Ya sea a través de Hipatia o Galileo Galilei, la historia demuestra que la observación del cielo siempre ha sido una prioridad científica. El próximo gran avance será la construcción del llamado Telescopio Extremadamente Grande que, según el Observatorio Europeo del Sur, tendrá una sensibilidad lumínica 200 veces superior al Hubble. Se trata, con diferencia, del mayor ojo del mundo para observar el cosmos, pero no es el primero (ni probablemente el último) de la carrera por conseguir el mejor telescopio para explorar lo desconocido. De hecho, algunos de ellos ya fueron creados cuando ni siquiera sabíamos qué había sobre nuestras cabezas.
“La misma necesidad que tenemos hoy en día de conseguir datos del universo la tenían en el siglo XIX e incluso antes”, explica a eldiario.es Almudena Alonso Herrero, Investigadora Científica del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) y conferenciante de una charla organizada en el Museo del Romanticismo en Madrid para explicar cómo los astrónomos del siglo XIX empezaron a dibujar cuerpos celestes cuando las cámaras no estaban suficientemente desarrolladas. Se trata de una de las muchas actividades realizadas por el proyecto Cultura con C de Cosmos, nacido para divulgar la ciencia a través de numerosos encuentros.
Actualmente la NASA no escatima en recursos para sus imágenes. Es lo que se aprecia, por ejemplo, en la panorámica de 1.500 millones de píxeles que refleja con todo lujo de detalle los casi innumerables astros que componen la galaxia Andrómeda. Pero no siempre fue así. Las primeras cámaras fotográficas, equipadas con placas de cobre, requerían un tiempo de exposición incompatible con la captura de un objeto tan oscuro como es el espacio exterior. Solo quedaba una opción: mirar por el telescopio y empezar a dibujar aquellas, por entonces, extrañas formaciones.
“Dibujar no era fácil. Había que estar a oscuras, mirando por el telescopio y al mismo tiempo dibujando. Algunos astrónomos pintaban ellos mismos y otros tenían ayudante, pero no era lo más común”, indica Alonso Herrero, que descubrió estos dibujos mientras elaboraba un artículo de divulgación. La astrofísica apunta que, además, esta técnica tenía numerosos hándicaps: “Había que observar el cielo mientras se dibujaba intentando mantener las escalas. Es todavía más complicado si tenemos en cuenta que esto no se hacía en una sola noche, sino en muchas, y que la atmósfera no siempre estaba en buenas condiciones”.
Al tratarse de objetos débiles y nebulosos, estos cambiaban según el estado del cielo. Por ello, como dice la especialista en galaxias, “muchas veces tenían un cuaderno en el que representaban diferentes versiones del cuerpo celeste para finalmente hacer una composición mezclando la serie de variaciones”. Como es de esperar, el resultado final dependía del ojo de quien sostenía el pincel.
Paradójicamente, según la experta, las primeras observaciones se hicieron desde Inglaterra e Irlanda, que precisamente “no son donde están los mejores observatorios astronómicos en la actualidad porque no son los sitios más adecuados”. Aun así, consiguieron grandes hallazgos en el campo de la astronomía. ¿El problema? Que al principio ni siquiera sabían qué eran esos objetos nebulosos. Se barajaban dos teorías: la de que eran cúmulos de estrellas muy lejanos que no se podían distinguir; y la de que era gas que quizá podía colapsar y convertirse en estrellas. Hoy sabemos que esos objetos nebulosos pueden ser de muy diversos tipos.
Ni siquiera Isaac Roberts, que en 1888 capturó la ya mencionada galaxia de Andrómeda, distinguía qué era aquella extraña espiral. “Y se tardó mucho tiempo conocer. De hecho, hasta el siglo XX no supimos cuál era la naturaleza de estos objetos. En el siglo XIX ni siquiera sabían que estas galaxias no estaban dentro de nuestra galaxia, en la Vía Láctea”, aclara la investigadora.
Doble trabajo: astrónomo y artista
Ante tal panorama, ser astrónomo en el siglo XIX implicaba dominar una disciplina más allá del ámbito científico: la artística. Este trasvase entre diferentes artes es lo que hizo que el alemán William Herschel, formado en la música, decidiera aventurarse a fabricar telescopios reflectores, con espejos en lugar de lentes para enfocar las imágenes. Gracias a esto pudo, entre otras cosas, elaborar el primer mapa de la Vía Láctea con el Sol en el centro.
Pero William no fue el único. Su hermana, Caroline Hershel, fue hasta Inglaterra para ayudarle como “ama de llaves”, pero demostró sus aptitudes mucho más allá. “Ella tenía sus pequeños telescopios, y terminó descubriendo hasta ocho cometas. Hasta acabó siendo pagada por el rey Jorge III de Inglaterra, convirtiéndose de forma oficial en la primera astrónoma reconocida del mundo”, destaca Alonso Herrero.
Y, si actualmente está la vista puesta en el Telescopio Extremadamente Grande, en XIX estaba en otro instrumento: el Leviatán de Parsonstown, construido por William Parsons en 1845. Se trataba de un gigantesco dispositivo armado que pesaba unas 12 toneladas y que se extendía hasta los 16 metros y medio de alto. Fue tan revolucionario que llevó la medalla del telescopio más grande del mundo hasta 1917. Con él, Parsons apuntó a la galaxia Remolino previamente descubierta por Messier e identificó algo inaudito: la estructura en espiral de las galaxias.
No obstante, estas revelaciones astronómicas no solo quedaban relegadas al campo de la investigación, sino que eran divulgadas al resto del público de diferentes formas. “Muchos de estos dibujos empezaron a aparecer en atlas ilustrados del cielo, los cuales ya se publicaban de forma parecida a los atlas que hay ahora con fotografías del Hubble”, afirma la científica del CSIC. Algunos de estos libros, como el creado por Étienne Léopold Trouvelot, llegaron a ser bastante caros por las dificultades para imprimir sus reproducciones.
Pero no era la única forma de difundir el conocimiento sobre el espacio exterior. Independientemente de cuál fuera el estrato social, todos acababan recibiendo información sobre aquellas formaciones desconocidas. Charlas, cromos que solían venir con los paquetes de cigarrillos e incluso, en el caso español, a través de ilustraciones que acompañaban las tabletas de chocolates vendidas por la fábrica de dulces catalana de Jaime Boix.
“La astronomía es algo que siempre ha interesado mucho al público. De hecho, John Herschel se pasó cinco años mapeando el cielo desde Sudáfrica y cuando volvió de su viaje todos estaban expectantes por ver su trabajo”, asegura Alonso Herrero. De aquella aventura obtuvo miles de observaciones y dibujos que publicó en un libro dividido en capítulos donde se exploran las nebulosas o incluso el cometa Halley. Con todo ello, y a pesar de que cada noche adorna nuestros cielos, parece que todavía no hemos visto todo.