labor crítica y como editor, de vindicador de autores y obras centrales de nuestra literatura preteridas u olvidadas por la crítica oficial y canónica, su interés en la recuperación de Fermín Galán o de la obra de Díaz Fernández, con La Venus mecánica, por ejemplo, novela esencial del ‘nuevo romanticismo’ español de los años veinte del siglo pasado, la novela moderna española que pudo ser y que finalmente no logró ser. Todo esto y más, todos estos nombres y muchos más que aquí no caben constituyeron las constelaciones de pensamiento y vida que César de Vicente Hernando logró tejer a su alrededor. Adiós, amigo mío. Hasta siempre, camarada. Tú fuiste quien me hizo la pregunta más importante que jamás me han hecho como escritor: “¿por qué escribes?”, me dijiste, de pronto, regresando de Tarazona. Esa es la pregunta que dejo, por ti, a todos los escritores e intelectuales que se quieren de izquierda, hoy, ¿por qué escribimos? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Y respondámonos con honestidad, sin mentirnos, como César nos lo exigía.
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